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Publicado por
Teresa Fernández González
León

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El 23 de noviembre de 2022 escribí una tribuna de título 25 de noviembre: una fecha socialmente imprescindible. Reiterarme en el contenido de aquella tribuna un año después me causa tremenda desazón. En 2022 contabilizamos 1.171 mujeres asesinadas por sus parejas o exparejas desde 2003. Un año después, la cifra aumenta hasta 1.236. Terrorismo machista que nuestro país no puede seguir tolerando.

Con estos datos, podemos afirmar que la violencia contra la mujer es un problema estructural en España. Nos perjudica a todos como sociedad. Retrocedemos en bienestar social, en derechos y libertades y genera cada vez más violencia. Son los gobiernos de la nación, de cualquier signo político, quienes deben tomar medidas contra este problema que afecta a toda la sociedad y va en aumento. Ya no es suficiente ayudar a las mujeres víctimas de violencia de género. Hay que dar un paso más para derribar esa estructura creada en base al patriarcado y que muchos hombres y mujeres observamos con preocupación. Estudiar las causas de esta agresividad hacia las mujeres nos puede ayudar a encontrar soluciones.

Creo en dos medidas que pueden contribuir a la eliminación esta lacra: la educación y el control de internet para los menores. Vemos cómo cada vez se producen agresiones hacia adolescentes y niñas cometidas por niños de 10, 11 o 12 años. Estos casos no son calificables como violencia de género, ya que no se producen por parejas o exparejas, como recoge la Ley. Sin embargo, nos hacen pensar que algo grave está pasando y que debemos poner atención y freno.

Todo indica que son dos las principales causas de estos comportamientos: el acceso que los menores tienen a la pornografía desde edades tempranas, y la falta de explicación y educación de eso que les está llegando a través de las redes sociales e internet.

La educación de los niños recae en los padres. Sin embargo, es difícil y complejo que un niño de ocho años cuente a sus padres que está viendo vídeos pornográficos en internet, que se los enseñan sus compañeros en el colegio o que los comparten por grupos de Whatsapp. Probablemente, perciben que sus padres no lo aprobarán y evitan decírselo.

Así, nuestros menores se están «educando» en la sexualidad de una forma errónea. La pornografía, en un alto porcentaje, muestra la dominación del hombre sobre la mujer, sometida a sus deseos. Si esto es lo que reciben los pequeños cuando se están formando como personas, tenderán a imitar esas conductas porque pensarán que son normales. Cuando crezcan, lo harán pensando que la mujer es un mero objeto al servicio de sus deseos.

Como sociedad debemos tomar medidas que reorienten esta situación para que, cuando esos niños sean adultos, no vean la violencia hacia la mujer como algo aceptable. Debe ser el gobierno quien lo asuma como un problema de estado y establezca mecanismos que detengan los efectos del acceso de niños y jóvenes a la pornografía. De lo contrario, en unos años la sociedad pagará un coste altísimo. Este desarrollo retorcido de la personalidad afectará a la democracia, al estado de derecho, a los derechos y libertades de los individuos y a la calidad de vida que disfrutamos en los países europeos.

Una forma de atacar el problema, que los especialistas en violencia de género consideran básica, es incluir una asignatura curricular que aporte conocimiento objetivo sobre la sexualidad a los jóvenes y que promueva el respeto que se le debe a todo individuo en sus relaciones personales. Los formadores tienen la capacidad y el conocimiento para explicar a los pequeños y jóvenes, que lo que están viendo en las redes sociales no son relaciones sanas, sino tóxicas. Son quienes pueden exponer razonadamente que las relaciones se basan en el respeto y en el consentimiento mutuo. En sus manos, en las de los formadores y en las del estado al fin, recaerá el futuro que deseemos como sociedad.

No quiero terminar sin agradecer su compromiso y proyección pública a los hombres que trabajan a nuestro lado para acabar con la violencia de género y conseguir la igualdad. Estoy segura de que las futuras generaciones nos agradecerán el esfuerzo por preservar algo que se integra en el conjunto de los derechos fundamentales de una sociedad moderna y civilizada.