Diario de León

En defensa de los menores y de los mayores

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«Dijo la zorra al busto, después de olerlo: tu cabeza es hermosa, pero sin sesos». Como éste hay muchos que, aunque parecen seres humanos, sólo son bustos, carentes de cerebro. En manos de personas descerebradas debemos estar para que nadie se movilice ante tanto desafuero, ante tanto disparate diario contra todos nosotros, pero, fundamentalmente contra los más indefensos, nuestras niñas y nuestros niños, nuestros ancianos y enfermos; un colectivo valioso, digno del máximo cuidado y respeto.

Una vez más, y ya no sólo el día del menor o del mayor, porque día del menor y del mayor son todos los días, desde que amanece y hasta la noche siguiente, vuelvo a estas generosas páginas del Diario de León para hacer mi alegato en pro de nuestra infancia, de nuestras criaturas inmaduras, frágiles como el cristal, pero todos llenos de vida y de futuro. ¿Futuro? ¿Cuál? ¿El futuro imperfecto de subjuntivo? ¿Existe? ¿Y a qué esperamos los adultos, los responsables del cuidado y crianza de estos nuestros retoños, tan escasos y tan delicados? ¿Hasta cuándo vamos a seguir esperando pasivamente inactivos, sin levantar el grito o pegar un puñetazo, sí, un puñetazo en las mesas donde se negocie una defensa férrea y digna para menores y ancianos, que ni saben, ni pueden defenderse? ¿Es que nadie con dos dedos de frente y una pizca de ética cívica se ha percatado de que nos han puesto a cuidar la nidada de polluelos a una zorra hambrienta? (Samaniego dixit): «Una zorra cazando,/ de corral en corral iba saltando;/ a favor de la noche en una aldea/ oye al gallo cantar: maldita sea./ Agachada y sin ruido,/ a merced del olfato y del oído,/ marcha, llega, y oliendo a un agujero,/ ‘este es’, dice, y se cuela al gallinero./ Las aves se alborotan, menos una,/ que estaba en cesta como un niño en cuna,/enferma gravemente./ Mirándola la zorra astutamente,/ la pregunta: ‘¿qué es eso, pobrecita?,/ ¿cuál es tu enfermedad?, ¿tienes pepita?/ Habla; ¿cómo lo pasas, desdichada?’/ La enferma le responde apresurada:/ ‘Muy mal me va, señora, en este instante;/muy bien, si usted se quita de delante’».

Tenemos en este país nidadas de niños, cada vez más escasas. Yo recuerdo en los años sesenta, setenta y hasta a primeros de los ochenta, tener en mis aulas de bachillerato y de FP entre cuarenta y cinco y cincuenta alumnos. Hoy con la mitad, ya les parecen muchos a los docentes y son pocos, muy pocos, para mantener abiertos los institutos y colegios. No hay niños en este país y no llegamos ni a reponer y suplir las defunciones. Vamos directos al desastre, por simple falta de natalidad. El año 1994 me visitó en mi casa un alto funcionario del gobierno argelino, acompañado de su joven esposa. Ésta, con no más de 25 años, ya tenía tres hijos y su esposo me preguntó cuántos hijos tenía yo. Dos, le dije; él siguió interesándose por el nivel de natalidad en España, queriendo confirmar los datos que  traía de su país. Al final de la conversación sobre el tema me dijo muy serio: «ustedes tienen un problema muy grave. Mi esposa y yo esperamos tener hasta siete u ocho hijos, lo cual es muy normal entre nosotros, para que nuestra nación pueda progresar, pero ustedes, con un nivel de desarrollo mucho mayor, no se plantean el futuro inmediato de su país y España, sin población propia, será pacíficamente invadida y gobernada por los migrantes que vendrán de la explosión demográfica norteafricana. Deberían pensárselo, me dijo muy serio». Y de esto no han pasado ni treinta años.

Es decir, tenemos una población envejecida y una natalidad que no llega ni a la reposición; los recién nacidos y jóvenes son nuestra esperanza de futuro inmediato, pero nuestros políticos de ahora, de hoy mismo, no son capaces de plantearse seriamente  cuestiones tan fundamentales como son los pueblos vacíos, cómo mejorar la educación de toda la población infanto-juvenil, la sanidad nacional, el sostenimiento de las pensiones de los que estamos jubilados y de los que se jubilarán después; la unidad del idioma común (algo absolutamente fundamental en un país  cultivado), un derecho fundamental que ni debería discutirse, amén de poder estudiar otros idiomas opcionales, pero teniendo uno común y obligatorio, sin discusión. Pues no; la población de este país nuestro, ante unas elecciones inminentes, sigue en silencio timorato, ajeno a estos problemas esenciales que ve hasta el más obtuso mental.

¿Tenemos miedo de echarnos a la calle en protesta masiva para recuperar estos derechos básicos, que hoy patean con descaro tanto el gobierno nacional, como los autonómicos y locales? Esta piel de toro que es nuestra patria España, está rota a dentelladas por una jauría canina y alopécica (zorruna).

Señores políticos del partido que sean, dejen de chuparnos la sangre, la vida; dejen de discutir sobre el sexo de las personas y el de los ángeles y dedíquese a hacer política del sentido común, antes de que la olla se caliente y se produzca una explosión descontrolada. Dejen margen a los agricultores para que cultiven el campo, cuiden sus animales y se defiendan de las ratas y de las alimañas, ya que de eso saben más que todos ustedes juntos; ustedes de ordeñar no saben nada que no sea el ordeño de las arcas públicas, por eso déjenlo en las manos adecuadas y aparten sus sucias manos de las ubres de la madre patria. Dediquen tiempo e inteligencia a  ordenar la educación nacional, la sanidad de todos los españoles y de cuantos vienen a ayudarnos, conviviendo ordenadamente entre nosotros; limpien los ministerios y consejerías de las autonomías de vagos y maleantes, dejen trabajar a los funcionarios, que son muy capaces, si no los lastran con la carroña de advenedizos inútiles; saneen, (esto exigirá pericia de cirujano valiente con un potente bisturí), la economía, que nos tienen endeudados hasta la tercera generación.  Todo esto debería emplear el 90% del tiempo que ustedes, unos y otros, dedican a insultarse e insultarnos a todos nosotros, con absoluta e imperdonable falta de respeto. Todo esto llevaría a poner orden en este país desmelenado, seco, sin agua y lleno de mamoncetes de biberón, pero que desconocen de dónde se produce la leche de cabra, de oveja, de burra o de vaca lechera; mamoncetes que gustan del lechazo y del chuletón, pero que nos quieren llevar al prado a pastar en plan vegano; mamoncetes que no saben hablar correctamente en román paladino, pero no defienden el derecho básico y sagrado de nuestros niños y niñas de hablar y estudiar en el idioma común, y luego, quienquiera pueda hablar, lleunés, asturlleunés o patsuezu, gallego, portugués, catalán, valenciano o mallorquín; ah, que no se me enfaden los vasquitos, también pueden aprender vascuence, para veranear en Lekeytio y luego ser profesores de ikastetxe o de ikastolas, al menos durante un ikastaro… 

Pues, señoras y señores, ciudadanos y ciudadanas, ante este panorama que no es de ficción, sino una realidad angustiante, o capamos bien la gocha o vamos a sufrir el olor de los purines de la gran piara que quiere llevarnos al huerto en las próximas elecciones. Afilemos la cuchilla y el pulso para cortar por donde se derrama el líquido elemento. Nuestro futuro y el de nuestros menores están en verdadero peligro; no les fallemos en lo sustantivo; los adjetivos pueden esperar. ¡Quítense de delante, como dijo la gallina a la zorra!

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