Texto y contexto. Memoria versus memez
Todo texto tiene su contexto. Hablar, escribir o comentar un texto sin antes haber estudiado o conocido personalmente el contexto [«entorno físico o de situación (político, histórico, cultural o de cualquier otra índole) en el cual se considera un hecho], puede conducir casi siempre a desviaciones, por aquello de que, consciente o inconscientemente, la ideología, más que la intención, lleva a arrimar el ascua a su sardina o a lo que los latinos decían: «traductor, traditor» (quien traduce, fácilmente traiciona).
En plena precampaña, como el que no quiere la cosa, (con escasa información y menos ruido, por si acaso), se llevan a cabo por el alcalde cesante inauguraciones sorprendentes. La del «monumentito» del Hospicio de León me ha sorprendido y por eso escribo sobre el texto de la placa y su contexto.
El profesor Ferrater, fino en su precisión, afirma que a veces se distingue entre el recuerdo y la memoria. Platón distinguía ambos términos, al recuerdo lo llamó «anámnesis» y a la memoria «mneme» o facultad de recordar. Para nosotros, afirma Ferrater, la memoria sería la facultad del recordar sensible, la retención de las impresiones y de las percepciones, en tanto que el recuerdo (reminiscencia) sería un acto espiritual, el acto por medio del cual el alma ve en lo sensible lo inteligible, de acuerdo con los modelos/arquetipos contemplados cuando estaba desprendida de las cadenas del cuerpo. El problema está en saber si nuestros recuerdos están o no influenciados por nuestra voluntad y hasta qué punto esa influencia los distorsiona/traiciona. El riesgo de traición (emocional/conductual), a la hora de la interpretación, aumenta con la distancia temporal y más en quien no vivió personalmente los hechos recordados y narrados por un reportero o un historiador. Cada intermediario, al describir, narrar o interpretar hechos o vivencias ajenas, deja una carga personal que, poco o mucho, enmascara la realidad original, hasta límites de tergiversación inaceptable. Esto suele suceder cuando sobreabunda la ideología, en detrimento de la realidad objetiva. Algún amigo, en discusiones sobre temas de antaño, me ha ofrecido, como argumento de absoluta veracidad/neutralidad, lo que se llama un «comunicado oficial». ¡Qué error! Si hay algo marinado, cocinado y podado hasta límites insospechados, en múltiples ocasiones, son los «comunicados oficiales». Algunos, por mí conocidos, llegan a parecerse a la realidad original, como un huevo y una castaña: ¡nada!
El filósofo Bergson define al hombre como «el ser que tiene memoria», que conserva su pasado y lo actualiza en todo lo presente; que tiene historia y tradición. Esta es la memoria psicológica, en cuanto retención, repetición y reproducción de contenidos pretéritos; sería como el re-cordar y re-producir estados o vivencias, propias o de otros, dentro de lo posible, al menos como aproximación creída. Por su parte William James dice de la memoria que es la re-aparición de un estado de ánimo del pasado, que va acompañado de un proceso emotivo de creencia. Retención y reminiscencia de los hechos pasados que James fundamenta en «la ley del hábito del sistema nervioso trabajando en la ‘asociación de ideas’». Pero cuando las ideas se basan más en ideologías que en hechos bien situados en su contexto, la realidad primigenia se nos ofrece prostituida y para servicio del poder de turno; toda una traición a la verdadera «memoria histórica». La memoria como recuerdo de algo pasado, según Bertrand Russell, puede llamarse «punto de vista del presente» y vendría a ser un acontecimiento psíquico que nos remite a alguna experiencia pasada.
Y aquí viene mi pregunta: ¿qué experiencia de lo plasmado en la placa del monumentito en el jardín del antiguo Hospicio se ha tenido en mente y han trasmitido a los jóvenes venidos de Alemania, Italia y Portugal y a los alumnos del IES P. Isla? Que me lo explique, por favor, la profesora de matemáticas que capitaneó esta experiencia del Erasmus. ¿Que el Hospicio de León fue un campo de concentración para los presos republicanos durante la guerra civil? Eso se pone en la placa, y yo pregunto: ¿acoger a las presas embarazadas, recluidas en el campo de San Marcos y traídas la maternidad del hospicio para que pudieran dar a luz con un mínimo de posibilidades para la vida de ellas y de las criaturas, convirtió al hospicio en un campo de concentración? Lo explico para quien sensatamente quiera responderme: hoy día, quienes subimos frecuentemente al hospital vemos con toda normalidad los furgones de la guardia civil y a los funcionarios armados, custodiando presos de Villahiero a los que se les prestan cuidados médicos en distintas especialidades. ¿Alguien, con dos dedos de frente y con sumo respeto hacia los guardiaciviles, podría afirmar con texto escrito y con fotos del Caule, que tal Complejo Asistencial Universitario es una cárcel o sucursal de la de Villahierro? No. Pues otro tanto hay que decir del Hospicio de León, y lo contrario es o ignorancia maliciosa o interés de arrimar el ascua a la sardina, sin pensar en el daño que se hace a personas e instituciones. Lo hecho, a mi juicio, es cualquier cosa, menos una investigación seria sobre lo que se movió en el Hospicio creado y financiado por el obispo Cayetano Cuadrillero (1786-1800), y por la Diputación (1852-1956).
Lo que sí deben saber los lectores y todos los leoneses es que durante la Guerra de la Independencia ocuparon parte del Hospicio los soldados franceses (1808-1812) y durante la Guerra Civil, hasta el 21 de marzo de 1949, igualmente ocuparon parte importante de las instalaciones los soldados del Regimiento de Infantería Burgos, nº 36. Y en esta época, por falta material de espacio, llegaron a dormir cuatro niños en algunas camas. Léanse las memorias del Hospicio, ¡cáspita! Y no confundan churras con merinas, aunque ambas sean ovejas. Un texto, fuera de contexto, huele a incesto, a trampa o a interés bastardo; y tratándose del hospicio, más bastardo, si cabe.
Un ruego pacífico, desde mi indignación por la falta de sensibilidad en quien urdió esta mentira rebozada para que nos la traguemos sin protestar: en nuestro Hospicio y en su casa de maternidad siempre se acogió a los más pobres y abandonados; madres embarazadas pobres de solemnidad, prostitutas embarazadas y sin techo donde cobijarse, a los niños y niñas abandonados hasta los 25 años y, por supuesto, a presas de los diferentes campos de concentración de León, que estando embarazadas, necesitaban atención básica por justicia elemental y seguro que también, de forma excepcional, algún preso por custodia especial del Regimiento allí acuartelado; pero ninguna de esas situaciones autorizan a nadie sensato para cubrir de sombra e ignominia a la que fue y será para la historia de León la mejor y mayor obra de beneficencia y atención social. Manchar la institución es manchar la memoria y el recuerdo de miles de niños, cientos de madres y cientos de cuidadores y educadores que dedicaron lo mejor de sus vidas para sacar adelante a lo más frágil de nuestra sociedad. Ni el centro fue campo de concentración, ni los internos, presos, ni sus cuidadores, carceleros de nadie. Bórrese de la placa esa sombra. Y no se me diga que nadie tuvo tal intención. Yo no juzgo intenciones, solo pido que los errores y lo ajeno al contexto se corrija; cuesta muy poco, aceptando que los organizadores no hilaron fino. Cambien, pues, el texto, porque está fuera de contexto; si no, este recuerdo o memoria será una gran memez, inaceptable y de dudosa finalidad, más aún, si la idea partió de un IES de León.