TRIBUNA
El fin de La Grandeur
Podemos considerar a Jules Ferry como el padre del imperialismo y colonialismo francés del siglo XIX. Derrotada y humillada en la guerra Franco-Prusiana de 1870, con la pérdida de Alsacia y Lorena, Francia buscó la revancha mediante la conquista de un imperio colonial en Asia y África.
La restauración de la honra y de «La Grandeur de la France» fue uno de los motivos, pero no el único. Inglaterra se estaba adelantando en la ocupación de África y había que buscar mercados y fuentes de suministro de materias primas para la naciente industria. El propio Ferry reconocía que «la política colonial era hija de la política industrial» y trataba de justificar el colonialismo alegando que Francia tenía una misión civilizadora en el mundo. Así, a principios del siglo XX sólo quedaban en África dos países independientes: Liberia y Abisinia, siendo ingleses y franceses los amos de la mayor parte del continente.
Finalizada la Segunda Guerra Mundial, los vencedores les permitieron a los franceses unirse a su club y mantener el imperio pero, mientras los ingleses empezaban a desmantelar pacíficamente el suyo, los franceses se enfrascaron en largas guerras coloniales. La de Argelia habría de provocar una conmoción nacional tal, que llevaría a la refundación del Estado con la Quinta República.
Sería De Gaulle quien habría de facilitar los procesos de independencia del África Subsahariana; procesos que condujeron a la creación de nuevos países independientes desde el punto de vista político, pero en los que subsistía la dependencia económica de la antigua metrópoli, suministradora de bienes elaborados y extractora de minerales, alimentos y materias primas; así como la sumisión monetaria a través del franco CFA.
Así, Francia siguió interviniendo en sus antiguas colonias, especialmente en el Sahel; sus empresas continuaron con las labores extractivas y su ejército siempre estuvo presto a intervenir con la excusa de proteger las vidas de los residentes franceses.
La última de estas intervenciones militares fue la llamada Operación Barkhane, en la que Francia involucró a sus socios de la Unión Europea, iniciada en 2014, para tratar de contrarrestar la presencia de grupos islamistas en el Sahel. Esta operación fue un fracaso, siendo desactivada en el año 2022, después del golpe de estado en Malí en 2021, que forzó el desplazamiento a Níger de las tropas francesas, país del que fueron finalmente expulsadas el pasado año, después de otro golpe de estado militar.
Tanto el golpe maliense, como el de 2022 en Burkina Faso, y el de 2023 en Níger, tienen un componente profundamente antifrancés, que se está volviendo paulatinamente antioccidental, ya que suponen la consolidación de una nueva potencia en la zona, como es Rusia, a través del grupo de mercenarios Wagner, para quien África viene a ser su medio natural.
Después de Siria, África se está convirtiendo en el escenario de la confrontación entre Rusia y el Estado Islámico. Las empresas rusas también están pasando a sustituir a las francesas en la explotación de los recursos naturales, como es el caso del uranio en Níger, hasta el punto de poner en peligro el suministro a un país, Francia, que apostó decididamente por la energía nuclear.
La penúltima derrota de Francia se está produciendo en Senegal, donde el candidato opositor, Diomaye Faye, acaba de ganar las elecciones y convertirse en presidente. Este lleva tiempo anunciando que, caso de ganar, seguiría los pasos de Malí, Níger y Burkina Faso, abandonando el franco CFA, expulsando el ejército francés y acercándose a Rusia.
Según Zbigniew Brzezinski, en su libro The grand chessboard , Francia era uno de los dos países con posibilidades de liderar la naciente Unión Europea. El otro era Alemania. En estos momentos en los que la Alemania de Scholtz no parece estar en condiciones de liderar nada, hay quien sostiene que la creciente agresividad del presidente Emmanuel Macron para con Rusia, amenazando con desplegar soldados franceses en Ucrania y pretendiendo involucrar directamente a Europa en una guerra contra una potencia nuclear, no es otra cosa que trasladar hacia el este de Europa el enfrentamiento que Francia y Rusia mantienen en África, y en el que Francia está claramente perdiendo.
Francia no podría involucrar a sus socios europeos en sus disputas neocoloniales con Rusia, pero sí puede trasladar el campo de batalla a Ucrania y presentar la previsible derrota de este país frente Rusia como una cuestión existencial para Europa y la civilización occidental, o lo que quede de ella.