Consideraciones acerca de la denominada inteligencia artificial
No creo descubrir nada nuevo cuando afirmo que, de un tiempo a esta parte, el personal asiste con expectación y miedo, a partes iguales, a lo que parece una fuerza que avanza y que nos puede, bien elevarnos al cielo o, por el contrario, arrastrarnos sin remisión por el fango de la esclavitud o de la muerte.
Conviene, pues, para enmarcar el impacto que ha provocado y que provocará aún más el asunto en cuestión, definir conceptos y significados que nos permitirán acercarnos a conocer mejor lo que se avecina.
Veamos lo que dice el diccionario sobre el vocablo inteligencia: «Facultad de la mente que permite aprender, entender, razonar, tomar decisiones y formar una idea determinada de la realidad». Para el vocablo artificial: «Que ha sido hecho por el ser humano y no por la naturaleza». A bote pronto, lo artificial da la impresión que es considerado no solo como diferente, sino como inferior a lo natural, ya que consideramos que la naturaleza está por encima, pero sin caer en la cuenta de que el hombre es un producto de la propia naturaleza. Es decir que, al final, la propia naturaleza, utilizando uno de sus productos, genera o crea unas realidades nuevas que puedan ser superiores a las anteriores.
Añadamos otras definiciones, inteligencia artificial: «Capacidad que tiene un dispositivo (móvil, ordenador, robot, etc.) para realizar tareas como un ser humano». La cosa se complica un poco más si introducimos el concepto de «Metacognición»: Capacidad de autorregular los procesos de aprendizaje. Etimológicamente, ir más allá del conocimiento. Y ya, para rematar, tenemos el concepto de «Superinteligencia»: Superior a la inteligencia humana. Por definición, al ser una inteligencia superior a la nuestra, no la podemos comprender. Dicho de otra forma, ese ser poseedor de esa superinteligencia estaría en otra dimensión, inalcanzable para el ser humano y, por supuesto con un poder omnímodo sobre él. ¿Les recuerda el concepto de Dios?
Pues bien, cuando se habla de la superinteligencia artificial se está refiriendo a un proceso que pueda desarrollarse en ese sentido. Nada tiene de extraño el impacto social, ético, legal, filosófico, etc. que ese proceso provoca en el ser humano que se mueve entre la incredulidad, la euforia o el acojono, según. Así, mientras la Unesco aseguraba en su día que las máquinas no podrán ser más inteligentes que los seres humanos (sería ciencia ficción), los investigadores sobre la cuestión de la superinteligencia no se ponen de acuerdo sobre el tiempo que se tardará en el que la inteligencia humana será superada; vamos, que lo dan por hecho.
De sobra es conocida la tendencia humana, ante situaciones «rompedoras» que le superan, en afirmar que eso es imposible, que va en contra de la lógica, en contra de las leyes de la naturaleza, e incluso en contra del sentido común. Pónganse en la piel de quienes aseguraban, con rotundidad, por ejemplo, que el hombre nunca podría volar, ir a la luna o que un cirujano pudiera operar a un paciente, por medio de un robot, a miles de kilómetros de distancia con el enfermo.
Es cierto que la llamada ciencia ficción (que, por cierto, parece un oxímoron) se ha abierto camino, desde el principio, en la andadura del ser humano. Al fin y al cabo, las mitologías, y más tarde las religiones, tan presentes en todas las civilizaciones que se precien como tales, han puesto el contrapunto entre lo posible y lo imposible, lo superior sobre lo inferior, la inteligencia humana y las superinteligencias y los poderes sobrenaturales de los dioses. ¿Tendrían las mitologías y las religiones razón en el fondo, al margen de las formas, sobre la verdad que nos pasa y sobrepasa? Es cierto que el hombre se ha «endiosado» mucho y le escuece cuando le recuerdan que polvo eres y en polvo te convertirás, y se revuelve, cual fiera herida, contra todo lo que se menea.
El miedo y la esperanza se entremezclan sin cesar. El ejemplo lo tenemos en la energía nuclear, paradigma de lo salvador y lo mortífero al mismo tiempo, todo depende de su uso. A este respecto, lo que sí sabemos es que la programación de las máquinas tanto para hacer bien como para hacer daño es un hecho, así como la capacidad para reproducirse. Imagínense el resto. E imagínense que para reproducirse tuvieran que, al igual que los virus utilizan a las células para replicarse, utilizar a los cerebros humanos con el mismo fin.
Es posible que, lo mismo que hay virus «malos» y virus «buenos», pudieran coexistir, igualmente, máquinas malas y máquinas buenas (estad atentos a los guionistas de películas de amor o de terror de la denominada ciencia (¿)-ficción (¿)). Naturalmente, esas máquinas se pondrían en acción tras nutrirse y replicarse del cerebro humano, primero, y potenciarlo o destruirlo después según les convenga. Al final, la ficción y la realidad parece que están separadas por una finísima línea.
De momento, la alarma ya ha sonado con fuerza, y los mandamases en la cuestión se han asustado al temer que la situación se les escape de su control y se arme la marimorena. Por eso están tratando, unos de darse un respiro antes de seguir adelante con tal proyecto, otros de reivindicar su estatus de poder, y los demás tratando de protegerse ante el temor de lo que se avecina.
Por otro lado, los filósofos, los expertos en ética, los «popes» de todas las religiones (al margen de las diferencias que en principio sostienen éstos sobre su relación con Dios) se unen y se reúnen tratando de recordar la importancia de la dignidad humana. Vamos que sospechan que a la inteligencia artificial le puede importar un comino lo de la dignidad del ser humano, así como los derechos correspondientes. Y es que el diablo estaría detrás de todo ello, seguro. Ojalá que no se cumpla el refrán «reunión de pastores, oveja muerta».
La cosa, en realidad, se está poniendo fea. Como suele pronunciarse el personal ante situaciones confusas, complejas, pero con un ingrediente de peligro difuso e inminente: «Esto se está poniendo jodido».
Ya sé que cada uno sacará sus propias conclusiones sobre el tema y se preparará en consecuencia según sean sus credos y su filosofía ante la vida y la muerte. Yo les confieso (obligada pincelada de humor) que estoy pensando en hacer una novena a San Judas Tadeo, patrono de los casos difíciles y desesperados.
Aunque, pensándolo mejor (permítanme de nuevo otra gota de humor), tampoco conviene asustarse demasiado, pues en cuanto los políticos se pongan manos a la obra, y ya no digamos si le peta a un destacado político español, enredan a la inteligencia artificial, la convencen para que se haga natural, y ya después…Claro que ese mismo personaje podría coaligarse con la inteligencia artificial desmadrada y así seguir en el poder por los siglos de los siglos. Lo contrario de «amén».