La extensión de las hostilidades
En una época marcada por el individualismo y la indiferencia, tenemos que activar el encuentro y no el encontronazo, la comunión en la unión de vínculos y no la división, la amistad y no la enemistad entre pueblos, que lo único que genera es rencor y miedo en los pulsos. Conscientes de esta oposición, se requiere de todos los apoyos humanitarios posibles, fortaleciendo tanto la seguridad alimentaria de las poblaciones como reforzando otras atmósferas más solidarias, con habilidades sociales y vocación de servicio incondicional. Me emocionan, por consiguiente, esas gentes de acción entregadas totalmente a trabajar coaligadas para mostrar hospitalidad y ayuda.
Ciertamente, para conseguir la concordia, se requiere fortaleza de espíritu y coraje de autenticidad, mucho más que para hacer la guerra. Hay que armonizarlo todo, con negociación y diálogo sincero, respetando los pactos y no impulsando las provocaciones, vertiendo sinceridad en el movimiento de los labios y llenando la brisa de franquezas y no de dobleces, antes de que el tiempo nos envuelva de oscuridad y pasemos a engrosar la multitud de savias destrozadas o de esperanzas abatidas. Quizás tengamos que ser cada aurora personas de bien, rimadores de sonrisas, para que visualicemos otros modos y maneras de cohabitar sin llantos.
Sea como fuere, tampoco podemos caminar bajo el cañón de las contiendas. Desde luego, todas las iniciativas de paz que se pongan en marcha son fundamentales para este momento tan convulso que vivimos. Sin apoyo internacional, ningún conflicto se aminora. Nos hemos globalizado y esto requiere que nos hermanemos de igual forma. La falta de seguridad generada por la riada de hechos violentos y la ramificación de las discordias, crea un caldo de cultivo propicio para quienes trafican con vidas humanas y negocian con armas. Está visto que tenemos que desarmarnos y armarnos de aguante, si queremos ser heraldos de una nueva esperanza para la humanidad.
Deseo pensar que cada uno de los liderazgos es un verdadero servidor de la causa existencial como familia. Vivir es un deseo que anida en los interiores de cada cual. O al menos debería ser así, porque se trata de un bien natural innato con distintos ritmos para soñar, mientras nos renovamos. Fuera, por tanto, contaminaciones absurdas. Sin embargo, las violaciones del derecho internacional son cada vez más comunes. Las amenazas, también cada vez son más complejas. Nos falta confianza en nosotros mismos, ser poeta en guardia permanente y universalidad en las entretelas para continuar amando. En la medida en que se ama es como realmente se vive.
La hostilidad lo debilita todo y arruina. Por eso, es vital salir de este ambiente de contrariedades, que nos deshumanizan por completo, requiriéndonos de la fortaleza necesaria en la lucha por permanecer coherentes con los propios valores y principios, además de poseer la paciencia necesaria para soportar ofensas y ataques injustos, incluso entre incomprensiones y antagonismos. Urge, en consecuencia, permanecer firmes y decididos en el camino del bien, volver a la senda de lo verídico antes de que la extensión de la pugna al ciberespacio y al espacio ultraterrestre nos deje sin futuro. Porque en realidad, en nuestro mundo fracturado y atribulado, lo que se nos demanda es coexistir como hermanos y no como adversarios o enemigos.
Sin duda, estamos aquí para custodiar el mundo que hemos recibido de nuestros antepasados, pero igualmente para protegernos entre sí, derribar los muros de la enemistad y retomar los lazos de la relación; bajo los abecedarios del amor y la amistad a lo diverso, asegurando que supone un beneficio inmenso para todas las sociedades. En cambio, la apología del odio y la venganza que constituye una incitación a la intimidación, tiene que cesar, mediante más conversaciones y un mayor recobro de un entendimiento común, en interés del linaje. Indudablemente, nada se reconstruye sin voluntad.
En efecto, bajo las alas del buen hacer y mejor disponer, templamos el carácter, desafiamos el infortunio y afrontamos con ganas, llegar a los albores de lo armónico, que es lo que verdaderamente nos tranquiliza y serena, invirtiendo en cohesión social y fortaleciendo los valores de clemencia, consideración y fraternidad. Creo, en suma, que el vocablo que más nos interesa cultivar es el de la integridad, al menos para poder confesar faltas y reconocer errores, comenzando porque proliferen más los arsenales diplomáticos que las bombas y acabando por tender puentes y extender abrazos. Pues que… ¡Viva la cultura del abrazo, cultivado corazón a corazón!