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El filandón del siglo XXI

En la sociedad actual escasean las conversaciones, faltan lugares de puesta en común y los ladrones de atención electrónicos campan desde nuestras manos reclamándonos cada minuto para que entremos en los túneles de luz que son nuestros teléfonos. Incluso radios y televisiones están hoy mucho rato apagadas. Ya casi nadie habla

Publicado por
Mario Tascón
León

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Todo el mundo en la provincia de León y alrededores sabe que el filandón era una reunión de noche para compartir las cosas de la vida con los demás, a través de la conversación, chascarrillos, cuentos, chistes, anécdotas, requiebros amorosos, poesías, cotilleos o coplas. Eran otros tiempos y aquellas sesiones servían para mantener la identidad, para intercambiar informaciones y para entretenerse, sobre todo, en las largas noches de invierno mientras las mujeres, además, tejían y los hombres jugaban a las cartas, todos al calor de la lumbre.

La recuperación de la idea de los filandones a finales del pasado siglo, obra de los escritores leoneses, Julio Llamazares, Luis Mateo Díez y otros, los dotó de una capa más literaria que quizás los alejó en el imaginario popular del sentido original: una forma sencilla de pasar el rato y una conversación compartida por los vecinos. El poder de esta nueva visión que le dieron los escritores y su difusión a través de los medios de comunicación desvió el concepto haciendo patente la necesidad de conservar una tradición necesaria y recuperando la literatura, los cuentos y los relatos, como bien reflejó la película de Chema Sarmiento en 1984. Sin duda toda este contenido más literario formaba parte de los filandones originales, pero no era lo único.

Todos los babianos, también, establecen una división en el tipo de filandón: si son de tarde, antes de la cena, los denominan calechos y si son posteriores a la cena se les llaman filandones. Aunque los conocedores hablan poco de ello, la temática y la configuración también debían de variar, más allá de la hora, ya que en las reuniones de tarde se producía principalmente un repaso de la jornada antes de volver a casa acabadas las tareas diarias.. De hecho hay calles en los pueblos de Babia que se llaman «Calecho», seguramente porque eran el principal lugar de reunión para comentar la jornada. De alguna forma eran el equivalente de lo que hoy, en las ciudades, se denomina tardeo, o after work si uno prefiere el término en inglés del lugar, casi siempre un bar, donde entre cervezas y vinos la gente comenta el día al acabar la jornada laboral.

La llegada a principios del siglo XX de la radio reconfiguró las estancias interiores de las casas, especialmente la cocina y los salones, y ese medio adquirió un papel protagonista como bien aseguraba hace unos días Alberto González Llamas, autor del libro Los días del carbón más brillante. La radio, en Babia y en el resto del mundo, cambió nuestra forma de comunicarnos y se situó en el centro de las reuniones de las casas y alrededor de ella seguían girando los filandones pero instauró un monólogo. Toda la familia se concentraba alrededor de aquel aparato que nos mantenía al día de lo que pasaba, nos informaba sobre guerras, acontecimientos o nos entretenía con sus novelas, concursos o programas de humor. No hacía falta que nadie contara nada porque ya lo hacía aquel aparato protagonista ahora de las casas.

Posteriormente, y aún con más fuerza, llegó la televisión pero, a diferencia de la radio, el nuevo aparato electrónico solo convocaba a las horas exactas a quienes la querían ver y, en contraste con los modelos anteriores, requiere de toda nuestra atención ya que nos ocupa vista y oído y es difícil hacer a la vez otra cosa que estar pendiente de esa luz y sonidos que salen de la pantalla. Estas circunstancias fueron el arma definitiva para acabar con los filandones como se habían conocido durante siglos: ya nadie hablaba, al revés, todo era silencio salvo la voz de las series y los concursos y el resplandor de las imágenes catódicas.

La aparición a finales del siglo XX de las redes sociales y los teléfonos móviles disgregaron a las familias aún más y el consumo de relatos y conversaciones se dispersó por las habitaciones de las casas, se hizo más individual. Incluso estando en el mismo lugar vemos hoy a las personas enganchadas a las pantallas pequeñas sin apenas hablar con los que tienen al lado.

En la sociedad actual escasean las conversaciones, faltan lugares de puesta en común y los ladrones de atención electrónicos campan desde nuestras manos reclamándonos cada minuto para que entremos en los túneles de luz que son nuestros teléfonos. Incluso radios y televisiones están hoy mucho rato apagadas. Ya casi nadie habla y en todo caso solo nos escribimos pequeños mensajes de texto, en ocasiones incluso estando al lado.

Por ello creo que hay que reivindicar de nuevo los filandones, recuperar lo que hacían nuestros abuelos, potenciar la oralidad y el relato que escuchamos mientras los demás tejemos o jugamos a las cartas, volver a conversar.

Hace unas temporadas, en las páginas web de Antena 3, publicamos una guía para facilitar las conversaciones en familia y fue todo un éxito cuando pensábamos que igual mucha gente no iba a prestarle atención, pero no fue así: nos pedían ampliaciones, mejoras, nos sugerían ideas. La gente quería volver a conversar. Todo alrededor de una mesa, en un corro, delante de un fuego, en común. Como también sugirió Emilio Gancedo, coordinador de proyectos culturales en el Instituto Leonés de Cultura, aludiendo a un nuevo «Filandón 3.0» con base en la cultura oral pero con otras innovaciones.

Quizás es hora de reinventarlos un poco, adaptarlos a este siglo, que sean más teatrales, que incorporen nuevas tecnologías, que puedan tener imagen propia, más música, que mezclen temas, que vuelva el humor, los monólogos, incluso los podcast.

Creo que más que la definición canónica de filandón deberíamos pensar a futuro en nuevos filandones que sirvan para que las personas compartamos la conversación, que nos entrenen en la olvidada habilidad de hablar en público, de la oratoria, o, simplemente, en el placer de escuchar lo que otros quieren decirnos, lo que nos interesa, lo que nos entretiene. Y todo ello desde la oralidad, desde la misma base del lenguaje para la que no es necesario escribir, pero sí hablar y, sobre todo, escuchar, que quizás sea la habilidad que más hemos perdido en el siglo XX y estos primeros años del XXI.

En medio del mes de julio, con motivo de los filandones «Estar en Babia» que organizamos con el Ayuntamiento de San Emiliano y la ayuda de la Diputación de León, pudimos ver que cuando los contenidos son interesantes el formato del filandón funciona muy bien y a las personas les gusta. Es el poder de la narración y de las historias, como hoy reclaman Irene Vallejo, la autora de El infinito en un junco , y Yuval Noah Harari, el autor de Sapiens .

Como nos señaló David Iturralde, uno de los guías de Babia, durante nuestros paseos por la comarca: «En muchos sitios de España había filandones, pero nosotros les pusimos nombre». Es verdad. Qué importante es poner nombre a las cosas.

Una noche de este verano, saltándonos la definición oficial de la Real Academia Española que califica estas reuniones de «invernales», algunas personas de la zona planteaban melancólicos que estos encuentros eran de otro tiempo y que a la gente joven, a los famosos «milenials» que las marcas buscan hasta debajo de las piedras, ya no les interesaban, pero cuando el filandón languidecía en su final, Almudena Pascual, una chica muy joven de Candemuela, pidió permiso y se arrancó con una pandereta cantando coplas que había escuchado a su abuela. El pueblo de San Emiliano y al día siguiente el de Riolago y los turistas y veraneantes que la vieron la colmaron de aplausos.

El sábado, en Riolago, un nuevo filandón con música y hasta con una proyección multimedia de PowerPoint presentado por la brillante periodista Raquel Martos hizo de nuevo las delicias de oriundos y forasteros.

Al salir del Palacio de los Quiñones, regresando a las casas, quienes volvieron la vista al cielo pudieron observar junto a las estrellas fugaces que se ven en Babia como en pocos sitios, por eso es reserva de la Biosfera y parque estelar, una sorprendente hilera de luces en el cielo: los satélites del sistema Starlink del magnate de los negocios Elon Musk.

Hasta el cielo ha cambiado pero el poder de las historias sigue siendo el mismo.

¡Vivan los filandones 3.0!