Tanto Napoleón suelto
Ignoro si les ocurrirá a Vds. pero en mi caso son muchas las veces en las que al salir del cine no soy capaz de saber si me ha gustado o no la película hasta pasado cierto tiempo; hasta que se organizan los criterios. O si es buena o mala (en mi modesta opinión). En el caso de Napoleón , tuve claro al poco tiempo que este film —con su aproximación al personaje— no será una de mis favoritas. Por supuesto no hablo de producción, dirección, efectos especiales, etc. en donde Ridley Scott es un maestro y lo es, nuevamente, en esta larga cinta.
Emerge el esperado trabajo de Joaquin Phoenix que nos hace imaginar a un ser algo flojo de emociones e intenso en las obsesiones. Por tanto capaz de centrarse en un solo objetivo sin que le importe nada en derredor. Parece que el macuto de remordimientos, ese que es ligero cuando somos jóvenes y se va cargando de peso con la vida, no lo llevaba a la espalda. Ni había nadie que se lo llevara.
La historia, para bien o para mal, nos lleva hacia la figura de ese visionario, como otros ha habido, que ocurre que cuando coinciden una desilusión general, miseria y hambre (el verdadero motor de las revoluciones) y es capaz de despertar a esa bestia dormida y humillada que es el pueblo y orientarlo en alguna dirección son capaces de darle un empujón a la historia.
Un impulso que puede hacer avanzar a la humanidad hacia grandes logros o destapa lo más ruin de todos nosotros y lanza a las naciones a holocaustos que se cobran millones de vidas. No hay más que hacer un poco de memoria o ver el telediario.
Volviendo a la película sobraron muchos minutos de cabezas que salían volando en batalla así como —creo— faltaron minutos indagando en la cabeza y mundos del personaje. La oportunidad del personaje y el tiempo que le tocó vivir creo que daba para una exploración más profunda. De hecho, aparte de su afán por expandir fronteras, como forma de asegurar «su» Francia reorganizó el Estado y el sistema judicial, es decir, fue un verdadero estadista que va más allá de la visión de un tipo que buscara pasar a la historia por sus conquistas o derrotas.
Qué es lo que habría en esa cabeza para tener esa determinación en la batalla, esa necesidad —que era capaz de contagiar— en conquistar países lanzándose a aventuras que se sabía tendrían miles de pérdidas humanas (véase la campaña de Rusia), ese abismo interior que aún haciéndose coronar emperador con un continente entero que le temía, a la vez le convertía en un ser inferior estando junto a María Antonieta.
A la vez esa arrogancia, también contagiosa, que le hizo pensar que podría guerrear simultáneamente en el Norte y el Sur. Por el Sur me refiero a España que en la peli ni se menciona; quizá por la falta de relevancia que empezaba a tener nuestro imperio en aquellas épocas. No quiero pensar que la falta de relevancia se refiera a la que estamos abrazando desde hace algunas décadas.
El director, en justicia, tampoco lo tenía fácil. Una película que pretende entretener a millones requiere que haya buenos y malos. Y a partir de ahí «retratarse». En este caso, un director inglés con buen sueldo pagado por la productora americana es imaginable a quién va a poner a cada lado de una manera bastante radical.
Al final y una vez más, este personaje —como otros— es juzgado con ojos de 2023. Y eso, probado está, es un error. Hace falta mucha perspectiva y conocimiento para poder tomar partido en este tipo de acontecimientos. Lo que sí es un hecho es que estos «grandes» tienen enorme atractivo y son fuente de inspiración.
Las guerras ahora las vemos un poco más lejos y son menos frecuentes, al menos por estas latitudes. Pero el tener un relato propio que quede para la posteridad no hay nadie que lo evite. Antes, por menos de nada, se buscaba una excusa, se hacía la maleta, se montaba un ejército y a invadir algún país; ahora se publican libros de mitad de legislatura.
Hay mucho Napoleón suelto, da la impresión.