Diario de León
Publicado por

Creado:

Actualizado:

Hace unos días el físico Jorge Mira publicaba, en el antiguo Twitter, cuatro mapas acompañados de cuatro datos que nos permiten hacernos una idea de la dimensión geográfica de la franja de Gaza. Un territorio realmente minúsculo.

Apenas 360 kilómetros cuadrados, una superficie bastante inferior a la de los cuatro ayuntamientos del Bierzo Oeste. Israel no es que sea tampoco gran cosa. Sus 22.145 kilómetros cuadrados reconocidos no llegan a los 29.577 de Galicia. Lo realmente sorprendente es que, en una superficie minúscula, vivan más de dos millones de personas, casi tantos como en toda Galicia. Una población que vive hacinada en lo que se considera el mayor campo de concentración del mundo, bloquedada por mar y cercada por un muro que la separa de Israel, con únicamente tres entradas, una de las cuales comunica con Egipto.

Este territorio está gobernado de facto, desde 2007, por la organización Hamás, que no acata el mandato de la Autoridad Nacional Palestina de Mahmoud Abbas, internacionalmente reconocida como el único gobierno palestino, aún habiendo perdido dichas elecciones de 2006, dado que Hamás rechaza los acuerdos de Oslo y el reconocimiento de Israel.

Hamás fue fundada en 1987, durante la Primera Intifada, por el jeque Ahmed Yasín, dentro de los Hermanos Musulmanes, siendo, por lo tanto, de inspiración yihadista y salafista. Lo realmente curioso es que, en sus inicios, Hamás contó con el apoyo y tolerancia del gobierno judío, con el fin de debilitar y dividir a la OLP, al igual que la CIA había hecho antes con Bin Laden y los talibanes, para luchar contra la Unión Soviética en Afganistán.

También la CIA y el Mossad judío, si no fundaron, sí impulsaron el Estado Islámico para debilitar a Siria. De esto último se puede encontrar en la red abundante material fotográfico, en el que se puede ver al fundador del ISIS, Al Bagdadi, con el senador John McCain, o divirtiéndose en un puticlub de Tel-Aviv. También Israel habría de atender, en sus hospitales, a los combatientes islamistas durante la referida guerra de Siria.

Más al norte, en el Cáucaso, el territorio de Nagorno-Karabaj ocupa unos 3.170 kilómetros cuadrados que, desde hace apenas un mes, no están habitados por nadie. La Tercera Guerra de Nagorno-Karabaj no llegó a durar día y medio, finalizando con la rendición del gobierno de la República de Artsaj, abandonado por todos, incluso por Armenia; y con la evacuación de sus 125.000 habitantes ante la llegada de las tropas azeríes. El mundo se puso de perfil ante esta limpieza étnica llevada a cabo por Azerbaiyán, importante productor de gas y petróleo y socio confiable de la Unión Europea, según la señora Ursula Von der Leyen.

A día de hoy hemos olvidado ya a los armenios de Artsaj, y no nos importa demasiado que por Stepanakert, una ciudad del tamaño de Ponferrada, ya sólo circulen ratas y perros abandonados. Pero todos tenemos in mente, porque las televisiones así nos lo recuerdan a diario, la operación de comandos de Hamás sobre el sur de Israel del pasado 7 de octubre, que desencadenó la que ahora llaman «Guerra de Sucot» y que amenaza, cual profecía bíblica, con borrar Gaza de la faz de la Tierra.

El caso es que, sobre este brutal ataque de Hamás sobre el sur de Israel, conocido como Operación Inundación de Al-Aqsa, hay un montón de cosas que no se explican muy bien. Para empezar, pocos días antes del asalto, el embajador saliente de la UE se filmaba realizando lo que decía ser el primer vuelo en parapente en Gaza. Por otra parte, Egipto afirma que su inteligencia advirtió a Israel de la inminencia de un ataque, quince días antes. Y, por último, las Fuerzas de Defensa de Israel tardaron más de siete horas en reaccionar, aunque, dadas las superficies descritas, no estamos hablando de cientos de kilómetros.

Aquí solo caben dos explicaciones: o Israel permitió el ataque, y la cosa se les fue un poco de las manos, o Tzáhal y Mossad ya no son lo que eran.

Si a todo esto sumamos la reciente aparición de importantes depósitos de gas natural frente a las costas de Gaza, las declaraciones de políticos judíos presionando a Egipto para que abra el paso de Rafah y acoja a los refugiados, las órdenes del ejército israelita a los habitantes civiles de Gaza para que se dirijan cara el sur de la franja y poder bombardear el norte, y tweets extemporáneos, como el del hijo del premier Netanyahu, animándolos la reconquistar y establecerse en Al Ándalus; nos podría hacer llegar a pensar que la última y reciente guerra de Karabaj, en la que Israel asesoró y armó a Azerbaiyán, podría haber inspirado a Netanyahu para buscar una excusa y vaciar Gaza de su población palestina, alejando al enemigo de sus fronteras y quedándose, como viene siendo habitual en Cisjordania, con tierra y recursos. Sería esta la «solución final» al problema palestino, por utilizar la misma terminología que los nazis usaban con los judíos.

Pero Gaza no es Karabaj. Mientras los armenios son pocos y pobres, los musulmanes son muchos, y no van a permitir que se masacre a la población de Gaza.

Hezbollah ya entró en la guerra, y con ella resucitó el «Eje de la Resistencia» en torno a Irán, que amenaza con hacerlo también. Muchos otros gobiernos árabes, algunos de ellos tolerantes con Israel, pueden verse desbordados por sus poblaciones si se quedan de brazos cruzados.

Como señalaba Aleksandr Duguin, si los israelitas todavía no lanzaron la invasión terrestre, no es por el mal tiempo, sino porque los detuvieron los americanos, ante los riesgos de internacionalización del conflicto. Incluso la Unión Europea, en su comunicado de consenso, exige a Israel que se defienda conforme al derecho internacional.

Si Israel invade Gaza se va a encontrar con una red de túneles, a más de cuarenta metros de profundidad, financiados con fondos europeos, que va a tardar meses en ocupar. Si sigue bombardeando a la población civil, seguirá atravesando líneas rojas, y si da marcha atrás perderá todo su prestigio militar.

Por su parte, ni Egipto ni el resto de países árabes se muestran dispuestos a aceptar refugiados, pues son conscientes de la irreversibilidad del proceso y de que eso es lo que pretende Israel. Pase lo que pase, ya nada va a ser igual en Próximo Oriente.

tracking