Diario de León

TRIBUNA

Enrique Ortega Herreros
Médico psiquiatra jubilado

Cuidado al invocar el nombre de la cultura

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Si hay un concepto que se presta tanto a la exaltación como a la denostación, es el término «cultura», quizás por englobar todo aquello que produce el hombre. Como decía un ingenioso y observador escritor francés, el propio vocablo culture (cultura) empieza por el culo, por la sílaba cul (el culo en francés). A partir de ahí, ustedes mismos…

Se habla lo mismo del personaje que posee una amplia cultura, una cultura enciclopédica, como de la cultura del mínimo esfuerzo, o de la cultura del todo vale. Se trata de un término, precisamente, polivalente. Vamos que sirve tanto para un roto como para un descosido. Cuando alguien increpa a otro tildándole de inculto (o inculta en lenguaje intrusivo, perdón, inclusivo, en qué estaría yo pensando) se está refiriendo a una carencia de una forma específica de cultura, del saber en un campo o campos concretos. El supuesto inculto podría responder al supuesto culto: usted se cree, o es, muy culto en tal o cual disciplina, pero a la vez es un inculto en cultivar la tierra o en el arte de la pesca, por poner un ejemplo. Ambos se refieren a la cultura, y ambos tienen razón. Lo que ocurre es que existen formas de cultura con valores diferentes que se imponen sobre otros, o que se superponen cuando menos. Así, está la cultura de la paz y la cultura de la guerra. La cultura del trabajo y la cultura del ocio. La cultura del campo y la cultura urbana. La cultura del afán que cuesta y la cultura del mínimo esfuerzo. La cultura del ahorro y la cultura del gasto y del despilfarro. Eso solo por poner unos ejemplos, porque también se habla de la cultura del bienestar, que es muy distinta de la cultura del estar jodido, y que se dan al mismo tiempo en nuestra sociedad.

Como ven, todo es cultura, lo uno y su contrario. Es más, me atrevería a decir que existe la cultura de la incultura, que no es una contradicción ni un oxímoron para la ocasión. Por ejemplo, la cultura política en general y la actual en particular. Se califica de lamentable la cultura de la política actual, siendo el calificativo «lamentable» un pleonasmo, simplemente. Luego existen los conceptos de subcultura, de infra cultura, de post cultura, de contracultura, etc. que son maneras de intentar definir las formas de producción humana de menor valía o incluso contrarias al referente primigenio y principal que es la cultura que lleva en su esencia los famosos valores. Ahí, en los valores, es donde se abre el interrogante de lo que vale.

¿Estamos en una fase histórica de pervertir o destruir los valores de toda la vida? ¿Han sido estos valores únicamente un trampantojo de la realidad, un producto de usar y tirar según la conveniencia del momento, aunque esos valores hayan durado siglos o milenios? ¿Estamos asistiendo a la sustitución del trampantojo, de darnos gato por liebre sin que tengamos una verdadera conciencia del fenómeno? ¿Lo de ser «portadores de valores eternos» se ha convertido en una quimera, en un despropósito que hay que superar, o que más bien está superado? ¿Estamos asistiendo a una nueva cultura cuyos valores no son sólidos, más bien líquidos, indefinidos, cambiantes según las circunstancias, y sobre todo según los deseos imperantes, al margen de la ética y de la justicia? Cada uno dará la respuesta que más se acomode a su forma de ver al mundo, estando en él.

A este respecto, «al mundo» le escribía yo, hace mucho tiempo, una carta muy larga (que por su extensión no puedo reproducir en este espacio) en la que le rogaba me diera respuestas a una serie de preguntas sobre la deriva del ser humano. Es cierto que yo le daba al mundo la categoría de sabio y conocedor excepcional de la historia del hombre, de todas sus culturas y costumbres, y por tanto estando en disposición de aclarar mis dudas. La primera de las cuales era una cuestión personal, una preocupación que tenía en mi infancia cuando me enseñaron que los enemigos del alma (siendo ésta lo más importante de todo, sin duda alguna) eran el demonio, el mundo y la carne. Lo del demonio era fácil de entender. Lo de la carne me llevó algo más de tiempo, una vez superada la noción de la comida de las albóndigas o el filete, e instruido en la denominada «gramática parda». Pero lo del mundo me intrigaba y no sabía darme una respuesta lógica. Fue cuando leí en un diccionario (o lo aprendí por ósmosis) que para salir vencedor de este enemigo del alma había que renunciar a sus bienes y placeres. Ahí estaba la clave, en los placeres, sin duda. O sea, que la cultura del placer, tan extendida entre el personal, era a su vez perjudicial para la salvación del alma. Yo, que por aquel entonces funcionaba más bien con el pensamiento concreto, deducía que o bien la cultura humana estaba equivocada en ese punto o fallaba la cuestión de la enemistad con el alma. Por eso le pedía al mundo que me aclarase la duda. Y para rematar mi desorientación, leí en un libro una frase curiosa que decía así: «En este Mundo cansado no hay bien cumplido ni mal acabado». Vamos, que en el partido de la vida seguía el empate e íbamos derechos al lanzamiento de los penaltis. Y ya, para rematar la faena oía decir a los mayores que el mundo estaba o andaba al revés. Total, que le pedía al «mundo» me aclarase las dudas y entre ellas las diferentes culturas de los hombres, y sus contrarias, que tanto me llamaban, y me siguen llamando, la atención.

He de decir que aún no he recibido la respuesta a la carta que le envié, y no sé qué pensar de su silencio. Es posible que no pueda o no sepa qué responderme. A lo mejor, la falta de respuesta significa que soy yo quien deba contestarme a las preguntas que le hacía o, simplemente, que no tienen respuesta. Es posible, también, que lo de las diferentes costumbres y culturas (y sus contrarias) del ser humano no dejen de ser más que el resultado de lo que o bien sale por arriba de la actividad cerebral, de la elaboración de la mente, del alma o del espíritu, o bien de lo que sale por abajo de la actividad intestinal, es decir, en román paladino, por el culo y sus aledaños. Y eso sin dar prioridad de lo primero sobre lo segundo, o viceversa. Está visto que entre las virtudes superiores y las bajas pasiones anda el juego.

Total, que cuando invoquemos el asunto de la cultura tenemos que hacer un esfuerzo para identificar si es un producto que procede de arriba o procede de abajo. A ver si el ingenioso y observador escritor francés tenía más razón que un santo, vaya usted a saber…

Como ven, todo es cultura, lo uno y su contrario. Es más, me atrevería a decir que existe la cultura de la incultura, que no es una contradicción ni un oxímoron para la ocasión. Por ejemplo, la cultura política en general y la actual en particular
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