Diario de León
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En apenas un par de días he visto casi del tirón los ocho capítulos de la miniserie El cuerpo en llamas de los directores Jorge Torregrosa (Fariña) y Laura Mañá (Ni Dios, ni patrón, ni marido), en Netflix, con guion de Laura Sarmiento (Intimidad). Un thriller basado en una historia real que conmocionó a la sociedad española: el conocido como crimen de la Guardia Urbana de Barcelona.

Resumiendo los hechos, me refiero a los que figuran redactados en el atestado policial que he tenido ocasión de leer, la agente de policía Rosa Peral (42 años), destinada en la comisaría de la Guardia Urbana del distrito de Ciutat Vella, tenía, en efecto, «el cuerpo en llamas», valga la expresión; mantenía simultáneamente tres o cuatro relaciones con sus compañeros de patrulla que, a su vez, solían estar emparejados con otras agentes en un hábitat endogámico que se da a menudo en estas y otras profesiones, sin que ello sea una rareza o digno de reproche.

Después de vaivenes, rupturas, infidelidades, celos y relaciones tóxicas, Rosa y en ese momento su amante y Mosso d’Escuadra, Albert López (39 años), asesinaron en mayo de 2017 a Pedro Rodríguez, guardia urbano y novio de la mujer, con el que vivía. Posteriormente quemaron su cadáver en el interior de un coche en el pantano de Foix e intentaron cargarle el muerto al primer exmarido de ella, agente de la policía autonómica catalana, que se libró por los pelos de pasar injustamente por el calabozo.

Por el crimen con alevosía, Rosa y Albert fueron condenados por un jurado popular a 25 y 20 años de prisión, respectivamente. Rosa Peral, inconformista por naturaleza, lleva cinco traslados de centro penitenciario por mala conducta. En Brians 1 es inseparable de Ángela Dobrowlski, exmujer del productor televisivo Josep María Mainat, acusada de intentar su asesinato, y de Angie, autora del denominado «crimen perfecto» por matar a su amiga íntima para cobrar los seguros. Pocas veces el true crime ofrece, ni siquiera en la mejor literatura de género, un trío semejante de viudas negras bajo el mismo techo.

Hasta aquí los hechos. Ahora, el celuloide, aunque no es mi propósito aprovechar esta tribuna para hacer una reseña cinematográfica; lo aclararé al final.

A Rosa y Albert, personajes principales de El cuerpo en llamas le dan vida dos intérpretes de la talla de Úrsula Corberó (La casa de papel) y Quim Gutiérrez (El padre de Caín). La clave del metraje, tomando el suceso criminal, es la pasión tormentosa, el sexo, el morbo de los triángulos e incluso cuartetos de los agentes y, por supuesto, la conducta del mal gratuito. Quedan muy bien trazados los perfiles psicológicos de los implicados. La miniserie tiene sin duda todos los ingredientes para ser un éxito de pantalla. Conozco el paño. El propio título El cuerpo en llamas la define magníficamente en su, al menos que yo advierta, triple sentido: el truculento ardor de mujer fatal de Rosa, el cadáver ardiendo del agente Pedro en el maletero del coche, y el propio cuerpo policial a punto de incendiarse por…, digámoslo así, la lujuria que se testimonia en la sala de taquillas.

Y dicho esto, el corolario. Tener relaciones entre colegas no está recogido en el Código Penal. Tampoco es insólito en ningún oficio. El roce lleva al cariño, o al derecho a más roce consentido. Ser infiel o tener amante es una deslealtad y una falta de ética que nadie desea, aunque para todo existen excepciones extravagantes; ahí entraríamos ya en terreno de la moral particular. El adulterio y el «amancebamiento», castigados con hasta 6 años de cárcel, se despenalizaron en 1978. Por contra, ser un corrupto, actuar parcialmente en el servicio, excederte en el deber o mirar para otro lado sí son, entre otras maldades, infracciones punibles. Planear el asesinato de tu pareja sentimental y llevarlo a cabo, siendo además agentes de policía, de cualquier cuerpo, no sólo es un gravísimo delito contra la vida, sino un horror que merece el reproche social más contundente. La serie El cuerpo en llamas lo pone de manifestó. Si tienen tiempo, véanla, merece la pena.

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