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Durante todo el siglo XX el capitalismo mantuvo un duro pulso con el sistema comunista por imponerse como modelo  en el mundo. Esta enconada lucha entre  adversarios dotados de fuerzas equivalentes fue causa de que ambos adoptaran una actitud  contenida,  de cara a preservar  energías en la que se preveía pugna de incierto final. 

La existencia de un rival obligó al sistema capitalista a mantener alerta sus mecanismos defensivos y no dejarse llevar por euforias desmedidas que podrían redundar en su propio perjuicio. Todo disfunción del sistema era aprovechable por el adversario para fortalecerse a costa del rival.

El inesperado colapso del sistema comunista en la última década del siglo cambió radicalmente la situación. El capitalismo se encumbró como absoluto vencedor de la centenaria pelea y como una consecuencia de tal estado se abismó en una especie de embriaguez que ha sentado las bases de todos los  posteriores problemas. Esa borrachera ha estado alimentada por un poderoso narcótico que ha circulado, cada vez más, barato y en cantidades cada vez mayores: el dinero.

Los bancos centrales de occidente emprendieron desde la crisis de la vivienda, una política de reducción de tipos hasta extremos nunca vistos y hasta límites mucho más allá de lo sensato. No se puede negar que esa actitud complaciente de la autoridad monetaria con el sistema financiero solo se puede entender en ese estado narcótico en que el sistema se siente tan seguro, por falta de alternativas, que tiende al abuso. Lo que en psicología se entiende como euforia bipolar,  la vox populi llama simplemente «calentura», y los mercaderes del money  llaman «burbuja». 

La baratura del dinero fue justificada como la respuesta al peligro de crisis y solo fue posible por la combinación de una inflación muy débil, a causa de la apertura general  del mercado mundial a los países pobres, con producción barata; la abundancia de ahorro de los países productores de materias primas y las economías ahorradores del área Asia-Pacífico.

Pero ni la una ni la otra debieron hacer posible este exceso de euforia que propicia la excesiva liquidez de los banqueros centrales quienes, en lugar de comportarse como padres responsables con sus hijos traviesos, se mostraron indulgentes por su desmesurada autoconfianza. Olvidaron en su excitación inducida por el tóxico de la autocomplacencia que el capitalismo a pesar de su triunfo se mantiene sobre bases inconmovibles: la avaricia y la  ganancia. 

Y cuando ese sentimiento se deja de controlar como está sucediendo con el sistema financiero en los presentes años, todos los elementos del mercado se embriagan con la facilidad de crédito y tienden al exceso de las deudas. Este cáncer sistémico del sistema es una vez más el causante de la nueva crisis que ahora nos acecha. La resaca, dicen, será larga, acorde con la droga ingerida.

¿Cuándo ha habido un mundo tan loco? Los gobernantes de occidente han descubierto que regalando el dinero pueden sostener el pulso de este frenesí de consumismo. Y traicionando su deber de proteger a sus gobernados del espejismo de la codicia liberan la máquina de hacer billetes. Maquillando la realidad con falsas estadísticas que hacen creer en la inocuidad de la inflación, pero la ciudadanía sabe que la inflación llegó y se pega como una lapa ponzoñosa al tejido económico.