Diario de León
Publicado por
José María Merino, escritor y académico de la Real Academia Española
León

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La reciente cumbre internacional celebrada en León me ha hecho recordar esos olvidos tan a menudo recurrentes en la mala memoria española.

Dado que la cumbre tenía por objeto el parlamentarismo —«Reforzar la democracia fortaleciendo a los parlamentos»—, hubo, además de las autoridades de los parlamentos europeos, muy importantes invitados. A Claudio Sánchez Albornoz, quien habló de la Carta Magna Leonesa como anterior y más liberal y democrática que la inglesa, no se le pudo invitar por haber fallecido hace años; tampoco, y por la misma razón, a los profesores ingleses Procter y Myers o al gran historiador español Julio González y González, catedrático en su día de las universidades de Sevilla y de la Complutense, además de premio nacional de historia, a quien sin duda alguna debemos el conocimiento detallado de lo que  ahora se conmemora, esos Decreta de 1188 que él siempre llamó Constitución. ¡Nada menos que una Constitución en el siglo XII!... que muy bien puede ser considerada la madre de todas las constituciones. 

Porque los Decreta, compromiso del poder político con los ciudadanos para gobernar de una determinada manera, son claros y concisos, sin la profusa retórica que ha caracterizado a ese rosario de constituciones españolas que tuvieron principio en la de Cádiz de 1812. Los amigos de los Decreta los venimos leyendo en voz alta y públicamente todas las primaveras, desde 2017. En nuestra primera lectura prometimos invitar al rey para una segunda lectura. Tuvimos una amable respuesta de ánimo y apoyo. Ahora ha venido en acto muy solemne, rodeado de autoridades internacionales, nacionales y autonómicas. Nosotros no descartamos invitarlo de nuevo, nos gustaría que el rey esté con el pueblo leonés, sin intermediarios que nos representen equívocamente. Sería el mejor puente entre el pasado y el presente de una monarquía constitucional y democrática que en sus orígenes leoneses dio a Europa una lección que se mantiene vigente después de los siglos.

Entre los invitados que hubo en esta ocasión se trajo desde Australia al estudioso John Keane, que en su libro Vida y muerte de la democracia , en 2009, había mencionado a las cortes leonesas de 1188 como origen del parlamentarismo europeo. Mas me siento obligado a señalar que, antes de que Keane llamase la atención sobre ello, ya lo había hecho con insistencia Juan  Pedro Aparicio, como quedó suficientemente demostrado con la publicación  de su libro Ensayo sobre las pugnas, heridas, capturas, expolios y desolaciones del Viejo Reino en 1981, lo que confirmó mas tarde con un documental — La cuna del parlamentarismo — que él mismo dirigió cuando, como comisario para el 1100 aniversario del Reino de León, organizó la exposición El legado de un Reino en el palacio de los Condes de Luna. 

Juan Pedro Aparicio llevaba muchos años interesado en el asunto, y se puede decir que, en la estela de Claudio Sánchez-Albornoz, él ha sido el primero en la modernidad que ha recuperado el tema y lo ha defendido con sabia e incansable devoción, pues en su generación —que es la mía— quienes, como nosotros dos, cursamos Derecho, habíamos tenido que aprender que el precedente del parlamentarismo había sido la Carta Magna de Juan sin Tierra de 1215, lo cual es una rotunda falsedad, un mero reparto de poder entre los señores feudales y el rey, sin que el pueblo llano, como es el caso de los Decreta, tenga intervención alguna.

Me consta que Aparicio, mientras ejercía de director del Instituto Cervantes de Londres, conoció a John Keane y tuvieron, según me contó el propio Juan Pedro, un almuerzo con charla distendida y hasta cierto punto graciosa. Aparicio invitó entonces a Keane a León para  los actos del 1100 aniversario que estaba programando, pues, según le explicó, en España hacemos más caso a los ingleses que a nosotros mismos. «Yo haré —le dijo— de Gato con Botas, anunciando por los caminos la llegada de un supuesto Marqués de Carabás». Y algo así ocurrió, pues fue llegar Keane a León cuando ya desde el ayuntamiento de entonces se sopesó con urgencia la idea de hacerle hijo adoptivo. Hay que reconocer que Aparicio desempeñó muy bien su papel de Gato con Botas.

Y ahora, tantos años después, quien parece haber representado el suyo con enorme acierto es el marqués de Carabás, o sea John Keane, que ninguna responsabilidad ni culpa tiene en esa desmemoria española de la que hablaron en aquel encuentro londinense. Así las cosas, cabe preguntarse, si en la magna celebración se ha traído nada menos que desde Australia a John Keane, qué razón hay para que no fueran invitados al acto los dos leoneses que más han contribuido a ese reconocimiento de León como cuna del parlamentarismo: Juan Pedro Aparicio por haber rescatado del olvido los Decreta y la figura del rey Alfonso IX —el rey niño, como él lo llama— , y Rogelio Blanco, artífice de la inclusión del asunto en la Memoria del Mundo por Unesco.

Por desgracia, nuestra invisibilidad tiene muchos padres, el primero de ellos la ignorancia, el segundo el olvido, el tercero el papanatismo, que compartimos generosamente con el resto de España. Si no nos lo dicen los de fuera no nos lo creemos… La mala memoria de León —dentro de la desdichada memoria de España toda— es sin duda uno de los motivos de la desafortunada situación en que se encuentra  dentro del contexto nacional…

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