Así, en confianza
Segundos de agobio —también de excitación— cuando de críos nos llevaban al circo y nos anunciaban que después de las acrobacias de los trapecistas venía el número final que, según se decía desde el centro de la pista, era que el artista principal saltaría de un trapecio al otro dando varias vueltas en el aire para luego engancharse al otro trapecio que un compañero/a habría lanzado sabiamente, para que trapecio y artista se encontraran en el momento justo. El que escribe recuerda que estos esforzados trabajos se llegaron a hacer sin red y sin arnés de seguridad. «Peligra la vida del artista», se escuchaba por los altavoces aumentando la tensión del momento. Y tanto.
El atleta dependía de su pericia, de su concentración y de su confianza en otros. No le podían fallar. No le iban a fallar.
Y es que la vida del humano no se entiende sin la confianza. De críos hacia unos padres, abuelos y una familia extensa que, por cierto, remedando modelos de familia de otros lugares son cada vez menos extensas. Con la confianza instalada se desvanecen miedos, temores instintivos, se suelta la mano en los primeros pasos porque si te tambaleas sabes que te sujetarán. Lanzados a la vida, como trapecistas con red, la confianza se genera y se deposita en alguien. El reto es confiar y que confíen en uno. Quid pro quo. Para pedir hay que dar.
La primera confianza es en uno/a misma y en las propias posibilidades. Luego van familia, amigos/as, pareja... Que duro es, por cierto, la pérdida de confianza depositada cuando ocurre y qué difícil recuperarla, si es que llega a ocurrir.
En el tiempo en que no somos niños, pero tampoco mayores de edad avanzada, es cuando se toman las grandes decisiones y las responsabilidades fuertes (emparejarse, hijos, trabajos, negocios…). Ahí es fundamental poder confiar en un sistema que permita estar centrado y no mirando desconfiadamente delante y detrás, a un lado y al otro. Particularmente, creo que esta es la gran diferencia entre los países «que funcionan» y los que no. Confianza en un sistema sanitario, justicia, seguridad en las calles y en las transacciones económicas. Y en un sistema educativo para que los tuyos puedan progresar y perpetuar el mismo sistema. En definitiva, que las cosas puedan al menos mantenerse.
Hemos tenido elecciones otra vez en donde nos han pedido confianza que prometen devolver. Pasada la campaña llena de promesas volvemos a lo cotidiano que no es otra cosa que un sistema que se muestra inestable: en unidad nacional, en educación, en justicia (lenta), en gestión deficiente del recurso público. Pero siguen prometiendo una catarata de mejoras que irán llegando: subida de salario mínimo, subida de pensiones, dinero para los adolescentes, toda una cultura «woke» que alguien tendrá que pagar. Eso sí, sin amarrar lo anterior. Particularmente me cuesta confiar en que tanta promesa sea posible cumplir a lo largo del tiempo.
La suma sigue: leía en la prensa que una comunidad autónoma española (de momento) quiere impulsar a toda costa las expropiaciones forzosas de viviendas cuyo dueño, por sus razones, no tenga ocupada. Expropiar ni más ni menos. Con ese lenguaje tan tranquilizador, que tanta confianza hacia un gobierno traslada.
Se advierte en general una sensación de euforia en los que han ganado y decepción en los que han perdido (aunque no se sepa realmente quienes son unos o los otros) pero no de responsabilidad por ofrecer confianza a los ciudadanos para que todo siga en marcha, pase lo que pase.
Así, en confianza lo que sí se puede decir es que lo prometido es deuda. Pero en otro sentido.