Diario de León
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Si iniciarse como profesor ya supone un enorme reto, si lo haces con cincuenta y dos años, como fue mi caso, la cosa todavía se complica un poco más.

Al dominio de la materia hay que añadirle la necesidad de ganarte a los alumnos sin que se desmanden, toda vez que en los treinta y cinco años que pasaron desde la última vez que pisaste un aula de secundaria cambiaron muchas cosas.

En mi caso, me tocó empezar en un instituto urbano con fama de conflictivo, impartiendo clase a cuatro grupos de primero de la ESO, con treinta alumnos por clase, en los que tenía toda la variedad posible (alumnos con Asperger, autistas, sordomudos con intérprete, minorías que pasan de todo, etc.) y sendos grupos de Historia del arte e Historia de España en segundo de bachillerato, con la presión de la EVAU.

Una vez que aterrizas y te empiezas a sumergir en la realidad diaria, te encuentras con compañeros que son partidarios de la innovación educativa, frente a otros más tradicionales; con profesores que usan el libro de texto, mientras otros prefieren utilizar sus propios apuntes.

En ese primer año, para mí, la opción del libro de texto venía impuesta por las circunstancias, aunque también tuve que preparar materiales, debido a los cambios que se iban a producir en las EVAU y que nos comunicaron la mitad de partido.

Aunque mis materiales no superasen al libro de texto y me diese muchísimo trabajo prepararlos, esa opción me parecía la más comprometida, aunque inviable a corto plazo. Ya buscar vídeos y otros materiales que complementasen al libro ocupaba una buena parte de mis tardes noches.

Durante el segundo año, un día encontré en la biblioteca un libro que lleva por título Enseñar como en Finlandia . Lo cogí y me puse a leerlo inmediatamente. Si trataba del sistema educativo del país de Europa con mejores resultados en los informes PISA, algo se podría aprender. El caso fue que encontré algo completamente distinto de lo que esperaba.

A lo largo de sus páginas, su autor, Timothy D. Walker narra su experiencia como maestro novato de primaria en los Estados Unidos y como, tratando de ser innovador y comprometido, acabó por tener que coger una baja por estrés y ansiedad. Como su esposa era finlandesa, decidió aceptar un puesto como maestro de inglés en ese país. Y, contrariamente a lo que yo esperaba, me encontré con la descripción de un sistema educativo completamente tradicional, sin excesiva tecnología y nunca puntera, con libros de texto, sin educación por proyectos, a no ser de manera transversal. Como aspectos diferenciados a lo que estamos acostumbrados, destacar la importancia que le dan a las actividades al aire libre, a la ventilación de las aulas entre clase y clase; así como a la secuenciación diaria, consistente en clases de tres cuartos de hora seguidas de recreos de quince minutos. También llama la atención su forma de resolver los conflictos a través de la mediación.

Como nos indica Pascual Gil Gutiérrez en su libro Schola delenda est? , si en su día se miró a Finlandia, era porque se trataba del único país occidental que destacaba en una lista, en la que los primeros puestos estaban ocupados por los países del extremo Oriente, y también por el vértigo ideológico de copiar un modelo basado en la exigencia y en la disciplina como es el oriental. Así nos encontramos con un modelo, el finlandés, que Pascual Gil define como «el más tradicional donde los haya».

Recuperado de mi sorpresa, entendí también lo que Timothy Walker quería expresar cuándo decía que para que los alumnos sean felices, el profesor tiene que serlo previamente.

Por mucho que te rompas la cabeza a preparar apuntes, va a ser difícil que éstos superen al libro de texto, y lo único que puedes llegar a hacer es quemarte. Además, si todos los años impartieses las mismas materias, esto sería viable, pero como cada año son diferentes, cuando vuelvas a utilizar, con posibilidad de mejora, esos apuntes, seguro que ya cambió la ley educativa y tienes que volver a empezar de nuevo.

Por lo que respeta a Finlandia, le pasó cómo a algunos restaurantes reconocidos con una estrella Michelin. Nada más recibirla, empiezan a cambiar para ser dignos merecedores de la nueva categoría y, por eso mismo, acaban por perderla. Eso mismo le pasó a Finlandia, ahora ampliamente superada por China, Singapur, Japón, Macao o Hong-Kong.

Esto último no debería sorprendernos. Lo realmente sorprendente es que mucha gente siga pensando que Finlandia consiguió esos resultados en base a la innovación educativa.

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