Diario de León

La lectura de los Decreta en 2023

Publicado por
Juan Pedro Aparicio
León

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Llevamos siete años haciendo historia con la lectura de los Decreta. Porque hacer historia es también rescatar la historia verdadera de la mala historia, esa mala historia avergonzada, en atinadas palabras de Florentino Agustín Diez, gran municipalista y estupendo poeta.

Hacer historia es liberar a la Historia con mayúscula de su cautiverio, sacarla de esa mazmorra de oscuridad y silencio en la que ha estado encerrada durante siglos. Por eso me atrevo a decir que llevamos siete años haciendo historia, desde aquel día en que se nos ocurriera leer en voz alta los Decreta del rey Alfonso IX, último rey de León.

Los Decreta no eran desconocidos. Como tampoco lo eran sus valores democráticos, pero, al ser excluidos en nuestro país como fundamento de la convivencia, fueron voluntariamente ignorados, expresamente ninguneados por una historiografía tradicional cómplice de un constructo ideológico en el que lo democrático fue sustituido por lo epopéyico y aun por lo fantasioso y lo milagrero.

El rey que los firmó, apenas un adolescente de dieciséis años —tan mal representado escultóricamente por esa especie de guerrero adraculado de la plaza de Santo Martino— provocó, con su política innovadora y adelantada a su tiempo, la abierta hostilidad del papado que con diferentes excusas lo excomulgó por tres veces con pena de interdicción para al pueblo, al que exhortó a la rebelión contra el monarca.

Lo que aquel día de abril de 1188 se aprobó en asamblea, por primera vez con representación popular, fue de gran trascendencia para la historia universal, si consideramos que las formas democráticas son esencia justificadora de la vida en las sociedades civilizadas. Así, el eco de sus principios, como semilla fecunda, se extendería por España y por Europa, y acaso con el tiempo sirviera de ejemplo, siquiera subliminal, a la más famosa de todas las constituciones, la americana de 1787.

Nuestra iniciativa de leerlos en voz alta cada año pretende devolverle a León lo que nunca debió de quitársele. Esta es la patria de los fueros y de las cortes, la de los concejos abiertos y la de la democracia representativa. No me cansaré de repetir que el articulado de los Decreta podría servir hoy mismo para regir, incluso mejorándola, nuestra vida política. Sirva de ejemplo —lo digo una vez más— ese compromiso del rey de castigar a quien, sin intervención de las autoridad judicial, tomase prenda. Traído a día de hoy significaría que el Ministerio de Hacienda no podría confiscar nuestras cuentas bancarias para cobrarse una multa sin previa intervención judicial, como se viene haciendo sin que nadie se escandalice.

Con esta lectura en voz alta estamos diciendo: León, tierra de León, levántate y anda, rompe los cerrojos de la manipulación y la mentira que te han aprisionado, libérate y toma la luz que te corresponde. Nuestros Decreta ya se han leído en otras partes de España, también se han leído en la hermana Portugal, y en la no menos hermana República de Panamá; se han leído y se seguirán leyendo allí donde haya leoneses, y donde haya españoles que sientan pulsión democrática y amor a la verdad, y en cualquier otro lugar donde haya demócratas.

Algunos dicen con cierto desdén que esto ocurrió hace mucho tiempo, y que ellos son personas del siglo XXI, no del siglo XII. Imagino que muchos de los que así piensan no se sorprenden cuando en la misa escuchan por enésima vez que el agua fue convertida en vino o que a un ciego se le devolvió la vista. Han pasado dos mil años de esos sucesos, si es que sucedieron tal como se cuentan, y ¡vaya si han tenido —y siguen teniendo— virtualidad en nuestras vidas!

Los Decreta reconocidos hoy por la Unesco como el testimonio documental más antiguo del sistema parlamentario europeo, han sido inscritos en el Registro de la Memoria del Mundo en reunión celebrada en Corea el 18 de julio de 2013, pues «reflejan un modelo de gobierno y de administración original en el marco de las instituciones españolas medievales, en las que la plebe participa por primera vez, tomando decisiones del más alto nivel, junto con el rey, la iglesia y la nobleza, a través de representantes elegidos de pueblos y ciudades».

La Historia no es otra cosa que la biografía de los pueblos. Atentar contra ella es atentar contra su vida. ¿Qué dirían de nosotros aquellos ciudadanos leoneses que vivieron su hora más alta, quizá en aquel tiempo la hora más alta de Europa, una Europa en la que los señores feudales de la siempre elogiada Francia practicaban el derecho de pernada? ¿Qué dirían de nosotros aquellos ciudadanos leoneses que arrancaron de un rey el compromiso, entre otros muchos igualmente trascendentes, de no declarar la guerra ni concertar la paz sin previa consulta a la asamblea? ¿Qué dirían de nosotros viéndonos ahora carentes de todo poder político, metidos contra nuestra voluntad en una autonomía que, traicionando el diseño democratizador de la Transición, nos gobierna con un centralismo agresivo y anacrónico, cuyo objetivo principal con respecto a León parece ser el desplazamiento de su condición milenaria de nudo de comunicaciones del noroeste peninsular, que hizo de nuestra ciudad la capital del Reino que comprendía Asturias, Galicia, León, Zamora, Salamanca, Extremadura y el norte de Portugal?

Un desplazamiento dirigido siempre hacia la capital, oficiosa pero obstinada y atrevida, de esta autonomía; de modo que, si no conseguimos detenerlo, puede nuestra tierra entrar pronto en un punto de no retorno, como parece estar ya ocurriendo en la provincia hermana de Zamora, para caer en las épocas más oscuras de nuestra historia, sin peso y sin visibilidad alguna en la vida nacional.

Lo habéis oído infinidad de veces: frío en las dos Castillas, que dicen los meteorólogos en las televisiones nacionales.

Y nada más, solo resaltar que este año se sumaron a nuestra lectura tres jóvenes alumnas de bachillerato de nuestros instituto, con los mejores expedientes.

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