TRIBUNA
Las lenguas en España
L as diversas lenguas habladas en España, como el catalán, el vasco, el gallego y el valenciano, están generando, en las comunidades correspondientes, algunos problemas dignos de análisis y consideración, con consecuencias en la lengua nacional: el español. El primero de ellos podría ser el bajo conocimiento de nuestra bella lengua (una de las más universales), problema que se está notando en las diversas comunidades de esas lenguas regionales. Hay muchos ejemplos que así lo acreditan. Una joven vasca suspende un examen de Derecho, se queja al profesor que la examinó, quien le dice que la suspendió, no por el contenido propio de sus conocimientos de la materia, sino por la ingente cantidad de faltas de gramática y ortografía en la lengua del examen: el español. Ella misma reconoce que tiene un serio problema con esta lengua, ya que no se la enseñaron suficientemente en el país vasco.
Esto nos lleva a considerar la importancia de que, en esas comunidades bilingües, no se debe olvidar la necesidad de enseñar ambas lenguas a la vez, lo que ha de considerarse como una riqueza, sin que una margine a la otra, lo cual ha de redundar en beneficio de los habitantes en esas comunidades bilingües. En el pasado, en la época de la dictadura franquista, la persecución de los nacionalismos tuvo sus consecuencias en todas las lenguas que no fueran el español, al ser prácticamente prohibidas en todos los estamentos oficiales, y en especial en los centros docentes. Pero, llegada la democracia, comenzó un auge de esas lenguas prohibidas, las cuales —lejos de desaparecer— habían permanecido en la memoria y la vida de sus hablantes. Por eso, ahora desean expresarse en sus propias lenguas, pero con una consecuencia que, en algunos casos y a causa de las prohibiciones anteriores, tienden a marginar la lengua nacional: el español.
Esta es solo una de las múltiples consecuencias que los pueblos tienen que padecer, como consecuencia de las épocas dictatoriales y despóticas. Pero el pueblo español debe considerarse ya un pueblo adulto, libre y tolerante, lo que quiere decir que ha llegado la hora de que todos los españoles nos sintamos unidos, cualquiera que sea la comunidad autónoma donde vivamos, y respetemos a aquellos que hablan dos lenguas, y estos comprendan la riqueza de la lengua nacional. (No olvidemos que el español es el cuarto idioma más hablado del mundo, con cerca de seiscientos millones de hablantes, de los cuales cerca de quinientos millones son nativos). Esto redundará en un bien común, olvidando toda rencilla por razón de las lenguas. Recordemos otros países vecinos, como Francia y Alemania, donde el francés y el alemán son las lenguas que todos conocen, que todos utilizan en todos los medios, y nunca entran en conflicto con sus diversas lenguas locales, usadas preferentemente en el ámbito familiar y local.
Si bien una lengua en común es siempre un puente de unión entre los seres humanos, es cierto que una lengua diferente puede convertirse en un medio de separación entre ellos, a no ser que se den estas dos condiciones. Por un lado, que exista una lengua común (mayoritaria) entre los hablantes, lengua que utilizan todos para entenderse. Y en segundo lugar, que exista un total respeto, por ambas partes, hacia todas lenguas habladas diferentes. Y por supuesto, la lengua común ha de ser la lengua nacional. ¿Se dan, hoy en España, estas dos condiciones? ¿Aceptan catalanes, vascos, gallegos y valencianos el español como lengua nacional, la conocen y la hablan? ¿Y el resto de ciudadanos de las diversas comunidades aceptan y respetan estas cuatro lenguas regionales? Si se cumplen estas dos condiciones, los españoles podremos vivir en paz, en una mutua comprensión y tolerancia.
Esto depende principalmente de todos y cada uno de nosotros, los ciudadanos, aunque es preciso manifestar que, en este aspecto, los poderes y las autoridades, y en especial los políticos, juegan un papel esencial, ya que lo que ellos dicen tiene una gran influencia en la mayoría de los ciudadanos, y sobre todo en aquellos que no han logrado liberarse de ellos y ser independientes, y por eso, viven aún bajo su influencia. De ahí la gran responsabilidad y el deber que tienen los políticos de permitir que los pueblos se expresen en sus propias lenguas, y velar solo para que todos se respetan mutuamente y sepan valorar el lugar preeminente que ha de ocupar la lengua nacional, que cada uno ha de conocer y hablar por el bien de todos los que viven en una misma nación.