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En España, podría decirse que los grandes ‘pucherazos’ han coincidido siempre con serios problemas acorde con la época que nos tocaba vivir. Los supuestos ocurridos hace unos días no deberían encuadrarse como tales, y sí, dentro de la clase astuta y timadora de la que en ocasiones hacemos gala.

El ‘pucherazo’ servía antaño como Ciencia Política para amañar elecciones, garantizando determinados resultados para el Gobierno en el poder. De sobra es conocido que las leyes electorales suelen cambiar a tenor y conveniencia del modelo político o corte ideológico del Gobierno en el poder. Épocas convulsas en nuestra Historia, las hemos tenido, las cuales fueron propicias para la consolidación de estos actos.

Históricamente, fueron las Cortes de Cádiz (1810) las que pusieron en marcha los sistemas electorales, intentando conciliar los intereses del conservadurismo y los progresistas.

El fracaso de la I República (1873-74) y la consolidación de dichos partidos, bajo la Restauración Borbónica, propiciando lo que hoy denominaríamos «una puerta giratoria» para que liberales y conservadores circulasen a su antojo hasta que llegara el desgaste respectivo.

Otra típica época convulsa, podría citarse, la llegada al poder de  Miguel Primo de Rivera  tras un golpe de Estado en 1925, constituyéndose una asamblea formada por los candidatos elegidos por el dictador.

La Ley para la Reforma Política de 1977, daba lugar al desmantelamiento del régimen, anterior creando una verdadera democracia. Las elecciones del 15 de junio de 1977 dieron lugar a la constitución de las Cortes. En la última conocida, la del general, se intentaba dar una falsa imagen de democracia a través mediante la convocatoria de ciertas elecciones en las que el pueblo votaba a lo que él imponía.

Recuerdo, viviendo en Barcelona (1970), un prototipo de estas: elecciones a procuradores en Cortes… ¡Inenarrable! En la referida con anterioridad a una de las épocas turbulentas, (1925), he venido citando, cada vez que el artículo lo requería, un Ensayo de Salvador de Madariaga, (1930) describiendo la Andalucía de entonces, titulado: España, alusivo al caciquismo imperante, con la famosa frase del autor: «en mi hambre mando yo».

No se trata en esta ocasión de que impere el hambre como en el año 30, sino más bien de «casposa astucia y pillerías locales» con la probable existencia de hasta intermediarios para posiblemente participar los 100 o 200 euros a repartir.

Hoy día, afortunadamente, el sistema aguanta estos envites, no debiendo otorgarle ni mucho menos, el rifirrafe del que hacen gala los partidos políticos, sobre los que también afortunadamente, conocemos sus estilos.

Si se pueden obtener algunas conclusiones sobre lo ocurrido, podría afirmarse al ser un fiel reflejo de cómo vive el país «a salto de mata» (huir o escapar por temor al castigo), y con la colección de fraudes que atesoramos, no habría que rasgarse las vestiduras, ni tampoco como sucedía en Medea, echarse tierra sobre la cabeza en señal de desolación.

Como manifestaba en otra Tribuna acerca de las sombras abstencionista sobre las elecciones, ya va siendo tiempo de ir pensando en un paréntesis preludio de una nueva Ley Electoral participativa, y que tanto parece preocupar a la clase política.