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TRIBUNA

Ricardo Magaz
Profesor de Fenomenología Criminal de Uned y escritor

Desmontando la leyenda ignominiosa de Genarín

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Desde el Instituto Cepedano de Cultura, un grupo de escritores y artistas estamos decididos a reivindicar el nombre y por ende la historia real de Genaro Blanco Blanco, más conocido como Genarín. En efecto, el del entierro que se celebra cada año en León durante la noche del jueves al Viernes Santo.

Genaro Blanco nació el 19 de septiembre de 1861 en Izagre, sin que conste quien fue su madre. Abandonado a la puerta del vecino Victoriano Pérez, se lo entregó al cura y este, después de bautizarlo, al Hospicio de León (expósito número 147 del 61).

A las pocas semanas, el niño Genaro estaba adoptado por el matrimonio compuesto por Pedro Mayo y Tomasa Arias, de la localidad cepedana de Palaciosmil. Allí vivió feliz el muchacho y se hizo un hombre de bien, en lenguaje de la época.

Cuando le llegó el tiempo de formar una familia, Genaro se casó el 18 de enero de 1897 con María García Pérez (de tercer apellido, Magaz), del cercano pueblo de Oliegos. No obstante, la boda se celebró en la iglesia del Mercado de León.

El matrimonio decidió afincarse por fin en la capital, en la calle del Hospicio, 5. Posteriormente se trasladarían para mayor bienestar al número 3 de la calle Cantarranas. Genaro logró un buen puesto de «funcionario» en el Ayuntamiento leonés: dependiente del fielato de consumos de Puente Castro. Estos empleados públicos gozaban de un sueldo fijo y consideración de lo que hoy serían los agentes de la autoridad. Genaro era titular de la placa número 54.

Así estuvo la familia Blanco-García 14 años. Una década y media en la que nacieron cinco hijos. Mas, el ayuntamiento decidió privatizar el servicio de Consumos, hubo algunos despidos y Genaro se quedó en el paro. Por poco tiempo. No tardó en pluriemplearse de jornalero y repartidor del Diario de León, entre otras ocupaciones honestas, como era de esperar en su trayectoria.

El 19 de abril de 1917 muere su esposa en el Hospital San Antonio Abad. Genaro saca adelante a los hijos en solitario, pidiendo a veces ayuda a su antigua inclusa. Uno de ellos fallece un par de años después de meningitis. El mayor, Jacinto Blanco, trabaja de periodista-tipógrafo en el rotativo La Democracia del entonces alcalde Miguel Castaño. Luego se contrataría con la misma categoría en La Nueva España de Oviedo.

Y así podríamos seguir varios folios más relatando la vida de un hombre común y corriente, menudo de estatura, popular entre sus vecinos, como cualquier otro semejante con gracejo natural..., excepto porque Genaro Blanco Blanco murió, ya se sabe, en «loor de santidad» a ojos de un grupo de bohemios noctámbulos y parranderos bon vivant de la época, los famosos «evangelistas» que pillaron al vuelo la oportunidad de «engrandecer» literariamente a Genaro y, tomándolo como excusa «hagiográfica», posicionarse ante el ahogo que se vivía en la España profunda del régimen de mediados de siglo. ¡Ahí, pese a las prohibiciones, o precisamente por ellas, nació deliberadamente el personaje-mito-leyenda de Genarín¡

Demostrar hoy que Genaro murió en la mañana del Viernes Santo de 1929 cuando a mediodía caminaba tranquilo, prácticamente al lado de dos niños, por la carretera de los Cubos hacia su casa y fue atropellado por la camioneta LE-1508 con exceso de velocidad, es fácil si se bucea en el expediente judicial pero, siempre hay un pero, no le interesa apenas a nadie porque trastoca la fábula mofa que, poco a poco, ha ido recayendo como un sambenito inclemente sobre la figura de Genaro.

Hasta ahora los familiares de Genaro Blanco Blanco y su esposa, que los hay, han permanecido en el anonimato y en sepulcral silencio, quizá víctimas de la abrumadora leyenda amoldada a las circunstancias y, por consiguiente, reescrita a la carta una y otra vez por exigencias de la voracidad del guion popular.

¿Qué persona quisiera presentarse como pariente de un borracho empedernido que da tumbos por las calles, de un canalla tabernario, de un putero cuasi proxeneta de las casas de lenocinio, de un pícaro gorrón y sablista de cantina, de un baratero tahúr de chapas y mala ralea que engañaba a inocentes incautos, de un pellejero medio pordiosero por la necesidad, de un granuja que murió defecando en la vía pública…? Y así un largo rosario descontrolado de baldones y ficciones burlescas.

No se trata de poner en solfa a quienes, con los años, «evangelistas», «apóstoles» y «hermanos», han acrecentado la quimera del «venerado canalla» que les congrega en el popular Entierro de Genarín. En absoluto. Sería inútil y, además, ese no es el propósito de este trabajo. Nos mueve otra empresa: objetivar con seriedad nuestras afirmaciones. Todas las que en este artículo se citan ya lo están.

De tal modo no somos los primeros. El historiador Juan Miguel Álvarez Domínguez ya lo hizo en 2009 con su estudio La esquela de Genarín en la revista Argutorio número 22. Luego vendría el libro De Genaro Blanco a Bendito Canalla (Ed. Eolas), de los investigadores Julián Robles y Javier Fernández-Llamazares después de pasar cientos de horas en los archivos municipales, y seguidamente, entre otros, el autor Carlos J. Domínguez con su documentado ensayo Genarín: las verdades desconocidas tras el mito.

En efecto, Genaro Blanco Blanco no era el Genarín antihéroe, ruin y golfo, de vida indigna, que el relato paródico nos presenta para regocijo del público fiestero. No lo era. Reivindicando la honestidad de un hombre de su tiempo lo seguiremos demostrando con rigor y sin ir contra nadie.

Demostrar hoy que Genaro murió en la mañana del Viernes Santo de 1929 cuando a mediodía caminaba tranquilo, prácticamente al lado de dos niños, por la carretera de los Cubos hacia su casa y fue atropellado por la camioneta LE-1508 con exceso de velocidad, es fácil si se bucea en el expediente judicial pero, siempre hay un pero, no le interesa apenas a nadie porque trastoca la fábula mofa