Salvemos la iglesia de Escobar de Campos
Aunque la amenaza de desplomarse viene desde hace algunos años, hoy los habitantes de Escobar de Campos perciben con mayor sobresalto lo peligroso que resulta el estado de la torre de la iglesia parroquial de San Clemente. El alarmante riesgo presagiado por las colosales grietas que recorren dos partes sustanciales de la edificación, sumadas al cada vez más avanzado desanclaje de las campanas, ya ha sido advertido repetidamente en los medios de comunicación. Supone, en efecto, un peligro potencial que no debe ser ignorado, ya que podría perturbar gravemente el día a día de la población y, en el peor de los casos, causar lesiones o poner fin a vidas humanas.
Como natural de Escobar pretendo llamar la atención a nuestras administraciones sobre la necesidad de preservar el espléndido patrimonio que nuestra iglesia atesora en su interior con el trance de desaparecer si no se hace el esfuerzo de recuperar también los elementos arquitectónicos exteriores. En el caso de la iglesia de San Clemente, como en otros, volver la vista atrás puede resultar revelador traer a la luz los alicientes históricos y patrimoniales que las autoridades competentes deberían también tener en cuenta para poner remedio a la actual situación.
Aunque los primeros registros documentales sobre la historia de Escobar nos remiten al año 960, sin embargo, el dato más importante sobre la iglesia se halla en el testamento de doña Inés Ramírez de Cifuentes. Sus últimas voluntades se manifestaban en estos términos: «Et mando a sant salvador descobar cinquenta mrs. pa repartimiento de la eglesia et a sant climente del dicho lugar descobar veinte mr. pa repartimiento de la eglesia». Para situarnos cronológicamente, conviene advertir que su testamento fue otorgado el 3 de febrero de 1362 en Villaverde de Arcayos ante Roy Sánchez, notario público en Cea. Ese dato cronológico revela que el actual templo de principios del siglo XVI sustituyó a la primitiva iglesia dedicada a San Clemente. Hoy, pese a su deplorable estado, nos encontramos ante un monumento original e interesante, no solo por su arquitectura singular, sino también por sus retablos.
De nuestra iglesia ya se ocupó en 1925 el insigne historiador del arte Manuel Gómez-Moreno quien describía «tres naves separadas por altos postes ochavados de madera con armadura central de par y nudillo y todo pintado». La armadura de la «Capilla posterior» la situaba siglo XVI. No hace ninguna referencia a la torre, la cual contrasta con el resto del edificio. Se trata de un notable inmueble del Renacimiento periférico con fábrica de sillería que precisa de urgentes obras para evitar su desplome.
Digna de protección es la armadura octogonal de la capilla posterior de estilo mudéjar y necesitada de una urgente rehabilitación. Joaquín García Nistal, profesor de la universidad de León, señala que «se eligió un lazo de retículo de composición continua, armónica y de gusto clásico».
Ineludible resulta la referencia a los dos retablos más importantes. El retablo de la capilla principal no es el original de la iglesia. Es del anterior del que derivan las pinturas encajadas en el actual, las cuales datan del siglo XVI. El retablo actual procede del año 1750. El 15 de mayo de ese año se firmó el contrato de construcción del retablo entre el cura de Escobar, don Mateo Lasso, y el escultor Gaspar Guerra, vecino de Sahagún. El precio, pagadero en tres plazos, sería de 4350 reales de vellón. La escritura fue otorgada en Grajal de Campos por el escribano Francisco Antonio Montañés y descubierta por el fraile carmelita descalzo Albano García Abad, quien en 1993 aprovechó la ocasión para publicar un artículo sobre nuestro retablo. De esa escritura se pueden extraer los siguientes datos: se estipulaba, como condición, la obligación de guardar las tablas del retablo viejo y la custodia o sagrario. El patrón San Clemente debería medir, incluyendo plinto y tiara, vara y media. Las figuras destinadas a ocupar los intercolumnios deberían ser las de San Andrés, San Roque y San Vicente. El Padre Eterno se mostraría de medio cuerpo, un poco inclinado y de medio relieve; lo mismo el San Andrés martirizado. Se matizaba que la obra sería sólo de madera, sin pintura. Por su parte, el retablo de la Dolorosa cuenta con seis tablas de pintura, hoy en condiciones deplorables. Irune Fiz Fuertes, profesora de historia del arte en la universidad de Valladolid, las ha estudiado al detalle y las sitúa en el tercio central del siglo XVI. Indica que fueron realizadas por un maestro anónimo, conocido como Maestro de los Santos Juanes, dedicadas a San Juan Bautista y a San Juan Evangelista. Razones editoriales aconsejan que no describa el magnífico y riguroso artículo de Irune Fiz sobre estas tablas. Sin embargo, cabe señalar la importancia de las ocupadas por San Sebastián, por el Papa San Fabián, por San Miguel, en su doble faceta de pesador de almas y vencedor del demonio, o por Santiago peregrino.
Termino apelando de nuevo a las autoridades competentes para que hagan un esfuerzo. La urgencia de ese impulso no necesita de mayor insistencia de cara a la salvación del patrimonio histórico-artístico, antes descrito, que tanto apreciamos los escobarejos. Es pequeño, pero es una parte muy importante de nuestra cultura. Y la cultura, como ya apuntara nuestro Miguel Delibes, «se crea en los pueblos y se destruye en las ciudades».