Diario de León

TRIBUNA

Enrique Ortega Herreros médico psiquiatra jubilado

De perdidos al río

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S i bien existen diferentes opiniones sobre esta expresión, yo voy a referirme en esta ocasión, y valorando la política del Gobierno actual de nuestro país, a una actitud que conlleva, al mismo tiempo, ingredientes de pseudo valentía, de «necedad obligada» por aquello de «sostenerla y no enmendarla», de falso orgullo y de temor «a quedarse con el culo al aire» en el caso de dar marcha atrás en su descabellada huida hacia adelante. El camino emprendido por «el jefe», hace ya mucho tiempo, con el lema de «todo vale en la medida que me interesa» le ha hecho rehén, por su propia codicia, de quienes se suponía le iban a conceder una mayor libertad de movimiento. Lo mismo que la mentira tiene las patitas cortas, el engañador ha sufrido las mismas artimañas del supuesto engañado y ha caído en su propia trampa.

Demasiado revolcón para un narciso irredento que tratará por todos los medios de evitar o restañar las heridas a su orgullo y a su ambición desmesurada de poder. Hay mucho de infantil, de primario (lo de irracional y patológico me lo reservo), de amoral en esas conductas. Reconocer el error y corregirlo es de sabios, y eso no entra en su caletre, más bien al contrario. Sería casi un milagro si el susodicho lo corrigiera. De ahí, lo de seguir mintiendo (pretendiendo convertir la mentira compulsiva en una verdad), ocultando, maniobrando en la sombra, amenazando directa o indirectamente tanto a propios como a extraños. Los suyos, los propios, que ya sucumbieron hace mucho tiempo a sus cantos de sirena, a sus promesas indiscriminadas, a una ambición para compartir, seguirán dando tumbos como pollo sin cabeza, como marionetas pendientes del hilo que las maneja, títeres, peleles de sí mismos. Qué espectáculo tan denigrante están representando. Cómo es posible que no se les caiga la cara de vergüenza. Incluso aquellos, mucho más valiosos e inteligentes que su líder, parecen haber renunciado a sus principios. Eso, en un futuro no muy lejano, podría ser objeto de varias tesis doctorales al respecto. Ya lo creo que da mucha pena pararse a contemplar ese espectáculo bochornoso.

Cómo se puede caer tan bajo se repite, boquiabierta y ojiplática, una multitud de ciudadanos que no da crédito a tales desmanes. Sorprende por lo inhabitual y aberrante de tal conducta, ya que el personal se mueve en general dentro de unos parámetros de una lógica elemental, sincera, de honradez, de bonhomía. No es que esa multitud desconozca las pasiones humanas y la tendencia tan frecuente a la manipulación política, pero todo tiene un límite. O al menos quiere creer que todo tiene un límite, que las leyes están para cumplirse no solo en la letra sino también en el espíritu. Pero se va dando cuenta de que «hecha la ley hecha la trampa», de que el SISTEMA permite, a la vista está, una interpretación de la realidad muy distinta a la que está acostumbrado a vivir y soportar. Creía y aún sigue creyendo que el sistema le protege con sus leyes tanto escritas en sus códigos como inscritas en el cuerpo social del que hace parte; esas leyes no escritas, pero que sirven de guía de su comportamiento en aras de un entendimiento razonable entre sus semejantes.

No obstante, lo más peligroso y nefasto está todavía por llegar. El mayor daño es el que se produce en las entrañas del cuerpo social. Cuidado con la manzana podrida que puede pudrir al resto de las manzanas del cesto. Me explico. Voy a escoger, como ejemplos, la referencia a algunas patologías médicas que sirvan de parangón a lo que viene sucediendo con la política actual. Ocurre, cuando un agente agresor, patógeno (virus, bacteria, etc.) ataca al cuerpo, éste se defiende, pone en marcha sistemas de protección y contraataque logrando vencer, o no, al enemigo, y cuyo resultado es de sobra conocido. Existen otras patologías cuyas causas y desarrollo son más silentes y de resultados mucho peores en muchas ocasiones que los producidos por los primeros. La deficiente o incorrecta alimentación, el sedentarismo, los hábitos malsanos (tabaquismo, alcoholismo, drogas «duras» y menos duras, etc.) causan hoy día el mayor destrozo en la salud. Cuando los agentes agresores atacan a la «mente», el resultado, aunque no sea inmediato, puede ser devastador.

Pues bien, en el caso que nos ocupa, la introducción, abierta o silente, en el cuerpo social de los «virus» del odio, de la injusticia, de la desigualdad gratuita, del rechazo (por principio) del otro, de la utilización prepotente y torticera de la autoridad, del ocultamiento de la verdad, de la manipulación partidista de la justicia, del prescindir de la ética, del intento de justificar el todo vale y, por tanto, la justificación de los medios empleados, sean los que fueren, para alcanzar el fin, aunque éste sea inmoral y contrario al bien común, etc. ese cuerpo social acaba padeciendo las agresiones, aunque a la vez tienda a protegerse de tales ataques. Líneas arriba afirmaba que el peligro y el mayor daño están por llegar. En artículos anteriores me he referido al dicho de «quien siembra vientos recoge tempestades», y la tempestad puede ser muy destructiva.

Señores del Gobierno, votantes del mismo y adláteres, mi ruego es que no tiren la piedra y escondan la mano. No intenten proyectar sobre el otro sus miserias, no se hagan los ofendidos pasados o futuros, siendo ustedes los ofensores actuales, no intenten justificar sus tejemanejes en aras de unos principios contrarios y, supuestamente, mejores a los del otro, porque en medio está la mayoría que solo quiere la paz y la concordia. De seguir en la línea actual, que es lo que me temo, dada su dinámica habitual de conducta e intenciones, el daño será mayor y la intensidad de la reacción de un cuerpo social maltratado puede ser indeseable. De ahí mi temor al peligro de que también pretenda destruir al agresor. En ambas eventualidades, en el caso que nos ocupa, la tragedia estaría servida. Ojalá que recapaciten y que el aforismo que encabeza este artículo, «de perdidos al rio», no sea más que el reflejo de un temor infundado por mi parte.

Y a «los colocados al otro lado del muro», igualmente les ruego que no se dejen llevar por el deseo de venganza. Quienes levantan el muro esparcen trampas, tratan de provocar al amurallado con el fin de que cometa errores y aprovecharse de ellos poniendo de relieve el error y no la provocación del mismo. No olviden que quien más sabe de trampas es precisamente el tramposo; y en eso el gobierno actual es un consumado maestro. Protestar, sí. Rebelarse con la palabra y la ley, sí. Manifestarse con la fuerza de la razón, sí. Utilizar todos los medios legales, éticos y morales de los cuales dispone la ciudadanía en un régimen democrático, sí. Responder con la misma moneda agresiva que utiliza este gobierno, no. Ese es mi deseo, que la respuesta del cuerpo social sea contundente, firme y persistente, pero siempre empleando bien los medios adecuados.

Señores del Gobierno, votantes del mismo y adláteres, mi ruego es que no tiren la piedra y escondan la mano. No intenten proyectar sobre el otro sus miserias, no se hagan los ofendidos pasados o futuros, siendo ustedes los ofensores actuales, no intenten justificar sus tejemanejes
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