Unos días de paso en la residencia
Me choca a primera vista cómo un escritor famoso ha decidido acudir a una residencia de mayores durante un mes para observar de cerca cómo transcurría la vida in situ. Se hizo el pertinente chequeo previo y contestó a cuantas preguntas le hicieron antes de un exhaustivo examen médico. Y luego ingresó.
Una vez instalado, contactó con los demás, se fue haciendo grupo en compañía de otros. Y vio que había un porcentaje alto de mujeres, en torno al 80 por ciento. La causa del ingreso se debía a diversos factores, aunque predominaba la soledad. También constató que la media de edad era muy alta, rozaba los 80 años.
El día se distribuía armónicamente. Ya temprano les llevaban el desayuno a la habitación. Más tarde se aseaban y preparaban para otras tareas más o menos programadas. Todo esto hecho con gran lentitud, sin prisa. Normalmente salían a las salas de estar y allí se distribuían en actividades variadas: juegos de mesa, bingo, terapia de grupo, canciones, etc. Todo ello bajo la tutela de enfermeras y personal acreditado. De vez en cuando rompía la monotonía alguna actuación significativa, como la presencia de algún mago o la actuación de algún destacado intérprete.
La comida venía pronto, casi ante de la una. A continuación, una breve siesta en las salas o habitación o la pasiva visión de la tele. Y volvían a media tarde los juegos o los corros donde cada cual se expresaba a su manera, intentando recordar el pasado. Enseguida venía la noche y la cena. Cada cual estaba atento al plato y especialmente a su cajita de pastillas que alguna enfermera paseaba por las distintas mesas. Y a dormir.
El escritor vivió intensamente este contacto con la gente mayor y constató la formación de grupos, incluso el nacimiento de nuevas amistades, como un intento de entretener los últimos años. Vio a mucha gente voluntaria y algún que otro deseando salir de aquel recinto. Apenas aparecían malas personas, aunque no falta el que la suele preparar con el fin de fastidiar al personal.
El equipo que cuida a los mayores —gerentes, médicos, enfermeras— suele ser cercano y atento a no que no se desconecten de la realidad de fuera, como si el centro no fuera un islote apartado del ajetreo diario. Es el hilo conductor que los relaciona con el entorno más candente.
Mi experiencia personal —tuve a mi madre unos meses en una residencia— no difiere en absoluto de este pensamiento. Pero encontré algunas diferencias no menores. Hoy por hoy no están tan bien como fuera de desear, a no ser las carísimas. El personal, que suele ser majo, no da abasto para atender a tantos. La mayoría está allí aparcada o «drogada» por las pastillas y la participación brilla por su ausencia. Además, hay personas que vagan por allí como sonámbulos, afectados por el alzheimer. Estos, quizás, deberían ser tratados de modo especial, más personalmente.
Las residencias de mayores deberían ser una prolongación de los hospitales públicos y no un negocio personal. Ya lo he dicho más veces. Si queremos una vejez digna deberíamos de disponer de medios aceptables para todos, independientemente de la pensión que se cobre. Eso se arregla con traspasar la pensión a la gestión estatal o municipal. Así se aseguraría un final aceptable para todo el mundo. Claro está, hablo de las personas dependientes, de quienes tienen unas discapacidades que no se pueden solucionar fácilmente en el propio hogar.
Siempre me sedujo la idea de convivir con los pacientes de un centro psiquiátrico. Pensé que podría ser una experiencia seductora, pero nunca di un paso en este sentido. Me alegra que haya escritores que se lancen a vivir estas experiencias y nos dejen constancia de una etapa tan dura como la que se nos avecina irremediablemente.
La llegada a una edad avanzada nos aproxima al deterioro y mientras mantengamos todos los sentidos en alerta no somos capaces de entender el desajuste entre cuidado y estorbo. Es una fina y translúcida separación que a menudo no gestionamos bien. Nos vamos despidiendo de los seres queridos a cuentagotas. Solo falta por levantar ese puente de plata que nos reconcilie eternamente con la vida y la muerte.