Diario de León
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El pasado martes 19 de septiembre daba comienzo la Tercera Guerra de Nagorno Karabaj, finalizando el miércoles 20 con la rendición del gobierno de la República de Artsaj, que es el nombre que le dan sus habitantes armenios a este antiguo oblast soviético, sin que la madre Armenia acudiera en su ayuda. Una de las guerras más cortas de la historia y también una de las más esperadas. El caso es que la rendición de esta pequeña república no reconocida es también la rendición de Armenia; aunque podemos considerar que los armenios ya se rindieron en abril de 2021, cuando reeligieron a Nikol Pashinian como primer ministro.

Atrás queda la victoria armenia en la Primera Guerra, que se desarrolló entre 1988 y 1994. El acceso a los arsenales de la desaparecida Unión Soviética, el apoyo tácito ruso y la audacia de comandantes como Monte Melkonian, permitieron a los armenios, no solo derrotar a Azerbaiyán y conservar Nagorno Karabaj, sino también tomar territorio azerí y unir a las montañas de Karabaj a la República de Armenia, estableciendo una vía de comunicación a través del corredor de Lachín.

Cuando el entonces presidente, Levon Ter-Petrosian, quiso negociar un acuerdo de paz a cambio de la devolución de los territorios conquistados, fue acusado de derrotismo y obligado a dimitir por los hombres de Karabaj, como Robert Kocharian y Serzh Sargsian, que lo sucederían en la presidencia. Aún pesaban en la memoria los pogromos cometidos por los azeríes contra la población armenia de Sumgait, Kirovabad y Bakú. Durante años, con alguna que otra escaramuza, se mantuvo el status quo. Mientras tanto Azerbaiyán no dejó de vender gas y petróleo, alcanzando unos niveles de desarrollo muy superiores a los de una Armenia carente de recursos naturales.

En 2003 Ilham Aliyev sucedió en la presidencia de Azerbaiyán a su padre, Heydar, el perdedor de la primera guerra. Durante todo este tiempo, esta familia de sátrapas se mantuvo al frente de un régimen corrupto y poco respetuoso de los derechos humanos, pero blanqueado, de cara al exterior, a base de petrodólares.

Su llegada al poder coincidió con la de Recep Tayyip Erdogan, quien convertiría a Turquía en un actor imprescindible en la geopolítica de Oriente Próximo, así como en una potencia en la fabricación de drones, esa nueva arma tan simple cómo efectiva. También se convertiría él mismo, curiosamente de etnia laz, en campeón del panturanismo, o sea de fomentar la unidad de todos los pueblos túrquicos, entre los que se encuentran en un lugar destacado los azeríes.

Mientras tanto, en Armenia, el intento de perpetuarse en el poder de Serzh Sargsian, pasando a ser primer ministro y ampliando las prerrogativas de ese cargo, facilitó el ascenso al poder de un periodista populista, Nikol Pashinian, el hombre de Soros en Armenia.

Las manifestaciones que constituyeron la Revolución de Terciopelo de 2018, seguían pautas idénticas a las de todas las «revoluciones de color», como la Revolución Naranja o el Maidan en Ucrania, los intentos frustrados de Bielorrusia o Kazajstán, y especialmente a la «Revolución de las Rosas» georgiana. Todas ellas financiadas y promovidas por las fundaciones de Soros y siguiendo el manual de Gene Sharp.

En todos los casos se trataba de venderles a estos pueblos ex-soviéticos las ventajas de volver la espalda a Rusia y pertenecer al mundo occidental. En el caso georgiano, el actual gobierno, que entendió la necesidad de mejorar las relaciones con Rusia, el vecino del norte, se enfrenta a constantes movilizaciones promovidas, entre otros, por la presidenta Salomé Zurabishvili, antigua embajadora de Francia en Tiflis, reconvertida en ministra de asuntos exteriores de Saakashvili.

La presión de la calle llevó al poder la Pashinian en 2018 quien, ya desde el gobierno, validó su puesto en las elecciones de diciembre de ese mismo año. Desde el momento de su elección, Pashinian empezó dar la espalda a Rusia, con quien Armenia había suscrito un tratado de defensa mutua (no incluye Artsaj).

A partir de ese momento Aliyev supo jugar sus cartas. Con el apoyo de Turquía atacó Karabaj en 2020, en plena pandemia mundial. Armenia acudió a socorrer a sus hermanos de Artsaj, pero pronto se demostró la superioridad azerí. Con la mediación de Rusia se logró un alto al fuego, cuyas condiciones incluían, entre otras cosas, la pérdida de los territorios azeríes conquistados en la primera guerra y de parte del antiguo oblast, incluyendo la histórica ciudad de Shushi, con lo que Stepanakert quedaba a merced de la artillería azerí.

Pashinian tuvo que hacer frente a las protestas, incluso de altos mandos militares pero, sorprendentemente, ganó las elecciones anticipadas de 2021 y siguió haciendo desplantes a Rusia, como la visita de su esposa a Ucrania. También comenzó a preparar el terreno para entregar Artsaj, y a acercarse a los Estados Unidos. Pero, ni la visita de Nancy Pelosi, ni las maniobras militares conjuntas con ochenta soldados norteamericanos, sirvieron para disuadir la Azerbaiyán, que ya llevaba tiempo bloqueando el corredor de Lachín para asfixiar a Artsaj.

Según Ursula von der Leyen, Azerbaiyán, que nos suministra gas y petróleo, es un socio confiable de la Unión Europea. Como nos recordaba recientemente Hakob Simonyan, el objetivo declarado de los presidentes turco y azerí es finalizar lo que sus padres iniciaron en 1915: el exterminio de la nación armenia. Entre tanto, nosotros, el mundo, seguimos mirando para otro lado. Por su parte, Nikol Pashinian, para contrarrestar a los manifestantes que lo acusan de traidor, envía a sus propios manifestantes ante la embajada rusa para exigir que Rusia defienda a Armenia.

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