Cuando las barbas de tu vecino...
Llegará un tiempo en el que las grandes corporaciones del bisnes petrolero, ahora vedettes del tinglado de la farsa, deberán hacer frente a lo que ya sufrieron sus colegas del tabaco: masivas demandas por los daños causados a la salud personal (y también ambiental) por las emisiones derivadas de la combustión del crudo.
Sabemos que existen ya informes muy claros sobre la toxicidad de esas emisiones pero nadie parece querer hacer fuerza bastante para darlos a saber. Existe un convenio manifiesto entre los diferentes beneficiarios del negocio petrolífero —entre los que destacan, naturalmente, los propios gobiernos— que impide difundir masivamente cualquier información perjudicial para ellos.
Las compañías no dudan en derrochar los millones que sean necesarios para silenciar (con el soborno o el chantaje) a quienes amenazan sus cuentas de resultados. Los sindicatos no permiten que se ponga en peligro la estabilidad en el trabajo de cientos de miles de operarios. Y los gobiernos prefieren traicionar su función primordial: salvaguardar la salud pública de sus administrados, a cambio de unos miles de millones en impuestos que son, a la postre, el anzuelo más eficaz en la pesca de votos.
Debieran ser los particulares los que acabaran con esta infamia que lleva a enfermedades sin remedio a millones de personas. Pero los particulares preferimos seguir mudos para no sacrificar el más venerado de nuestros ídolos: la comodidad. Y nos consolamos con la frágil promesa de lo que ahora llaman la transición energética. Algo que llevara uno poco mas de tiempo del que pregonan los clarines de Palacio. La historia nos enseña con qué triste frecuencia se repiten los errores para desdicha de quienes los habrán de padecer.