Diario de León

Degradación y decadencia de España

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Se habla y se escribe sobre el procès catalanista, mientras que ni se habla ni se escribe sobre el proceso sanchista, el cual consiste fundamentalmente en la degradación y decadencia de España. Si algo ha quedado suficientemente claro durante estos últimos años en los que Pedro Sánchez está desgobernando España es la degradación a la que está sometiendo al sistema institucional del Estado y conduciendo a la nación española a su decadencia.

En estos años de desgobierno radicalsanchista y socialcomunista, Pedro Sánchez ha dejado patente su escasa solidez intelectual —es el presidente más inculto de cuantos han presidido el Gobierno de España en toda su historia, un presidente falto de lecturas y argumentaciones simples e infantiloides—; su nula credibilidad democrática —desprecia las normas establecidas, ignora los procedimientos democráticos, actúa con sectarismo ideológico y personifica un concepto totalitario del ejercicio público—; su insuficiencia de cualidades personales —excesiva soberbia, falto de empatía, egocentrismo malsano, intolerancia ante la frustración y descarado relativismo moral—; y su incompetencia para el desempeño del poder político —desprecia al adversario, señala al discrepante, maltrata a los empresarios, asfixia a los autónomos, ignora a los emprendedores y espanta a los inversores—. Como presidente del Ejecutivo, «Sánchez ha conseguido que la institución del Gobierno y el oficio de ministro o secretario de Estado, se hayan despeñado por un abismo de desprestigio y desdoro equiparables al del gestor de cualquier lupanar de los que visitaba el Tito Berni» (A. Jiménez). «¿Quién puede tomarle en serio cuando sus corporaciones más sólidas buscan cobijo fuera de su ámbito de poder?» (J. A. Vara).

Jesús Cacho, en su primer artículo de opinión del presente año, recogía algunos comentarios de los lectores que se manifestaron sobre la noticia publicada por el diario francés Le Figaro en su edición digital del 22 de diciembre con motivo de la aprobación de la ‘Ley Trans’ en el Congreso de los Diputados español. Entre esos comentarios, en dos de ellos se decía: «España ha perdido la cabeza» y «El socialismo es una patología política».

Según Jesús Cacho, España empezó a perder la cabeza «el día, otoño de 2016, en que después de descubrirle (a Pedro Sánchez) en la sede de Ferraz intentando colar papeletas en una urna escondida tras una cortina, los dirigentes socialistas de entonces le apearon de la secretaría general pero no lo expulsaron del partido. El resto es historia sabida, la deriva de un país que viene soportando resignado la existencia de un tipo que gobierna para las minorías que lo sostienen en el Poder, minorías que lo utilizan como el perfecto rehén al que puntualmente obligan a pagar el precio de su apoyo… Sánchez es el ventrílocuo que sale a vender la mercancía por la tele… Pretender vender como un logro lo que no es sino la constatación de un fracaso económico y social, además de político,... es normalizar la degradación de un país que se ha desentendido del verdadero progreso y de la generación de riqueza porque su Gobierno está en otras cosas. España no necesita limosnas, sino un marco legislativo adecuado capaz de apoyar a las grandes empresas y de incentivar la existencia de una tupida red de pymes creadoras de actividad y empleo… La nación ha llegado a su punto más bajo con un tal Sánchez… una realidad que no debe hacernos abdicar de nuestra obligación moral de intentar acabar con su reinado cuanto antes».

Si la calidad de una sociedad democrática se mide por el comportamiento de sus gobernantes, el cual debería ser ejemplar, sucede que cuando esos mismos dirigentes no respetan las normas ni las instituciones y sus comportamientos empiezan a deteriorarse, dicha sociedad inicia su declive y su decadencia; situación en la que lamentablemente se encuentra inmersa la sociedad española como consecuencia de las nocivas actuaciones promovidas por el doctor cum fraude. «A los gobernantes hay que evaluarlos por sus resultados. Y siento mucho decir que si nos atenemos a los hechos, al puro veredicto de los datos, el mandatario que disfrutamos actualmente es un paquete» (L. Ventoso).

Pedro Sánchez ha hecho tantas cosas mal, que relacionarlas sería excesivo para este espacio. No obstante, conviene recordar algunas de ellas. Ya antes de ser presidente del Ejecutivo plagió en su vacua tesis doctoral e intentó dar un pucherazo en Ferraz para mantenerse en la secretaría general de la tribu; dos acciones que por sí le desacreditaban como persona, demócrata y candidato. Ocupada La Moncloa, hecho que conllevaría la postración de la presidencia del Gobierno, sus actuaciones han derivado en lo que es el proceso sanchista —degradación y decadencia de España—. Sánchez se alió para gobernar con la extrema y ultraizquierda radical y reaccionaria, con los separatistas y con los filoterroristas, cuyo objetivo es destruir la España constitucional; ha colonizado las instituciones del Estado —Congreso, Senado, Fiscalía, Abogacía, TC, TS, TVE, CIS, INE, CNI; ha vaciado de contenido la agenda del Rey Felipe VI y desprestigiado a los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado; ha incrementado la deuda pública, cuya amortización será por cuenta de varias generaciones —padres, hijos, nietos, biznietos y tataranietos—; practica la ingeniería social a través de absurdas leyes ideológicas —ley de memoria democrática, ley del sólo sí es sí, ley trans, ley animalista—, que «no son más que el criadero de esclavos para normalizar la esclavitud ensanchunada» (A. Piedra); y así sucesivamente.

De ilegalidad a ilegalidad, de indignidad a indignidad. «Ni un etarra fuera de su región. En unas semanas, ni un etarra en la cárcel» (J.A. Vara). ¡Qué más da!

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