¿Avanzar a favor o en contra?
No se trata de un juego de palabras ni de una contradicción de significados. Se trata de una interrogación metafórica sobre si el devenir del ser humano se dirige hacia la luz o hacia la oscuridad.
Es obvio que el personal cree, porque así lo atestigua la Historia de la Humanidad, que el ser humano avanza en su andadura, aunque no sabría asegurar hacia donde avanza, lo mismo que ignora, en realidad, ni el por qué ni el para qué avanza. Los más atrevidos y estudiosos responderán que para desentrañar el misterio de la vida. Los más «misteriosos» considerarán que el avance es un viaje hacia Dios. Sin esa creencia la vida carecería de sentido, menudo problemón. Pero la mayor parte de los seres humanos, aunque se planteen las mismas preguntas, se quedan, en realidad, en su mayoría, con la duda como respuesta, y se dedican a tratar de vivir lo mejor posible, que no es poco. Claro que, como las creencias se pasan de generación en generación, no dejan de ser éstas un modo, un asidero para intentar camuflar la duda. Y, a menudo, funciona.
Después de esta entradilla, voy a tratar de entender la respuesta que da, a la pregunta en cuestión, la fauna política de este país que nos gobierna y nos desgobierna. Es obvio que un Estado cuando prescinde de «valores y destinos de ultratumba» para poner en marcha sus programas de gobierno, las preguntas y respuestas a lo que venimos comentando adquieran un recorrido más bien cortoplacista, cuando no miope. Es tal la cortedad de la perspectiva, que los que mangonean el cotarro se han calificado a sí mismos y a sus «contrarios» de una forma que pretende identificar, en un simple concepto, la «inmensidad de su hondura político-filosófica». Así, han decidido calificarse o bien de progresistas o bien de conservadores. Las facciones ultra de ambos espectros, en un alarde de erudición, serían, teniendo como referencia el eje anatómico de nuestro cuerpo, de extrema izquierda o de extrema derecha. Está visto que la dualidad (amor-odio, el bien y el mal, el ying y el yang, avance-retroceso, vida-muerte, etc., etc., y algún que otro binomio maniqueo) ha enmarcado y condicionado el tránsito del hombre por el mundo, y particularmente el de los manipuladores políticos…
Así, por ejemplo, si partimos del principio de que «no hay más cera que la que arde», la cuestión se simplifica mucho para los susodichos políticos, pues todo se reduce a apropiarse de las velas, aunque con ello se arme un cirio… Pero si partimos de que el ser humano es «portador de valores eternos», la cosa es muy diferente y se arman un lío para adjudicarse el protagonismo del sintagma; hasta tal punto comprensible, hemos de admitirlo, ya que el «portador» es progresista por definición, y los valores, que deben ser conservados, pertenecen al grupo conservador; y la eternidad les confunde a ambos, evidentemente, porque a ver cómo resuelven el problema de la finitud sin fin…
Retomando el título de este artículo, si consideramos la variable de que el hombre es un ser que se está haciendo «haciéndose», es decir reinventándose continuamente, bien sea tratando de potenciar o suprimir elementos de su sustrato biológico, o injertando en él dimensiones metafísicas y sobrenaturales, manipulando y «domando» las leyes de la física, de la química y, ya de puestos, todas aquellas que rigen el orden del universo «universal», entonces nos encontramos con un futuro prometedor, aunque desconocido, y que provoca vértigo. Sería un mundo donde reinaría la imaginación, el poder omnímodo del deseo, el «seréis como dioses» de la Biblia, al comer el fruto del Árbol del Conocimiento, etc., etc. Citando a Shakespeare, «Sabemos lo que somos (lo que sabemos, añado yo), pero no en lo que podemos convertirnos».
He mencionado el vértigo, tanto en el componente de ilusión que contiene la definición del propio concepto, como en la dimensión morbosa y peligrosa de atracción que conlleva, y que se proyecta hacia el abismo o hacia un agujero negro que lo engulle todo. Ahí es donde quería llegar, a ese mundo que se nos antoja al alcance de la mano, donde lo denominado «virtual», lo «artificial» (cuyo componente estrella es la tan cacareada inteligencia) borraría, quizás para siempre, la esencia del ser humano, aunque éste, ebrio de éxito y henchido de orgullo, la calificará, simplemente, de potencia en el pleno desarrollo de los maravillosos atributos de Dios; aunque, ay, perdería, en el cambio, la vida que tanto le ata.
Por otro lado, y haciendo parte de otra tendencia, otra variable no menos importante que a la que acabo de referirme, emerge el peligro real de la destrucción, como forma contundente y drástica de «resolver definitivamente» los problemas de la vida y sus misterios. El hombre se sigue preparando para tal fin. Presume y amenaza con hacer estallar el universo entero remedando, pero al revés, el big bang, la gran explosión de la vida, para convertirla en la nada.
La una y la otra provocan vértigo, y por eso el personal, en general, trata de cerrar los ojos como modo de defensa muy primitivo, cual es el de creer que lo que no se ve no existe. Planteándolo así, con las variables citadas, la pregunta sigue vigente ¿avanzamos a favor o en contra?
Volviendo al tema de la política ramplona, rampante y mangante que sufrimos, pregunto, ¿es avanzar a favor o en contra utilizar como moneda de cambio la mentira en vez de la verdad? ¿Es avanzar a favor o en contra el pasar del concepto de la democracia griega a la partitocracia (pesebrecracia) que padecemos? ¿Es avanzar a favor o en contra utilizar el engaño, el fraude, el chalaneo, el nepotismo como moneda de cambio en el quehacer encaminado, supuestamente, al bienestar de la ciudadanía? ¿Es avanzar a favor o en contra no corregir los defectos y fallos del sistema con el único fin de aprovecharse de ellos para fines partidistas? ¿Es avanzar a favor o en contra utilizar el ganador el poder, delegado en las urnas, para hacer de su capa un sayo y desviarse del fin prometido y obligado de dedicación al bien común, otorgándose los beneficios a su capricho y conveniencia?
Al parecer, está establecido en el propio sistema (¿realmente democrático?) que, para consuelo de los ciudadanos, se les conceda el honor y el derecho a manifestar sus esperanzas a través de una papeleta depositada en una urna cada cuatro años. Teniendo en cuenta el vértigo que provoca el posible resultado del recuento de tales esperanzas, la ciudadanía tiende, a menudo, como modo de defensa, a cerrar los ojos y votar a los «menos malos» o a los «suyos» (creyendo ser propietarios de los posibles ganadores, cuando, en realidad, suele ser al revés; es decir, que son sus rehenes). Es lo que pasa, desgraciadamente con más frecuencia de lo deseable, al dejarse pastorear por rabadanes oportunistas y sin escrúpulos.
Total, que en ese ir y venir, avanzar y retroceder, conviene estar ojo avizor. Yo, para la ocasión, y especialmente a la hora de votar, y haciendo uso (y abuso, por las licencias que me permito al respecto) de las famosas coplas de mi paisano Jorge Manrique, entresaco de entre ellas algunas estrofas que bien pueden aplicarse al tiempo presente, a pesar de haber sido escritas hace más de quinientos años. Voy allá:
«Recuerde el alma dormida, avive el seso y despierte…» (y no se deje engañar por las promesas ingentes). «No se engañe nadie, no, pensando que ha de durar lo que espera, más que duró lo que vio…» (lo veremos dijo un ciego, y nunca vio). «No mirando a nuestro daño, corremos a rienda suelta, sin parar; cuando vemos el engaño y queremos dar la vuelta, no ha lugar...» (quien avisa no es traidor, así que despierta, por favor). Y para terminar no olvidéis que «Nuestras vidas son los ríos que van a dar en el mar, que es el morir…» (nuestros deseos son los votos que van a dar, en la urna, el poder al ganador). «Allí van los señoríos, derechos (nuestros derechos) a se acabar e consumir…»
Pues eso, ¿nos decidimos a avanzar a favor o en contra?