Cinco gallinitas muy ponedoras
En la terraza de mi piso tengo divinamente instaladas a cinco gallinitas de Sobrarbe, raza que, por desgracia, sigue estando en peligro de extinción. Después de pensarlo mucho, de ver los pros y los contras, siempre buscando la felicidad de los animalitos (me hubiera gustado escribir «de las animalitas», pero, aunque soy feminista, no me atreví a tanto), me decidí por estas hermosas aves multicolores, valientes y elegantes, pues son «mañas», proceden del norte de Huesca que tiene un clima fresquito bastante parecido al de León.
Estoy muy contento con mi amor práctico a favor de estas honestísimas damas ponedoras, y también con mi sabiduría, con mi valiente decisión de no traer a esta terraza de mi piso a las andaluzas gallinitas «moñudas», muy cantarinas y ponedoras en su cálida tierra, que pasarían aquí demasiado frío en invierno si no les pusiera calefacción.
Ahora ya puedo decir que tener cinco gallinitas es una gratísima experiencia que ofrece, da, y tiene muchas ventajas y ningún inconveniente, en especial para un anciano como yo que procedo de lo rural y de familia de agricultores.
Cuando guste el señor alcalde (o cualquier otra autoridad), puede mandarme recado diciendo el día y hora que quiere venir a visitarnos. Lo recibiré encantado para presentarle a mis cinco gallinitas y así, in situ, pueda comprobar lo felices que viven. Mis gallinitas no son seres anónimos, tienen nombre, aunque la verdad es que muchas veces me vienen algunos remordimientos de conciencia y me castigo preguntándome ¿quién carajo soy yo y qué poder me he permitido atribuirme para tener el descaro de nominarlas? Verdad es que les he puesto nombres muy leoneses, bonitos, clásicos y tradicionales, que eso de llamarlas pitas o pitiñas es demasiado generalista y poco personal, pero, incluso así, con razón tan poderosa, a veces no sé si les habré hecho bien y les gustan sus nombres: Alexa, Berenice, Chiara, Daira, y Kora.
Mis cinco gallinitas, señor alcalde, son muy felices, y se les nota, por eso me recompensan sobradamente regalándome muchos huevos ecológicos, pues ecológica, variada y abundante es la alimentación con la que las mimo, a base de restos y desperdicios orgánicos que ellas reciclan y no van al cubo de la basura de casa ni al contendor de la calle: creo que merezco una buena reducción de la tasa municipal sobre basuras.
En mi actividad gallinera no hay ánimo de lucro personal, pues toda la producción «huevera» la dono a una ONG machista llamada «Cuando seas padre comerás huevos».
Mis gallinitas pasean por la terraza y, de momento, nadie me ordena que las saque de excursión por la calle, obligación, o ley, que rechazaría con todas mis fuerzas, pues de ninguna manera expondría a mis gallinitas a ser acosadas impunemente por los cánidos que tanto mandan en calles, plazas y jardines.
Mis gallinitas no ladran, se van prontito a dormir, no roncan, no utilizan el ascensor ni la escalera y además no mean, sí cagan, pero la mierda que producen las cinco no es ni la quinta parte de la que riega por las aceras un perrito de cuatro kilos. Hay vecinos que tiene dos perrazos de más de veinte kilos cada uno, y, además, mean una barbaridad, dan lengüetazos, babean, y tiran pedos mal olientes.
No entiendo que haya gente en mi hermosa y culta villa a la que le encante tanto un montón de pelos por toda la casa y, sin embargo, pueda estar en contra de unas cuantas plumitas de colores. Yo sí apuesto por la gallinitas, y les recuerdo a todos los animalistas que en España soy el único que da la cara por ellas, pues defiendo su honestidad y dignidad, que otros mancillan a diario.
Y hablando de gallinitas, a la fuerza tengo que acordarme del presidente de Castilla-La Mancha, que cacarea mucho y bien pero, a la hora de la verdad, en el Parlamento, de huevos nada. Seguro que él y sus compadres ignoran estas claras, lógicas, justas y poderosas razones que expusieron los radicales-socialistas republicanos leoneses del Ayuntamiento y de la Diputación, en fecha 20 de mayo de 1932, elaborando un «acuerdo conjunto» que enviaron a las Cortes Constituyentes de la II República, para evitar que «el proyecto de Estatuto Catalán» se saliera de madre (y padre) y perjudicara a toda la patria española.
Reproduzco aquí tres artículos del citado acuerdo:
3º.- «Que esta autonomía catalana, en trámite, no puede ni debe mermar los supuestos básicos de la soberanía nacional».
4º.- «Que hay tres puntos esenciales en el proyecto de Estatuto que se refieren a la Hacienda, a la Enseñanza y la Justicia, en las cuales una simple lectura revela que el resto de España sufriría, si se aprobara tal como están presentados, grandes perjuicios. La autonomía no puede ni debe servir para que una región cause daño a las demás, sino para que todas ellas puedan desenvolver armoniosamente su personalidad».
5º.- «Que entendemos, por tanto, que debe concederse un Estatuto que no merme las facultades del Estado soberano que son producto de una tradición histórica y fuente de progreso. El Estatuto que se apruebe debe tener los elementos necesarios para que pueda ser aplicado a otras regiones que lo soliciten». «Esta declaración conjunta dirigida a las Cortes Constituyentes se hace en defensa de los intereses que afectan al futuro de la patria española, recogiendo el sentimiento general de la tierra leonesa, que siempre fue una de las regiones españolas, para que, sin odios ni rencores y con elevación de miras se de solución al problema conocido con el nombre de cuestión catalana».
Tengo que acabar diciendo que estoy feliz habiendo liberado a mis cinco gallinitas de la cruel dictadura de los gallitos exaltados, y el día en que se hagan ancianas y dejen de ser tan buenas ponedoras, no permitiré el cruel disparate de destinar su docilidad y hermosura en beneficio alimentario de perros y gatos. En la otra terracita, en la más soleada y resguardada de mi pisito (que dicen que es de mi propiedad, pero que me cobran un alquiler anual llamado IBI o Impuesto Bien Injusto), ya les estoy preparando una cómoda residencia. Cuando llegue el fatal desenlace, natural, serán enterradas dignamente en un solar que tengo con árboles frutales, en el que no me han dejado construir en su día, cuando era joven.
Ya sé que todas las palomas son de propiedad municipal, pero se empeñan en venir a dormir y a cagar en los poyetes de mis ventanas. ¿Debería pasarle factura, por daños y perjuicios, al señor alcalde?
El que esté libre de culpa...
Con toda Burbialidad.