Debajo del plátano de indias
Caminaba el breve trecho para llegarme a la terraza de la cafetería del Balneario. Los dos plátanos de Indias eran de tronco y ramas desproporcionadas y expandían sombra a todas las mesas en donde había una charla animada. Enormes los árboles, pero no abrumaban. Sus dimensiones se sentían más bien como un cielo protector (como en la novela de Paul Bowles) que nos arropaba para «librarnos de todo mal».
Una vez me senté reparé en el señor. Levantando levemente el bastón saludó al grupo que estaba allí cerca hablando de sus cosas; se presentó como Juan en la partida de bautismo y José en el carnet de identidad: «cosas de pueblo de aquella época», les dijo. A pocos iba entrando en la conversación del grupo hasta que se apoderó de ella.
Por mi parte decidí arrimarme porque el buen señor «prometía».
Contó que era cliente del balneario desde hacía algunos años. Invitado, al final, a sentarse se explayó: 93 años, viudo, 7 hijos, empezó a trabajar a los 14 años (cuando le sacaron del colegio y le dieron dos mulas y campo por delante…). A los 19 pensó que lo agrario no era lo suyo. Marchó a Madrid, trabajó de todo, se casó y al final consiguió «el puesto de funcionario» en el Senpa (aquel mítico Servicio Nacional de Productos Agrarios) que le llevó a vivir y viajar por toda España.
El buen señor, a pesar de su avanzada edad, sabía hablar a la parroquia la cual iba creciendo, arrimando sillas. Administraba los silencios, las anécdotas, las ironías y las frases sin acabar para que se le entendiera todo respecto a la vida que había llevado y cómo la había peleado hasta hoy mismo: «era esa España que se sacudió la miseria…».
También, sin que nadie preguntara, dejó claro lo que pensaba del momento actual: «muy blandos andamos, perdemos mucho el tiempo», decía.
No pude evitar pensar, mientras le escuchaba saliendo de su anonimato al que volvería irremisiblemente, que este señor «con un poco de cámara» sería un «grande». En su tiempo era uno más plantando cara a la vida, buscándose las lentejas y aspirando a una vida mejor.
Pero a fecha de hoy, escuchándole, era un modelo, un crush, un pro. Seguro que es la historia de muchos de su tiempo; pero a mí me tocó vivirlo hace muy pocos días y por eso lo cuento.
Tampoco pude evitar, desde la admiración a ese «soldado desconocido» pensar en el notable descenso en la fascinación y liderazgo que tienen los que andan actualmente en la cosa pública. No porque no haya cosas que hacer, ni problemas. Pero faltan los mensajes que mueven a una nación, decisiones valientes, acciones arriesgadas, apuestas corajudas, en suma. Todo va orientado a conseguir la notoriedad del día. Por ello, emergen y no se olvida a los «grandes» del siglo pasado, líderes de verdad: Churchill, De Gaulle, Roosevelt, Luther King… También en el lado oscuro (Hitler, Stalin...) Este siglo parece no traernos a grandes como los de otros tiempos. Bueno, de malos parece que el torrente no cesa.
Con respeto a la opinión de cualquiera creo que, salvo la excepción de Barack Obama por su descomunal empatía y capacidad de comunicación (a pesar de los incompletos resultados que obtuvo) el resto de figuras lo intentan pero no llegan. O ni siquiera lo intentan. Muchas reuniones, muchos vuelos en avión privado para hablar de efectos invernadero y cambio climático pero ninguna acción concreta.
También mucho hablar de la invasión a un país. Mucha buena intención y condena «sin paliativos» pero respuesta escasa.
La propia figura del rey Carlos III, rey del Reino Unido y otros 14 reinos es la personificación del tiempo lleno de contradicciones que nos toca vivr. A pesar del boato y oropel de su coronación, a pesar del legado que recibe no parece que será uno más a tener sitio propio en la historia como lo han tenido algunos de sus antecesores (también su propia Madre). Es más que esperable que le toque una especie de «brexit» de países que hoy, todavía son parte de la Commonwealth y que se van a ir despidiendo de forma más o menos cortés.
No será un rey administrando unos reinos. Su reinado consistirá en ir «aligerando» peso.
Es el tiempo que nos toca, insisto. Pero si particularmente tuviera que hacer balance diría que los Don Jose (o Don Juan) el del balneario suben, muchos bajan.