Diario de León

La calle, el domicilio de un sinhogar: la rica realidad del mendigo

Publicado por
Ángel Pérez Martínez
León

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Eran aproximadamente las seis de la tarde de aquel quinto día de mayo, el sol había dejado de lucir y ya hacía frío.

Veinte minutos antes había salido de casa a dar mi paseo habitual; como de costumbre, la etapa consistía en llegar al Crucero y dar la vuelta, aproximadamente unos tres kilómetros.

Faltaban pocos metros para pisar esa imaginaria meta cuando aparece ante mí un mendigo errante. Era alto, aproximadamente de un metro ochenta de estatura, constitución física normal, caminaba erguido, con pelo y barba de muchos días y ese color de tez impuesto por sus inseparables compañeras de viaje, las inclemencias del tiempo.

Arrastraba una vieja y oxidada carretilla de obra abarrotada de grandes y decoloradas cajas de cartón en las que parecía se escondían del frío todas sus pequeñas pertenencias, todo su patrimonio.

Parece que busca acomodo en el hall de entrada al portal de una cercana casa deshabitada, en donde con toda seguridad se va a aposentar para pasar la noche.

Llego a la meta, giro sobre mí mismo e inicio la vuelta a casa. Pienso que debo darle un pequeño donativo.

Ya próximo al mendigo, levanto mi cabeza y le miro de frente mientras hurgo en mi bolsillo buscando una moneda de euro con la intención de depositarla en el recipiente de plástico que ya tenía habilitado al efecto.

No, no busque en su bolsillo, me dice el mendigo errante.

Y ante mi gesto de sorpresa y consecuente contrariedad insiste, como para que no me quedasen dudas:

No, no… no busque! Mire, me encuentro bien, que…. me encuentro bien.

No entiendo esta actitud del mendigo, no comprendo cómo en su extrema necesidad no acepta la limosna. En el trayecto a mi domicilio no paro de repetirme una y muchas veces más pero, ¿qué significa el «mire…, me encuentro bien» del mendigo?

Me hubiera gustado haber tenido una conversación más extensa con el sinhogar y pensaba… que le podía haber hecho mil preguntas, que le podía haber regalado mil consejos…

Dos días después volví a encontrarme con él en el mismo lugar y a la vez que le dirijo mi saludo de buenas tardes, deposito el pequeño donativo en el correspondiente vaso de plástico.

Oiga, hace unos días quise dejarle mi donativo y Vd. me dijo que se encontraba bien.

Ah sí, lo recuerdo, respondió el sinhogar.

Mire, ese día ya había recaudado suficiente para pasar la jornada, y continuó.

Y hoy me sucede lo mismo: ya he recaudado bastante para hoy y casi tengo completa la jornada de mañana.

No podía creer lo que estaba escuchando, pero por fin comprendí el «mire… me encuentro bien» del mendigo.

Comprendí que el concepto «mire… me encuentro bien» del sinhogar equivalía a tener suficiente.

Comprendí que en el pensamiento del sinhogar conviven armónicamente lo «poco» que posee y lo «poco» que necesita.

Gracias sinhogar por recordarme que es el hoy el que cuenta y que, para transitar por el hoy, no se necesitan grandes mansiones, no se necesitan grandes vehículos, no se necesitan grandes hogazas.

Quizás el pasado debió habérmelo hecho comprender y así el futuro no incomodaría tantas veces mi presente.

Gracias anónimo sinhogar.

Que nunca te falte lo necesario.

Feliz Navidad para todos.

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