La taberna infinita
Según el Código Penal vigente, los negocios piramidales constituyen un delito. Siempre que el responsable sea un particular. Si es el Estado el que lo perpetra, entonces nos hallamos ante un sistema de pensiones altamente garantista y solidario. Hasta que quiebra.
Otro tanto sucede con la venta doble o triple de un mismo producto. Cabe excepción si el vendedor en liza resulta ser el Ayuntamiento de León, que entonces estamos hablando de la optimización del espacio urbano, ajuste de agenda dos mil treinta, economía circular (eufemismo por doble imposición), empoderamiento de acera o resiliencia sistémica del adoquín callejero.
Decimos esto por la cosa de la tarjeta de residente, que el excelentísimo expide al objeto de cobrar el aparcamiento a los ídem en zona ídem, al precio no menor de 36,35 euros. No parece mucho, o no lo parecía cuando se abrió el negocio. Conque, visto el regocijo generalizado, y siempre pensando en el bien del común (o sea, el suyo), el sagaz excelentísimo la vendió de nuevo, que es lo que pasa cuando mantienes el coste y entregas la mitad. A los efectos, se inventó la zona norte y la zona sur, siendo que el residente norte ya no podía aparcar en la zona verde del sur y el residente del sur padecía igual lacra de visita en el norte.
Estando así las cosas, vino la pandemia, y con ella el sigilo, la nocturnidad y el sablazo tabernario. Con el contribuyente estabulado (sueño húmedo de todo mindundi electo), se soltó la mano, se aligeró la licencia de ocupación de vía pública, sobrevino la mesa camilla con farolillo, silla ramplona y chiringuito, se toleró el empalizado de madera, el tendejón de calzada y la arquitectura de palé. Y la terraza fue hecha. Y viendo el excelentísimo que aquello era bueno, dijo «permaneced y multiplicaos», y la terraza permaneció y se multiplicó.
Nada que objetar. Aquí somos de la opinión de que el más alto invento de la humanidad es la taberna, con mucha diferencia sobre la cerilla, la química eréctil o el mocho de fregona. Pero una cosa es el goce en barra, su disfrute y aprovechamiento, ya sea acodado, ya estribado en el rodapié, ya vuelto en recorte hacia el exterior, al ojeo del paseante; y otra muy distinta sacar el negocio a la calle, dejarlo allí, a su caer, como tirado en la zona verde, y asistir a su reproducción a todo lo largo de la calzada, hasta el punto de que las plazas de aparcamiento se pierden en la distancia, si es que queda alguna plaza en alguna distancia. Y esto está mal, está feo, es venta fraudulenta, o cobro indebido, o te prometo tanto y te doy lo que me da la gana. Es lo de costumbre, o sea, lo que acostumbra a hacer lo público bajo el pretexto del bien público. Es vender dos veces, entregar la mitad y volver a vendérselo a otros con la excusa de que nadie quede atrás. Es, resumiendo, la tomadura de pelo de siempre por los de siempre y a los de siempre.
Y es fácil de arreglar. Permanezca la taberna, extiéndase, amplíese si procede y en ello encuentra gozo y gabelas el excelentísimo, tome rehenes si es de ley y hay necesidad, pero por cada rehén que tome, por cada veinte metros que gane al merme en calle de residentes, devuelva otros tantos en zona ora, o rebaje la tasa por aparcar, o reparta la alcabala rapazmente recaudada entre los residentes todos, en parejo escote y justa compensación.
O eso, o deberemos tomar partido por aterrazar los conductores también; de modo que el comercio local podría aprovechar la oportunidad y poner a la venta un tinglado o colgadero al estilo haima, entre iglú y tienda de campaña. A precio, el éxito es seguro, pues que el sufrido conductor no tiene más que mercar una y plantarla al desgaire, donde le cuadre, en zona ora, con un botijo y una silla para aparentar refrigerio. Y así, con tan poco mueble pero con el suficiente cuajo, inscribir sindicato en el gobierno civil, solicitar licencia de ocupación y darse al aparcamiento furtivo a cualquier hora y de cualquier manera.
Diez, doce metros de tendal por conductor, que haya holgura, que se quepa en ancho. Si no es de fábrica, pues estructura casera, sostenible, eso siempre: cuatro palos y venga de sábana bajera. Y ya puestos, pues al lío: a darle manguera al coche en la vía pública y a la sombra, a cambiarle el aceite o a pulirle los bajos si se tercia y acompaña el tiempo.
Todo sea por el ya redicho que nadie quede atrás, o lo que es lo mismo, que aquí chupemos todos.