Diario de León

TRIBUNA

Enrique Ortega Herreros
Médico psiquiatra jubilado

¿Nos defiende el Gobierno o nos tenemos que defender del Gobierno?

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N o se trata de una pregunta retórica o de un juego de palabras. Se trata de dar respuesta a los tejemanejes de un gobierno que decide aplicar a rajatabla, o al menos trata de conseguirlo, el reglamento que él mismo ha elaborado e impuesto sobre el ejercicio del poder. Ya saben. Artículo primero: El Gobierno tiene la potestad absoluta para llevar a cabo la política que considere oportuna, modificarla e incluso cambiarla radicalmente según las circunstancias que él considere necesarias para la ocasión. Artículo segundo: En el caso de que eso no pueda ser, por ser imposible, se aplicará automáticamente el artículo primero del reglamento.

«Con estos bueyes hay que arar», reza el dicho, pero sin que la docilidad, fuerza y entrega de esos preciosos animales tengan nada que ver con la disposición de los representantes políticos del gobierno en cuestión. Tampoco traten de sacarle punta al dicho, por aquello de que los bueyes sean toros castrados. No va por ahí la cosa. Lo que me dispongo a enjuiciar es el hecho mismo del poder otorgado a unos representantes políticos sin exigir la contrapartida correspondiente. Me explico, el acceso a la política no precisa de ninguna formación específica, ni de ninguna garantía de la bondad y competencia o capacidad del candidato. Eso, en todo caso, se deja al albur de las circunstancias y de las normas internas de cada agrupación política. La primera consecuencia de ese sistema es que tanto el más listo y honesto como el más tonto y sinvergüenza disfrazado, camuflado o no, puedan optar a los mismos puestos dirigentes. Ustedes me dirán que como la vida misma. Ya, pero en la vida misma se exigen responsabilidades de la actividad que ejerce cada uno y de la que tiene que responder. En la política, a la vista está, no ocurre así. Es más, no es infrecuente que un político incompetente, en su salida del gobierno, tras una actuación nefasta, sea compensado con un puesto en una embajada o en instituciones parecidas, con un sueldo jugoso y prebendas varias a cargo del erario público.

Volviendo al lema de este artículo, se supone que el gobierno se constituye con la finalidad de impulsar, velar, promover y defender los derechos y libertades de la ciudadanía. Hasta ahí, en teoría, todo perfecto. El problema surge cuando se invierten los papeles y la ciudanía pasa de ser defendida a ser ofendida por ese gobierno. Se pasa de la promoción del bienestar al del malestar. Se pasa del ser defendido por el gobierno a tener que defenderse del mismo. Me dirán que es el mundo al revés. Pero, qué quieren, cuando un gobierno, en pleno desarrollo del partido, cambia las leyes de juego, asegura que lo que hasta ayer era blanco ahora es negro o viceversa, que infringir la ley escrita e inscrita se hace con el fin de promover la armonía del conjunto, y que la protesta del contribuyente responde a la miopía, al no ver el lejano alcance de sus disposiciones, o a la avaricia e insolidaridad del mismo, no le queda más remedio que defenderse de los ataques de aquél.

Otras de las características «ofensivas» de este gobierno, por lo que conllevan de menosprecio, son tanto la declaración de que no solo él posee la verdad absoluta (y, además, tiene la patente), sino que, también, por la ignorancia y revanchismo de la ciudadanía es atacado injustamente por la misma. Esto último se denomina, pura y simplemente, una proyección de sus vicios y tendencias. Pretenden convertirnos en dóciles corderos y que aceptemos, sin rechistar a ser posible, su «verdad». Esto me recuerda la fábula del lobo, el cordero y el arroyo, que ya he comentado en otra ocasión. El lobo se muestra ofendido por el cordero a quien amenaza con mandarlo al otro barrio, diciendo que le enturbia el agua del arroyo, aunque éste beba aguas abajo. El cordero le pretende demostrar que si las aguas discurren de arriba abajo y, por tanto, si el lobo está bebiendo arriba, él no puede enturbiarle el agua. El lobo, cambiando la ley de la gravedad, le responde con rotundidad que el agua de ese arroyo discurre al revés… A eso se le denomina picardía, imaginación oportunista, abuso de poder o, simplemente, sinvergonzonería…

Total, que la ciudadanía, en su mayoría, insisto, (la minoría o la suma de las minorías ya se encargan de sacar el mayor partido posible de la situación) se ve no solo no defendida por el Gobierno, sino atacada por él y no le queda otra que defenderse del mismo.

No es nada fácil para la ciudadanía, acostumbrada al respeto y obediencia hacia quienes la mandan, cambiar de chip y encontrar la manera de revertir la situación. El tiempo es un factor que juega a favor del Gobierno, por muy ‘Frankenstein’ que sea, porque sabe que la sociedad está «programada» para aguantar y, en general, es muy lenta o tardía, e incluso reacia, a reaccionar. El «Poder», sin frenos éticos y morales y conocedor de los frenos y limitaciones estructurales de la Sociedad, se puede permitir todo tipo de triquiñuelas y abusos en su forma de proceder. Las pruebas en ese sentido son palmarias en la actualidad. El «Poder» esgrimirá que ha sido legalmente elegido para gobernar cuatro años. Omite en qué debe consistir dicho gobierno escudándose en el principio democrático de que ha sido elegido por el pueblo. No le den más vueltas: Ustedes buscan la verdad real, él, el Gobierno, la verdad acomodaticia, o sea una mentira disfrazada de verdad.

Se me hará la observación que, en un régimen democrático, la Oposición juega un papel esencial para presionar y exigir al gobierno en el poder la observancia de las normas comunes de convivencia y justicia. En las circunstancias actuales y visto el resultado, uno se pregunta si la Oposición sabe, puede o quiere enfrentarse decididamente a los desmanes de aquél.

Con esos planteamientos el posible diálogo de entendimiento entre el Gobierno y la Sociedad se convierte en un «diálogo de besugos», en un esperpento del «camarote de los hermanos Marx». La referencia a esas figuras incitaría al humor si la situación fuera cómica, pero en realidad está más en la línea de la tragedia. ¿Qué queda como última alternativa de defensa? Mi respuesta es que, si se agotasen todos los recursos político-judiciales, tanto a nivel nacional como europeo, sin obtener un resultado positivo de rectificación y reconducción hacia los verdaderos principios democráticos, la sociedad civil debería reaccionar contundentemente en defensa de los mismos. De momento las manifestaciones actuales, minoritarias y aisladas deben indicar al Gobierno que, de seguir en sus trece, aquellas se van a convertir en multitudinarias y continuadas en aras del bien común y en defensa de los ataques que sufre del Gobierno. Estamos en una dinámica de un mundo al revés, es decir defendernos de quienes nos tienen que defender…

No es nada fácil para la ciudadanía, acostumbrada al respeto y obediencia hacia quienes la mandan, cambiar de chip y encontrar la manera de revertir la situación. El tiempo es un factor que juega a favor del Gobierno, por muy ‘Frankenstein’ que sea
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