Diario de León
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Los poemarios tienen una tirada medía de trescientos ejemplares, y muchas veces ni siquiera se distribuyen por las librerías para su venta. Suelen ser regalados, mayoritariamente, por los autores, los editores y patrocinadores. Un 40% de españoles no han leído jamás un libro. Otro 45% ha leído uno o dos, y han quedado tan hartos y desengañados que no han osado repetir tan funesta experiencia. Un 10% suele leer entre dos y tres libros al año, que les regalan los familiares y amigos, guiándose por la publicidad, sucumbiendo a los bestseller. Solamente un 5% de personas leen al año más de tres libros. Las mujeres son más lectoras que los hombres, son más sensibles e inteligentes. Los políticos no leen casi nada, pero lo saben todo.

Llevaba yo mucho tiempo sin asistir a presentaciones de libros, sin aceptar invitaciones, corriendo el riesgo de ser tildado, injustamente, de «despreciador de colegas». El año pasado, sabiendo que sigo en baja forma, hice de tripas corazón y, sacando fuerzas de flaqueza, asistí, entre el público, a la presentación de libros de estos escritores y poetas del Bierzo: Berta Pichel Blanco, Ana María Campelo López, de Villafranca; Ruy Vega, y Emilio Vega Gómez.

También, excepcionalmente, acepté la invitación de Luisa Arias González para participar en el recital de Poesía para Vencejos, en La Bañeza: no podía fallarles a mis queridos amigos Conrado y Charo. Gracias, Luisa. Pero sigo y seguiré estando fuera de «juego», no podré participar en ningún otro «acontecimiento literario» ni aceptaré nuevos «amigos» en facebook (sólo tengo cinco).

El libro siempre es importante. Los de Historia, los que citan a personas con sus nombres y apellidos, tienen que ser más serios y rigurosos, no como las novelas que narran vidas imaginadas. Cualquiera puede disfrutar y padecer con los libros de Historia. El problema es que a los sectarios iluminados sólo les interesan los datos que les son favorables. Sólo los independientes, no partidistas (y más si hemos sido expertos en contabilidad analítica), estudiamos todas sus páginas, valoramos lo negativo y lo positivo, el debe y el haber, hasta llegar a resultados ciertos.

Se siguen luciendo camisetas con la cara del Che y leyendas que lo magnifican. Las mentiras han hecho grandes estragos, son tan monumentales que convierten al asesino en benéfico héroe. Tristeza me produce que más de cien premiados poetas y escritores le hayan dedicado elogiosas odas y elegías a este sujeto que fue ejecutado en La Higuera (Bolivia) en 1967. Entre estos «genios del bien» están Benedetti, Juan Gelman, Saramago, Cortázar, Nicolás Guillén, León Felipe, Neruda, Vicente Alexandre, Celso Emilio Ferreiro, Gabriel Celaya, Alfonso Sastre, J.A. Goytisolo y otros «intelectuales» que hicieron suyo el cruel disparate de Fidel Castro cuando dijo: «Podrá morir el artista, sobre todo cuando se es artista de un arte tan peligroso como es la lucha revolucionaria, pero lo que no morirá de ninguna forma es el arte al que consagró su vida y al que consagró su inteligencia».

El dogmatismo acérrimo está muy lejos de la verdad y hace tremendo daño. La táctica de los fanatizados siempre es la misma: evitar el debate y agredir al «contrario» insultándolo y descalificándolo.

Me encontré con «expertos» que para darse más importancia decían haber contabilizado «tropecientos» asistentes en la presentación de su libro. Evidentemente, no tenían mucho conocimiento de la diferencia sustancial que hay entre contar y contabilizar. También aguanté a gente que descalificaba a Alemania sin haber salido de su pueblo ni hablado jamás con un alemán; con escritores que alardeaban de haber ganado un gran premio e insistían tanto que les tuve que decir: «Te lo regaló fulanito, antes me lo ofreció a mí y lo rechacé».

Cualquier día algún paisano listo pretenderá enseñarme a podar una cepa, asar castañas, hacer vino, y hasta repetirá esa mentira de que la Provincia de Villafranca del Bierzo ha sido la «quinta provincia gallega».

En la portada de mis Picotazos Liberales está un precioso rosal silvestre, escaramujo, o tapaculos, cuyos frutos son una gran fuente de Vitamina C. Es muestra de amor por mis lectores, pues libro y rosal, rosal y libro son muy poderosos antídotos contra los virus, los radicales libres y la ignorancia.

A lo largo de la vida he ido adquiriendo viejos libros, no tantos como era mi deseo, pero suficientes para poner a prueba mi amor por todos en los nueve traslados de domicilio que he podido soportar y disfrutar. El destino ha destrozado el sueño de poder convertir la bodega de casa en biblioteca.

Tengo el mejor cuento de la Historia, El príncipe feliz , de Oscar Wilde, una hermosa edición juvenil que adquirí en el Rastro de León el 16 de octubre de 2006, por tres euros. Lo triste es que la que fuera propietaria de este maravilloso libro no pudo mantenerlo en su casa como recuerdo del cariño que muestran las felicitaciones que en el día de su cumpleaños le dedicaron sus amigas y compañeras. En Celanova una vez compré un pequeño lote de viejos libros. Tiempo después descubrí que uno de ellos, de 1865, había sido propiedad de una conocida familia de Villafranca. En él, además de algunos comentarios, están estampadas sus firmas.

Los libros son valiosos tesoros, y el paso de los años los va enriqueciendo más.

Me apena que demasiada gente se sienta más feliz con unos bonitos adornos en el pelo que con libros en el cerebro, en el corazón, en la memoria.

Calímaco, de Cirené, poeta, antiaristotélico, vivió entre el año 310 y el 240 antes de Cristo. Ptolomeo II le encargó ordenar la Biblioteca de Alejandría, cargo que ejerció hasta su muerte. Se le considera el padre de los bibliotecarios y catalogadores. A él se le atribuye la frase: «Saber demasiado es malo para el que no sabe callar, es peligroso como un niño con un cuchillo».

No hace falta tener treinta mil libros y haberlos leídos todos, con una décima parte ya es más que suficiente, sobre todo si se saben saborear despacito, volviendo a leer páginas pasadas, tomando notas, y pasado algún tiempo volver a disfrutarlos. Cuando un escritor lee tantísimo corre el riesgo de acabar tarumba y caer en el plagio, pues llega un momento en el que es difícil saber si lo que escribe es suyo, original, o procede de las muchas lecturas acumuladas. Hay que pedir perdón siempre, y no ufanarse demasiado. Si yo fuera un petulante, le hubiera dicho al escritor que vive en La Navata, de Galapagar, que tengo treinta mil ciento nueve, todos bien leídos, y más de la mitad estudiados, sobre todo los de lance. De tal manera que cuando leo o releo un viejo y sobado libro que ya ha pasado por otras ojos, cerebros y sensibilidades, al rato de empezar ya sé si ha estado en las manos de un señor con bigote, una viuda «pelinroja», una señorita de Calamocos, una hermosa bailarina de tangos en Buenos Aires con casa en Villafranca, pues adivino todo: la edad, la estatura, el color de los ojos, la forma de la nariz, si era pobre, o rico con fincas en Corullón. Nada se me escapa cuando leo, y sé si el anterior propietario del libro era liberal, feliz, desgraciado, si se casó y tuvo dos o tres hijos (adivino hasta sus nombres), si sabía alemán, gallego o inglés, si leía cuando merendaba bocadillo de chorizo Pajariel de Bembibre o té con pastas (la marca de las pastas la omito, que se hace largo el artículo y la página del Diario de León pone límites), pimientos de piquillo rellenos de bacalao o castañas en almíbar de Prada a Tope.

Leo muy lento, pero seguro, y queda claro que me encantan los libros de lance, los que ya han pasado por las estanterías de otras personas que han tenido la cruel desgracia de tener que desprenderse de ellos. Estas criaturas necesitan y se merecen mucho cariño, pues son como niños huérfanos, ya mayorcitos, que casi nadie quiere.

Ahora estoy leyendo, nuevamente, Coricancha, libro que recomiendo, de 1943, del suizo, naturalizado en Argentina y proclamado como héroe nacional, Aimé Félix Tschiffely, un escritor, aventurero, profesor, defensor de España, de la Hispanidad, contrario a la leyenda negra inventada por el capitalismo anglosajón protestante, que tanto nos ha envidiado y maltratado. El señor Aimé Félix hizo el viaje de Buenos Aires hasta Nueva York en tres años, utilizando únicamente dos caballos, que llegaron sanos y salvos.

«Todo está en los libros, sobre todo en los de cuentas».

«En vez de pensar tanto en los demás piensa en los de menos».

«Pienso sin inclinarme».

Con toda Burbialidad.

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