Diario de León

El Hospicio en la guerra civil: cuartel, polvorín y campo de concentración

Publicado por
José Cabañas González
León

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El 5 de julio en esta misma Tribuna don Casimiro Bodelón Sánchez, después de un despliegue de erudición, digno de mejor causa o resultado, concluía en el puro y duro ¡negacionismo! de un hecho histórico hoy incuestionable y hace tiempo establecido por no pocos historiadores de solvencia: que el Hospicio de León fue en nuestra última guerra civil uno más de los Campos de Concentración de Prisioneros de Guerra y Presentados dependientes del «Campo matriz» de San Marcos.

Me temo que anda don Casimiro tan sobrado de ánimo negacionista como falto de conocimiento de la Historia de León y de su Hospicio en aquel período. Solo así se pueden explicar las atrevidas afirmaciones que él mantiene. Desconoce don Casimiro la diferente situación de quienes estaban presos y presas (juzgados y condenados o a la espera de serlo) y quienes eran prisioneros de guerra (sin más «delito» que el de haber formado parte del Ejército de la República, el régimen legítimo), además de otros muchos datos históricos que hoy los especialistas dan por ciertos:

Al Hospicio como campo de concentración se refiere Lamparilla (Carmelo Hernández Moros, reportero de La Mañana y reconocido derechista) en una serie de artículos/reportajes en el falangista Proa (tan digno de crédito como el citado periodista, espero que también para don Casimiro) al final de febrero y principios de marzo de 1939, cuando, refiriéndose a la vida de los prisioneros en San Marcos, manifiesta: «...¿Cómo se llevó a cabo todo esto en los campos de concentración de nuestra capital, San Marcos, Santa Ana, Hospicio y Colegio Ponce de León?...». El mismo Lamparilla continúa contando en otro pasaje lo que sigue: «…Allí [en San Marcos] se guisa para todos los prisioneros de León: Santa Ana, Hospicio, etc...». Otro eminente derechista leonés (confío en que también suficientemente creíble para don Casimiro), Enrique González Luaces, escribía en su Diario: «Ya en agosto de 1938, cuando desde la Diputación Provincial se dirigieron al gobernador militar para que se evacuara la parte del Hospicio ocupada por los prisioneros, este se negó porque —dijo— se había comprometido a albergar a diez mil recluidos solo entre aquellos tres campos».

A mayor abundamiento, el mismo González Luaces anota como «en el Hospicio se daba una extraordinaria mortandad, acrecentada al hacinar a los expósitos para albergar también a prisioneros y tropas, y al que desde San Marcos, además de otros ya trasladados antes, se enviaban 30 menores, hijos de corta edad de presas allí recluidas, en noviembre y diciembre de 1937». ¡Cáspita! este dato, el del hacinamiento (mortal), parece que lo avala la propia Memoria del Hospicio, según afirmaba don Casimiro en su Tribuna.

Por si no fuera suficiente, añadimos el caso del prisionero «Manuel de Pedro Soberón, apresado en Infiesto en 1937, clasificado en el campo ovetense de La Cadellada y enviado a León, al Hospicio primero y de aquí a San Marcos» (muestra el historiador Javier Rodrigo en su obra de 2005), o la documentación del Archivo General Militar de Ávila referente a las «listas de prisioneros encausados agrupados por campos de concentración, entre ellos un buen número de recluidos en los de San Marcos, Santa Ana y el Hospicio a finales de septiembre de 1939».

Admite don Casimiro al menos el uso del Hospicio de León como acuartelamiento de tropas, «durante la Guerra Civil, hasta marzo de 1949, las del Regimiento Burgos 36» (dice él); Burgos 31, entonces, afirmo yo, y añado que el «Cuartel del Hospicio» alojaba a finales de junio de 1937 al 9º Batallón del Regimiento de Infantería Mérida 35 (radicado en Ferrol).

Pretende, por último, don Casimiro Bodelón en el escrito que con este le rebato, tras una argumentación referida a las presas que a su Maternidad eran llevadas desde la Prisión Provincial y San Marcos para alumbrar a sus hijos «con posibilidades para la vida de ellas y de sus criaturas» (dice), y que resulta extemporánea cuando menos, sustentar en ella su negacionismo sobre los usos poco edificantes del Hospicio leonés en la guerra y la posguerra. Pues bien, le contaré lo que de dos entre muchas de esas mujeres sabemos por sus respectivos Expedientes penitenciarios:

Gregoria Robles Fernández, de Valderas, de 23 años, casada, presa y condenada a muerte por hechos que toda Justicia que no fuera la revanchista, «al revés» y vengativa del franquismo no consideraría delictivos (por otros parecidos fue fusilado su marido), conmutada de la pena capital por su embarazo y enviada a la Maternidad, de la que sale en marzo de 1937 para seguir encarcelada en la Prisión Central de Mujeres de Saturrarán.

Emilia Gómez González, de 21 años, sirvienta, soltera, condenada a muerte, trasladada a la Maternidad el 26 de mayo de 1938, en su noveno mes de embarazo, devuelta a la Prisión Provincial el 17 de julio, y entregada al piquete de ejecución para ser fusilada en Puente Castro el 8 de agosto de 1938, cuando su hija apenas cumplía los dos meses de vida.

Todas las evidencias señaladas, y otras más, avalan el uso del Hospicio como campo de concentración durante un tiempo. Así y todo, mucho me temo que, como «no hay peor ciego que el que no quiere ver», el señor Bodelón las seguirá negando. Por cierto, hay también certidumbres de haberse usado además y a la vez que como tal y de cuartel, su pabellón de observación de dementes de polvorín de municiones, fiados en que tanto los hospicianos como los prisioneros que lo habitaban disuadieran, si era el caso, a la Aviación republicana de bombardearlo.

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