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Como es sabido la urna es un objeto material que sirve para llenarla de opiniones; por ello es también un objeto inmaterial que lleva en su contenido inmateriales valores —se supone— para formar una decisión política; para cumplir así lo que ofrece la Declaración Universal de los Derechos Humanos: «Todo individuo tiene derecho la libertad de opinión (art.19)… y a participar en el gobierno por medio de representantes libremente elegidos»(art. 21).

De manera que lo que contiene la urna no es un simple papel (voto) sino la opinión para formar, en su caso, la opinión general de Gobierno, que tal como nos dice la Constitución en su artículo 6, a través de los partidos políticos.

De esta manera los papeles (votos) que contiene la urna nos lleva a una forma de gobierno del Estado irremediablemente ideologizada, que en caso de que se gobierne en coalición varios partidos se crea un totum revolutum de tendencias, expresiones y decisiones que son: contradictorias, minoritarias, a veces antidemocráticas y, por ello, ingobernable.

Esta no es la misión de lo que salga de las urnas, ni por fin, es un gobierno democrático. Cuando Alain Touraine se preguntaba en ¿Qué es democracia? , se contestaba: «La democracia es la organización social, y del poder político en particular, a un objetivo: la liberación de cada uno»(pg. 401).

De forma que quien de una decisión unitaria o en afiliación de un partido político hace uso de la urna hace uso de su libertad como valor y que, por ello, debe de ser respetado por la organización política que le gobierna, pues como sigue diciendo Touraine: «… estos dirigentes (deben tener) la representación de los intereses de la mayoría, la ciudadanía y la limitación del poder por los derechos fundamentales… (pg. 265).

De esta manera se cumpliría el objetivo primordial de nuestra Constitución que proclama en su Preámbulo, la garantía de la expresión popular y la convivencia democrática».

Entendemos, por tanto, que la urna —su contenido— debe de contener unos valores que cumplan todo los objetivos de la verdadera democracia. Ya sabemos que hay varios apellidos de ella, tales como democracia popular (de corte totalitaria), democracia orgánica (a favor de sociedades y con un solo mandataria), democracia cristiana, etc. Pero la verdadera y que lleve el valor inmaterial de convivencia solo es aquella que, aprobada legalmente por la mayoría lleve a cabo la convivencia que henos citado. Quien se haga cargo del contenido de las urnas no puede hacerlo ni personal ni exclusivamente ideológizado, ni en beneficio de una parte de la ciudadanía. Porque el político —tanto personal como orgánicamente— no está al servicio del partido ni del grupo mayoritario o de menor cuantía, está, por encima de todo, al servicio de la Nación que es el conjunto de la ciudadanía que expresó su valor con el voto. Aquellos que se rijan por la idea de favorecer a un partido, grupo de regionalidad no están inversos en lo que contienen la urnas que es, precisamente, el valor democrático, en su sentido legal de la palabra.

Lo que sale de las urnas no es para tomar decisiones que rompan la tradición social como valor indeleble, No están para dictar leyes que vayan en contra de las decisiones de expertos. Lo que salga de las urnas no les da la prerrogativa a los políticos para enmendar las leyes a favor de individualidades ni dictar leyes en beneficio de un grupo o una comunidad. O, como es el caso, quieren sustituir a la Real Academia de la Lengua con nuevos términos (no se pueden llama palabras), como esos de niño, niña, niñe —que cada vez que lo leo me dan ganas de vomitar— o la nueva expresión de matria, como femenización de todo lo que nos envuelve; aludiendo que la palabra ya fue dicha por algunos autores; se cita a Unamuno, qu en efecto, lo dijo de el prólogo de La Tía Tula : «Hablamos de patrias y sobre ellas de fraternidad universal, pero no es una sutileza lingüística el sostener que no pueden prosperar sino sobre matrias y soronidad». No obstante hay que citar —de paso— el concepto de patria que expresaba don Miguel: «…la patria chica y la gran patria, surgirá la patria completa y pura, la de los hombres emancipados de la tierra» ( Ensayos, pg. 18).

Sobre este concepto espurio de matria no hay que dar más vueltas que lo que dice la Constitución Española: «… indisoluble unidad de la Nación española, patria común e indivisible de todos los españoles». De tal suerte que no es misión de los políticos ni de los partidos definir nuevamente la Nación española a la que hay —como dijimos más arriba— tenerla para servirla no para servirse de ella. La política es un acto de servicio por mandato de los valores democráticos que salieron de las urnas, no al socaire de las ideas más sofisticadas o las ocurrencias de los más osados. Y eso pasa, en efecto, por los mandatarios de ideología marxista que, como se sabe, se decía que: «Los obreros no tiene patria… el proletariado debe de conquistar el poder político… constituirse en nación…».

Por eso, en este caso, se usa el término de matria para evitar aludir al mandato de la Constitución sobre la Patria: ni siquiera podrían ampararse en el concepto sentimentaloide de madre patria.

En fin, que del elemento material de urna, nacen unos valores democrático que no pueden ampararse ideología caducas y, desde luego, no acorde con el carácter democrático que impera en la Unión Europea.

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