Diario de León
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Hace unos días, por San Roque, me acoplé a una presentación de libros, junto con Ruy Vega, Berta Pichel y Amador Fonfría, en mi pueblo, que es Vega de Valcarce. En mi caso se trataba de los dos volúmenes de Nós tamén temos historia , obra de mis alumnos.

La presentación transcurrió sin novedad, los editores vendieron libros, nosotros los dedicamos y todos nos tomamos un vino y unos pinchos por cortesía del Ayuntamiento.

Finalizado el acto, dos o tres personas me recriminaron que mi presentación hubiese sido en gallego; algo que, para mí, no tiene mucho sentido, ya que el gallego es la lengua del país, es la mía y, además, los dos volúmenes están escritos en gallego.

A la sentencia de que estamos en la provincia de León, respondí yo diciendo que la provincia todavía no tiene doscientos años, mientras que la lengua se lleva hablando aquí de forma ininterrumpida desde hace más de mil.

Estas críticas vienen a sumarse un poco a las que estamos recibiendo quienes defendemos la rotulación bilingüe de nuestra toponimia o, lo que es lo mismo, oficializar de alguna manera los topónimos tradicionales, como mínimo de los pueblos y aldeas.

A Galicia se le acusa de injerencia, cuando el propio Estatuto de Castilla y León, en su artículo 4, recoge que «Gozarán de respeto y protección la lengua gallega y las modalidades lingüísticas en los lugares en que habitualmente se utilicen.» Por otra parte, los estatutos de la Real Academia Gallega incluyen, entre las finalidades de la misma, la defensa y promoción del idioma gallego (art. 2), mientras que en el art. 4 dicen textualmente: «Se entiende por idioma gallego el propio de Galicia, así como sus variantes habladas en los territorios exteriores (Asturias, León y Zamora)».

La situación en la zona occidental del Bierzo no es distinta a la existente en la Galicia predemocrática, con los topónimos castellanizados a lo bestia por los funcionarios del Estado liberal decimonónico. Al oeste de Piedrafita se recuperaron las formas tradicionales, al este todavía no.

De la misma forma que decir Sanjenjo es una auténtica gañanada (la traducción al castellano sería San Ginés), también lo es Teijeira o Barjas. Con todo, hay que decir que, durante estos casi doscientos años, estas formas adquirieron uso, por lo que podría ser recomendable que ambas coincidiesen en la señalización viaria. De cualquier forma, los ayuntamientos tienen potestad para modificar la toponimia menor, pero no el nombre del ayuntamiento.

Resulta también curioso leer la documentación del Antiguo Régimen, en la que los escribanos castellanos del Estado de Villafranca, por poner un ejemplo que conozco, trataban de buscar una forma para escribir el sonido /f/ y escribían Campo Roggio para Campo Roxío, que es un lugar acasarado próximo a Ambasmestas. También el último notario de Vega de Valcarce escribía Valiña do SSardón para decir Xardón.

Se daba en esta época una convivencia entre formas autóctonas y traducciones «de aquella manera». Así era frecuente leer Valbuena, Balbuena, Valboa o Balboa, mientras que en otros casos se decantaban por las formas tradicionales como Lagua de Fontemulleres para designar a lo que ahora llamamos Laguna de Castilla. Destacar que el apellido «de Castilla» es posterior a la división provincial y se le aplicó en contraposición con la otra Laguna, perteneciente esta última a la parroquia de Cebreiro, a la que apellidaron «de Galicia», sin que en este último caso triunfase la propuesta.

Por lo demás, la situación actual del idioma gallego en nuestra tierra no es muy distinta del resto de Galicia. O sea, en claro retroceso, agudizado aquí por la despoblación.

Así, recuperar y oficializar las formas tradicionales de nuestra toponimia no es, pues, solo cuestión de justicia, sino también de sentido común y, por supuesto, de cultura y de educación.

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