Diario de León
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Ni el más mínimo inconveniente en que cada uno agradezca en la medida que le parezca cuando se siente beneficiado/a por algo. Y que es de bien nacidos...

Necesito explicarme. Nacido en los años 60, fui de los que conocí el final de la España mísera —que lo fue— y viví de lleno aquella España que se definía como país «en vías de desarrollo». Aún recuerdo como al colegio llegaban una especie de triángulos que tenían leche. Se metía una pajita para beberlos. No soy capaz de saber si era concesión de aquel Ministerio de Educación y Ciencia o parte de «la ayuda americana». Aunque no fue tanta ayuda ni agradecimiento por nada ya que fue a cambio de la llegada de las bases americanas.

Cuando dejó de llegar aquella leche a la hora del recreo, siendo crío, la eché de menos, no porque no hubiera en mi casa afortunadamente, sino porque era algo que rompía la monotonía de las mañanas con Don Darío, el maestro.

Ahora, ya más mocito, lo que echo un poco de menos son las bases. Han ido a otros lugares y el «manto protector» allá donde han ido se percibe. En cualquier caso, muchas gracias a quien fuera por aquellos gestos que llegaban a humildes esquinas de un país que se quería sacudir la larga sombra de no comer caliente muchos días.

Por aquellos días, se nos educaba en casa y en los colegios en decir «gracias» por todo. Que si aquello era señal de buena educación, que si abría muchas puertas… Hubo que irlo incluyendo en el lenguaje porque la generación anterior salvo contadas excepciones no venía de situaciones que fueran para estar dando gracias a diestro y siniestro.

Y así crecimos. Dando gracias veraces cuando la cosa las merecía y también irónicas cuando no las merecía. Lo de «muchas gracias» se guardaba para ocasiones especiales porque tenía una connotación casi servil que era algo de lo que también teníamos que huir.

Con el desarrollismo, la prosperidad y demás llegó la exageración, el derroche, también en el lenguaje, incluyendo los agradecimientos. Ya hace tiempo que se instalaron algunos en lo de las «mil gracias» para casi todo, cuando con no más de trescientas sería suficiente.

Ahora mismo como digas que en la reunión de amigos lo pasaste «bien» lo que realmente estás diciendo es que aquello fue un peñazo y que no veías la hora de salir. La cosa se arregla un poco si dices que «superbién». Es el aprobado tirando a notable. Esta es la inflación que estamos viviendo.

Trasladado a un idioma más callejero tampoco se podría decir que el evento no salió bien sino «cojonudamente» (término este, no obstante, de larga tradición y que cubre un espectro muy amplio de actividades) o también se dice «p... bien». El «p…» se ha instalado entre nosotros y concede mucho énfasis a cualquier expresión. El lenguaje se va enriqueciendo como se puede apreciar.

Pero el otro día fui víctima del último nivel de agradecimiento. A una conocida le hice un pequeño favor (nada reseñable) y me dijo algo que quizá Vds ya hayan escuchado aunque para mí era la primera vez: «mil millones de gracias». Sinceramente y tras el impacto inicial debo reconocer que quedé aturdido durante unos segundos ante la desmesura del agradecimiento y, para mí, la imposibilidad de calibrar cuanto era eso aparte de «p… mucho».

Tiempos de exageración, de agrandarlo todo. De agigantarlo incluso.

En este tiempo tan exagerado cómo no va a haber 22 ministerios otra vez. De hecho, hasta me parecen pocos ministerios. Veremos hasta donde llegamos y si no hay que ampliar.

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