Los nadies de la Historia de España
Aunque un escritor del siglo XIX dijera lo contrario, la Historia no es la biografía de los grandes hombres. ¿Qué sucede con el protagonismo de tantas personas anónimas que no acostumbran a salir en los libros al uso? Si pensamos en la Guerra Civil, por ejemplo, podemos centrarnos en Azaña, en Franco, en Negrín, en Mola… O, por el contrario, optar por una visión a ras de suelo, que seguramente nos acercará mucho más a la verdad de las cosas. Este es el camino por el que ha optado un joven historiador gallego, Francisco J. Leira Castiñeira, en Los nadies de la guerra de España (Akal, 2022). El título, toda una declaración de intenciones, hace referencia a un conocido poema de Eduardo Galeano dedicado a todos esos millones de personas «que no tienen nombre, sino número» y que «cuestan menos que la bala que los mata».
Nuestro autor ha dividido su estudio en diversas biografías de estos seres desconocidos. Unos pertenecieron al bando republicano. Otros al franquista. Para Leira Castiñeira, hay que reconstruir la auténtica peripecia vital de estos últimos porque, aunque pertenecieran a la nómina de los vencedores, se ha hablado demasiado en su nombre. La idea es que, a través de esta inmersión en lo anónimo, aprendamos a empatizar con todos los que han quedado al margen del discurso histórico mayoritario. Encontramos así una ventana abierta a la complejidad de una época fascinante, simplificada tan a menudo con el estereotipo de las dos Españas irreductibles.
El libro se abre con un estudio acerca de Francisco Pérez Ponte, un combatiente del lado «nacional» que murió en el hundimiento del Castillo de Olite. La documentación que guardaba su familia nos permite conocer no solo su perfil humano, también el drama de sus seres queridos, para los que el olvido nunca sería posible. Ni siquiera pudieron saber dónde reposaban los restos de Francisco. Entre las figuras que vienen a continuación, sin duda destaca la de Juan Rodríguez Lozano, abuelo del presidente José Luis Rodríguez Zapatero. Descubrimos a un hombre que nada tenía que ver con la clásica imagen del militar ultrarreaccionario y bruto. Tenemos, por el contrario, a un oficial fiel a la República y con claras simpatías socialistas. Precisamente por esta doble lealtad, se quejaba de la incomprensión del mundo de la izquierda hacia el estamento castrense. La lealtad a la democracia le costó la vida. Poco antes de morir, pidió en su testamento que se vindicara su nombre y se proclamara que no había traicionado a su país.
Los nadies de la guerra de España rompe con muchos discursos manidos. Frente a la insistencia en la polarización política de los años treinta, el autor nos recuerda que muchos no lucharon con el bando que deseaban sino en el que les tocó, en función de su ubicación geográfica. Además, nos anima a criticar también las muertes de religiosos, tema por el que tantos especialistas de izquierdas pasan de puntillas. A través de esta mirada que privilegia a las víctimas, sean del bando que sean, aunque sin equidistancias forzadas, se va construyendo un relato sobre el pasado que intenta ser de utilidad para construir una democracia mejor.
Guiado por las mismas inquietudes, Leira Castiñeira ha coordinado El pacifismo en España desde 1808 hasta el ‘No a la Guerra’ de Iraq (Akal, 2023). Una vez más, lo que brilla es la pasión por buscar nuevas facetas de la historia e iluminarlas con fuentes desconocidas. En esta ocasión, los conflictos bélicos de la España contemporánea se reconstruyen desde el prisma de los que se opusieron a ellos. ¿Se lanzaron todos los ciudadanos a luchar como un solo hombre contra Napoleón?
Si prescindimos de los mitos nacionalistas, observamos cómo, tras un estallido de entusiasmo inicial, llegó el momento del desencanto. Los pueblos empezaron a entonces a mostrarse reticentes a la hora de contribuir con hombres y dinero a un esfuerzo de guerra cada vez más oneroso. La gente se quejó de que los privilegiados pidieran a los pobres que sacrificaran a sus hijos por la patria mientras ellos no estaban dispuestos a hacer lo mismo. Este doble rasero favoreció las deserciones, a menudo amparadas por la complicad de las autoridades locales.
Más tarde, durante la Primera Guerra Carlista, no todos se decantaron por Isabel II o por el pretendiente al torno, su tío Carlos. Los hubo que no quisieron alinearse con ninguno de los dos bandos. De hecho, a lo largo del siglo XIX, el rechazo a las quintas se convirtió en una constante. Si nos situamos en la contienda de 1936, el sentimiento antibelicista lo percibimos en tantos miles de personas cansadas de muerte y sufrimiento, a la espera impaciente de que el conflicto se terminara de una manera o de otra. Si seguimos acercándonos hacia el presente, lo que tenemos son las amplias movilizaciones contra la Otan, con motivo del referéndum de 1986, o las protestas por la guerra de Iraq. Comprobamos por este camino como en nuestro país existe una amplia tendencia hacia el pacifismo. No se suelen aprobar las intervenciones militares en el extranjero, ni el aumento de los presupuestos de Defensa.
Los españoles, según un viejo lugar común, seríamos un pueblo con la violencia incrustada en nuestro ADN. Las investigaciones históricas evidencian lo contrario: en un país con tantas guerras, también existe una larga tradición de lucha contra el militarismo. Una vez más, la realidad no se puede limitar a los simplismos del blanco y del negro.