Diario de León

Santo Martino de León, una auténtica referencia leonesa

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Hoy es un día señalado con letras mayúsculas en el devocionario de la Diócesis de León, por la festividad de Santo Martino, coincidiendo con el aniversario del fallecimiento de este insigne personaje leonés, el 12 de enero de 1203.

La principal referencia la encontramos en la Colegiata de San Isidoro y especialmente en su capilla, incardinada en el contexto general de la Real Basílica, donde reposan sus reliquias.

Nació en la jurisdicción de León y fue conocido con posterioridad como Martinus Sanctae Crucis, todo ello en documentación del siglo XII, manteniendo sus devotos leoneses el nombre de Martino, en vez del Martín, de su traducción del latín.

En cuanto a la fecha no tenemos datos ciertos su principal biógrafo D. Lucas de Tuy, coetáneo y compañero de hábito y claustro, la quiso aproximar al primer tercio del siglo XII, quizás entre 1120 y 1130, en una familia de noble ascendencia, quizás del linaje real leonés, así como de preclara condición cristiana, formada por su padre, Juan y su madre, Eugenia, que según la tradición arraigada, tenia casa señorial en el cercano pueblo de Palacios, en la ribera del río Torío y que según los lugareños fue convertida, con mucha posterioridad, en escuela de niños.

Siendo niño aún, fue formado por maestros que le adoctrinaron tanto en las letras humanas como divinas, siendo un muy buen aprendiz. Al quedarse su padre viudo y cumpliendo su compromiso matrimonial, repartió parte de sus bienes a los pobres y con el resto pidió el ingreso y el hábito en el monasterio de canónigos regulares de San Marcelo, de la orden agustiniana, acompañándole su hijo.

Después de su época infantil y juvenil, accede al subdiaconado permaneciendo aproximadamente en León durante su primera treintena de vida, pues entonces decidió tomar e bordón e iniciar su personal peregrinación durante varios lustros.

Según va discerniendo su biógrafo, el Tudense, su primer objetivo al salir de la capital leonesa, fue encaminarse hacia el los lugares astures como San Salvador de Oviedo, siguiendo hacia la capital espiritual del Reino de León y visitar los restos del Apóstol, en Compostela. Desde allí las huellas de su peregrinar se diluyen, quizás encaminándose hacia la Tarraco romana, para allí, navegando por el Mediterráneo, aparecer toda una Cuaresma en Roma, diferenciándose del resto de peregrinos por el rigor de sus penitencias. Cuarenta días de intenso ascetismo: «ceniza y cilicio, pan escaso y ahorrando agua», según su relator.

Y de Roma a Jerusalem, en donde un rey cristiano, Amaury, ceñía la corona jerosolimitana. Martino visitando todos los lugares santos de la vida, pasión y muerte de Cristo durante un tiempo importante. El viaje de vuelta por Antioquia, Costantinopla, Italia y Francia, llegando a su León sobre 1185, siendo el obispo legionense D. Manrique. El monasterio de San Marcelo le aceptó de nuevo, vistiendo el hábito de canónigo regular y siendo trasladado y aceptado posteriormente, por la comunidad, también agustiniana, de San Isidoro, que había sido fundada en 1148, por el Emperador Alfonso VII y su hermana, la Infanta Doña Sancha. En este monasterio se recluye una celda en lo más apartado del cenobio, que aún hoy existe, con alguna modificación. En ella erige un altar dedicado a la Santa Cruz, apellido que desde entonces utilizó siempre el Santo.

A pesar de su avanzada edad para aquella época, su actividad se incrementó intensamente en el ‘scriptorium isidoriano’ dejando una inmensa cantidad de escritos sobre diversas materias.

Ya por ese tiempo también comenzaba a extenderse la fama de Santo Martino por toda la región leonesa. El propio rey Alfonso IX, al que ya había curado de niño de una posible ceguera, le visitaba frecuentemente para confesarse, arrodillado ante él, lo mismo que su mujer Dña. Berenguela. Los obispos y los magnates le tenían gran veneración acercándose a él con gran veneración. Los propios reyes le ofrecieron en 1199, dos donaciones reflejadas en actas capitulares del monasterio para la capilla de la Santísima Trinidad y Caridad, mandando hacer una lápida con la correspondiente inscripción alusiva.

De su vida siempre me gusta recordar el milagro de San Isidoro y el libro: «El canónigo Martino era muy buen hombre y llevaba una vida santa, pero echaba en falta último y profundo de las Sagradas Escrituras. Estando de ayuno, se le apareció San Isidoro de Sevilla con un librito que le mando tragar. Como Martino se resistía, principalmente por no querer romper el ayuno, San Isidoro le hizo tragar el libro por la fuerza. Desde entonces el canónigo comprendió el significado profundo de los contenidos bíblicos y se convirtió en un gran teólogo».

Y se le acercó la hora de abandonar este mundo, siendo el 12 de enero de 1203 cuando moría Santo Martino con una gran aureola de santidad y corona de sabiduría.

Ya dejó escrito, nuestro recordado D. Antonio Viñayo, una definición total y muy completa de nuestro querido Santo Martino «peregrino impávido, canónigo santo, maestro sabio y teólogo iluminado».

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