TRIBUNA
Modólatras
Los templos con la cruz en la torre están vacíos, los clérigos de todos las clerecías se quedan sin feligreses. A cambio, proliferan los fieles devotos de nuevos cultos y nuevas confesiones, como hongos tras la lluvia. Los hay que profesan el culto al fútbol, llamémoslos futbólatras. Los hay que profesan el de facebook, llamemosles chismólatras y los hay que profesan el culto a la moda. Un culto tan vetusto como el homo sapiens y cada vez más exitoso; llamémosles modólatras.
Andar a la moda es hábito bien antiguo. Vamos a suponer que hasta los residentes de las cuevas de Altamira se afanaban por llevar las pieles de cérvido a la última. Con la irrupción de los comerciantes del otro lado del Mare Nostrum, con sus telas finas y su orfebrería quincallera la tendencia se acentuó.
En general, los intereses de los fabricantes ha modelado el gusto de los usuarios. Así que lo que está a la moda no es necesariamente lo mejor sino lo que le conviene al que fabrica. En todo caso subyace la pregunta de si ese estar a la moda es un signo de distinción que te destaca de los demás o la muestra más lamentable de servilismo a los fabricantes.
Ikea ha impuesto su moda en la edificación y todos los constructores de residencia las diseñan con los colores de funeraria que el fabricante les impone, con la complicidad de los arquitectos que comisionan por su intermediación. Decathlon la ha impuesto en la indumentaria y todos los usuarios se cubren con tejidos de plástico, que llaman de microfibra, que te libran de los cambio de tiempo pero te erizan la piel de sarpullidos.
No se llevan los pantalones de pernal ancho, me dice un colega al que llamo Don Nikelao porque viste como un figurín de escaparate, de acuerdo a los patrones del patrón de Arteixo.
Ahora entiendo por qué compré en el mercadillo del martes un lote de pantalones, todos de estreno, con su etiqueta de marca sin arrancar, con precios de origen por la estratosfera, a cinco euros la pieza... Todos estaban en perfecto estado pero tenían todos pernal ancho.
Para los idólatras de la moda el que no viste a la idem es como un labriego que no sabe escribir o un pobre bobo que no sabe hablar. Solo el que rinde culto en la Santa Iglesia de la Moda Universal tiene indulgencia de feligrés cabal. Vestir a la moda es sobre todo un signo de status, como tener un coche o poseer un chalet, hay que pagar el sobreprecio de tener ese distintivo.
Lo que desvelan los fieles de ese culto es que no son más que siervos de la gleba de los patrones del ramo. Fieles de una Nueva Iglesia cuyo Vaticano se halla en el Arteixo, su venerable pontífice, Ortega I. Al menos nos queda el consuelo, a los hispanos, que los diezmos que pagamos por vestir a la moda no se vayan a Roma sino que irán a engrosar al GigaEstado que pagamos entre todos.