Mira, mira donde escondo la bolita (el trilero)
No salgo de mi asombro (es una manera de hablar) al escuchar a nuestro presidente del Gobierno responder a las preguntas o a las aserciones que le hacían recientemente los entrevistadores en diferentes cadenas de televisión. Nadie pone en duda las tablas que posee tras la mucha práctica que ha desarrollado al respecto con profusión desde pequeñito… Lo de dar la vuelta a la pregunta, hacerse la víctima de sus propias fechorías proyectando en los demás sus miserias, etc. no es nada nuevo ni espontáneo en él. Se presenta, arrollador, con la lección bien aprendida. Nadie le niega los éxitos o aciertos que haya tenido en su mandato como presidente del gobierno que él denomina únicamente y en exclusiva como progresista. Pero él necesita repetir y repetirse los éxitos, tratando de camuflar o negar, incluso, sus fracasos, no tolerando el escozor de su narcisismo herido. Llega, además, a tratar de engañar o confundir al personal cuando utiliza a su gusto conceptos tales como la justificación de los medios para conseguir los fines o la subjetividad de la mentira para negar la definición y veracidad de la misma.
Ignoro quién le ha asesorado sobre el trasfondo psicológico del mentiroso y cómo hay que hacer frente a las consecuencias de la mentira. Lo que me da la impresión es que él ha elaborado una «teoría» de lo más cachonda al respecto. Para empezar, él defiende que una mentira no lo es si él así lo decide apelando al ingrediente subjetivo de pretender mentir, que como es subjetivo no es objetivo… Si alguien le trata de hacer ver la endeblez de su tesis y el sofisma de su planteamiento, él se defenderá apelando, una vez más, a que no tenía intención de mentir (vuelve a mentir como un cosaco), considerando que pudo tratarse de un error involuntario y de cuya corrección ya se ha encargado en su momento. Y, cuando el entrevistador, con un mosqueo y un cabreo controlado, porque se da cuenta que le está tomando el pelo con sus ocurrencias chorras, le pone sobre la mesa ciertas afirmaciones o determinaciones hechas en un momento, y los hechos posteriores totalmente contrarios al original, él le responde, con una jeta que le llega hasta los pies, que, de nuevo y una vez más, la oposición malvada y retrógrada no diferencia que son las nuevas circunstancias (las que él considere oportunas, por supuesto) y la necesaria adaptación a las mismas las que le han obligado a obrar así y en beneficio, faltaría más, del conjunto de la sociedad progresista que él dirige y representa.
La cara que ponía el presentador era todo un poema (y no quiero ni imaginar lo que estaría pensando), quien, acostumbrado al buen rollo con los entrevistados, con este morlaco resabiado por tantas capeas, no acertaba a darle un pase en condiciones. Daba la impresión que estaba a punto, si intentaba ponerle unas banderillas negras que tanto se merecía, que podía sufrir una cornada por toda la ingle. Y es que, igual que no se pueden pedir peras al olmo, no se puede esperar la verdad del mentiroso «profesional» que defiende la mentira si no le interesa la primera.
Lo mismo acontecía cuando se trataba de diferenciar los medios del fin. Obsesionado con el fin aparente, y de su conveniencia, no le hacía ascos a negar otras consecuencias de los medios empleados. Por eso, cuando se le recuerda los indultos a la carta, el cambio del concepto de malversación en la cuestión catalana, el mirar para otro lado ante la injusticia de la penalización del uso de la enseñanza en castellano, etc., etc. la respuesta es que nunca se han hecho tantos avances en la normalización social y política de Cataluña. Y se queda tan ancho. Él sabe perfectamente que eso no es verdad, pero se escuda en el principio de que nadie pueda demostrarle que está mintiendo. Ocurre algo parecido cuando pretende, invocando los fallos o las fechorías de la oposición, justificar las propias, eximirse de su responsabilidad con el consabido «y tú más».
En otro momento en el que el periodista trata de recibir una respuesta concreta a una pregunta «sencilla» referente a su postura en el caso de que de él dependiese el que el Partido Popular pudiese gobernar sin apoyarse en VOX, nuestro presidente utiliza «el diálogo de besugos», como forma sublime de comunicación, respondiendo que a esa pregunta no procede respuesta alguna porque esa situación no se va a dar. El entrevistador no se da por satisfecho e insiste, ¿pero si esa situación se produjese? Es que no se va a dar, repite. ¿Cómo sabe Ud. que no se va a dar? Porque lo sé. O sea, el cuento de la buena pipa…
Otro insigne político respondía a lo que se entiende, políticamente hablando, por «sanchismo», definiéndolo con tres palabras, las tres comenzando por la letra eme: maldad, mentira y manipulación. Ahí queda eso, D. Pedro.
Las espadas estaban entonces en todo lo alto y eso le excitaba sobremanera a nuestro pavo real. A propósito del pavo, transcribo literalmente el llamado síndrome del pavo real: «Las personas que sufren del Síndrome del Pavo Real son adictos a la mentira y manipuladores por naturaleza, con tal de ocultar carencias, inseguridades y puntos vulnerables. Se alimentan de los aplausos ajenos. La vanidad en exceso delata carencias emocionales entre las que se incluyen el miedo al rechazo, a las comparaciones», etc.
Ya sé que el hasta ahora presidente es mucho más complejo, y que la referencia al pavo no ha sido más que una simple y pura coincidencia con la realidad.