Diario de León
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Manuel Pimentel tituló su libro La venganza del campo, pero bien podría haberlo llamado El rapto de Proserpina , como la genial escultura de Gian Lorenzo Bernini.

En su obra, Bernini representa magistralmente el momento en el que Hades rapta a Perséfone (Proserpina para los romanos). Continuando la narración mitológica, cuando su madre, Deméter, se entera del secuestro, como venganza prohíbe a los árboles dar fruto y a las hierbas crecer; hace que la tierra seque y que las cosechas se pierdan.

Esta viene a ser la misma advertencia que nos hace Manuel Pimentel cuando dice que el campo se vengará. De hecho, según él, ya se está vengando, al modo bíblico en este caso, en forma de escasez de alimentos y subidas de precios, de una sociedad urbana que lo desprecia y castiga.

Casi todos recordamos a Manuel Pimentel Siles por su etapa como ministro de Trabajo en el gobierno de Aznar; puesto del que dimitió al descubrirse irregularidades en la conducta de uno de sus colaboradores. También habría de abandonar el Partido Popular en desacuerdo con el apoyo español a la invasión de Irak.

Ingeniero agrónomo, licenciado y doctor en derecho, actualmente es editor de Almuzara, consejero senior de Baker-McKenzie y dirige el programa Arqueomanía de La 2 de TVE. Como escritor, tiene publicadas también varias novelas, ensayos y numerosos artículos.

Tanto por su formación, como por vivir en él, Manuel Pimentel conoce bien el campo, y también conoce ese sector primario que nos alimenta a todos. Tal y como dice en el libro, son los agricultores, ganaderos y pescadores los que dan de comer con generosidad y abundancia a una población mundial que se multiplicó por cuatro en el último siglo. Una proeza, según Manuel Pimentel, digna de ser valorada, admirada y alabada. Sin embargo, no es así. «Los agricultores, ganaderos y pescadores, españoles y europeos, son despreciados, minusvalorados, cuando no abiertamente insultados, como retrógrados, parásitos, rémoras, enemigos del medio ambiente y maltratadores de animales. Los jóvenes huyen del sector, los campos se quedan vacíos. ¿Quién quiere trabajar en el campo después de décadas de precios ruinosos y cruel desdén colectivo?».

El libro es una recopilación de artículos publicados, desde el año 2009, en diversos medios, que tienen como hilo conductor el desprecio de la nueva sociedad urbana por el campo y por los que en él viven. El urbanita considera el campo como un espacio para pasear durante los fines de semana y le molestan los olores a estiércol o silo, los tractores y el ganado que echa pedos que favorecen el cambio climático. Quiere una naturaleza prístina en la que el único papel del ser humano sea el de hotelero rural. No entiende que esos agricultores son necesarios para que los alimentos aparezcan, por arte de birlibirloque, en las estanterías de los supermercados. No lo entiende ni le preocupa porque piensa que el suministro estará permanentemente garantizado y a unos precios tan bajos cómo en la actualidad.

Y como vivimos en una sociedad mayoritariamente urbana, estas aspiraciones se van convirtiendo en leyes; en unas leyes que cada vez atenazan más al campo y a sus moradores.

Cuando, por ejemplo, nos preocupamos por el bienestar de los animales deberíamos pensar que, si pedimos mejores condiciones y más espacio para los pollos de granja, estamos pidiendo también pagar más por la carne de pollo. Pero, como diría Taleb, la mayoría de la población es una perfecta incompetente en razonamientos complejos. Comprendemos la lógica de primer orden, pero no los efectos de segundo orden o superiores. Y así nos va.

A lo largo de las páginas del libro, Manuel Pimentel toca temas tan diversos como el animalismo, la geopolítica alimentaria, los precios agrarios, las foodtech y cuantos aspectos tienen que ver con el campo y con la alimentación, concluyendo que, por ahora, todavía no hemos encontrado otra forma de producir alimentos que sea barata, fiable y sin riesgos para la salud.

De cuanto acabamos de decir, la conclusión es clara: «Si a esta profunda y poderosa tendencia sociológica le unimos las novedosas dinámicas desglobalizadoras y las de riesgo geopolítico y de seguridad, el resultado de la ecuación está servido. Habrá menos alimentos y mucho más caros».

En esta sociedad urbanizada se va perdiendo, poco a poco, toda esa sabiduría popular, propia del mundo rural y campesino, como son los refranes y los dichos, y con uno de estos dichos, que saca la colación Manuel Pimentel, vamos a finalizar esta recensión: «con las cosas de comer, no se juega». No se debería jugar, pero estamos haciéndolo, y ya sabemos que «jugar y perder, pagar y callar». El problema y que en esta ocasión puede salirnos demasiado caro.

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