Proletarios… tabernarios
El Sr Marx, Don Karl, —el exquisito burgués que acosaba asistentas domésticas mientras predicaba panfletos incendiarios contra el capitalismo— enarboló un logo publicitario que hizo furor en su tiempo; el paraíso del proletariado, Así se atrevió a llamar a la sociedad que surgiría de la revolución de los obreros contra la burguesía y que consistía en que el Estado se quedaba con todas las propiedades y los súbditos se convertían en marionetas al servicio de sus burócratas.
Su aventajado discípulo el señor Ilich, don Vladimir, lo convirtió en el objetivo de su régimen de terror pero en lugar de paraíso de los obreros lo que salió de las nomenklaturas del Partido Comunista fue más bien el infierno de los soviets. Al espabilado discípulo del socialismo necrófago de los anteriores se unieron con idéntica fortuna los sucesivos líderes de las autocracias comunistas, Castro, Ceaucescu, Zedong, Chaves, Chi Ming... Y sus emuladores de izquierda pretenden alcanzar, en el Reino de España, el paraíso del proletario.. tabernario.
Porque en este país de barataria encontrar un fontanero que arregle el desagüe del aseo es más difícil que hallar un lingote de plata en el buzón.
Y si por milagro lo encuentra, pagar una hora de su servicio le costará como dos días de su sueldo. Y lo mismo de lo mismo si buscas un electricista que un albañil, un carpintero, un mecánico, un marmolista, los oficios obreros se han convertido en los top ten de la demanda laboral.
Como el resto del cuadro lo completan los funcionarios parasitarios, los proletarios de abolengo, o cuellos azules y los jubilados colocados, resulta este Reino de España una sociedad a punto de transformarse en genuino paraíso del proletario.. tabernario.
Porque eso sí, vayas donde vayas, al sur o al este, a la ciudad a la aldea, las terrazas de bares, cafeterías, tabernas, están siempre más bullentes que una grada del Calderón, rebosantes de proletarios tabernarios no necesariamente descansando de sus rigores laborales.
Gentes sin oficio, pero sí beneficio, urracas de la hucha común, que parasitea las arcas publicas con un eficiencia pasmosa con la complicidad de los funcionarios de ventanilla y los síndicos de turno. Y pasa las horas y consumen sus fechas entre copa y copa, entre pitillo y pitillo, entre parleta y parleta, presumiendo con razón de ser los príncipes del tocomocho. Y como el ambiente mental está claramente azingarado, el lema del proletario tabernario es el mismito que el de vagos y truhanes: que trabajen los payos.
Así que en esta verbena sin amanecida, la cuerda va aguantando hasta que el sogal de la deuda pública se resquebraje en algún punto del incierto mañana y deje con el culo en el suelo a quien tiraba de ella. Así acabará finando esta infame feria del paraíso tabernario. Pero no se entren en pánico, los cien mil hijos de San Luis, digo inmigrantes que entran cada año por los puertos del Reino, huyendo de otras latitudes más tenebrosas aún, nos alargará la verbena unas horas más.