TRIBUNA
Urbanocentrismo
E l modelo urbano se impone en el mundo entero y el universo rural se agota por los cuatro puntos de la brújula planetaria. No es cosa de ahora: empezó en Eridú, hace 9.000 años, la primera ciudad; siguió en Katal Huyuk, hace 7.000; en Mohenjo Daro, hace 5.000... en Jericó...
Los caldeos lo inventaron, los griegos lo refinaron y los romanos lo llevaron a su plenitud hace 2000 años. Luego llegó el eclipse de la barbarie y el proceso se detuvo durante un milenio. Pero desde el siglo del gótico ya nada es capaz de detenerlo.
La ciudad siempre se ha pregonado como la fortaleza que protege al lugareño del forajido del bosque o del señor del castillo. Y el mercado donde se vende y se compra, se oferta y se demanda y por tanto se crece y se prospera. Y el foro donde rigen las leyes más justas. A cambio es el lugar donde pierde su independencia el hombre del bosque y se obliga a pagar el óbolo al residente de palacio.
Ahora se parlotea sobre el vaciamiento del Reino, como si eso fuera una novedad. Que yo recuerde los jornaleros ya huían del campo cuando yo andaba a gatas. Y no han dejado de hacerlo, con diferente intensidad según las coyunturas, desde entonces.
El proceso urbanocéntrico es una furiosa espiral que absorbe todo el territorio nacional en un único sentido; Madrid, capital, es la gigantesca succionadora del mercado laboral, de la exuberancia urbanística y de la riqueza y la prosperidad en general. Pero en ese torbellino centrípeto se perfilan también 50 réplicas, de menor intensidad pero igualmente rateras de la estabilidad rural; las capitales provinciales, con diferente intensidad, según zonas geográficas.
Cuando se dice que León se vacía, o que León se estanca o que León se hunde, nos referimos a la provincia. Porque la metrópoli, la ciudad de León, son su patrimonio histórico y su ejemplar gastronomía es una aspiradora más de ese torbellino que todo lo vampiriza.
Madrid succiona España y las capitales provinciales devoran sus propias provincias.