Diario de León

TRIBUNA

Manuel Garrido
​Escritor

Últimas noches con serano

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Ahora que la incipiente primavera estrena en su cuaderno de campo los primeros trazos de verde tierno en las hojitas y yerbas iniciales, así como el puntillismo en blanco de la floración de los «abruñeiros» o endrinos y el espino albar, cuando los días alargan su renovada luz, no vendrá mal echar atrás una última mirada al invierno en son de despedida. Vamos por la vida siempre al albur de un íntimo vaivén pautado por el compás que nos marca los tiempos de la espera y la añoranza, divididos entre lo que anhelamos y aquello cuya pérdida más tarde lamentamos.

Ese de principios de la primavera era el tiempo en que se despedía de nuestras vidas el serano, y por eso, llegado ese tiempo, también procede la mirada atrás, no se nos vaya a olvidar de dónde venimos. Serano, recordemos, es el término utilizado en Cabrera para definir las veladas invernales al amor de la lumbre, que comenzaban con los días cada vez más cortos y fríos del otoño bien entrado y se prolongaban hasta el retorno de la primavera, hacia San José y la Pascua, con una temperatura más cálida y la luz de los días alargándose. El aire íntimo de ese espacio apretado en torno al fuego de los troncos de roble o encina ardiendo en el hogar propiciaba las relaciones y los intercambios en una sociedad construida y regida, no en vano puramente tradicional, por valores y enseñanzas ligados a la transmisión oral, subidos todos los presentes al carro de la libertad, siquiera fugazmente y dentro de un orden.

Sea cual fuera el nombre elegido, esos momentos han sin duda existido en todos los pueblos antiguos, antes de la modernidad última. Virgilio, por ejemplo, cuando refiere en las Geórgicas ciertas costumbres de los países del norte, cita las veladas de las noches invernales, que los campesinos pasan allí «jugando y bebiendo alegres cerveza y sidra de manzanas ácidas». Era su serano. Y es que pocas cosas habrán significado tanto para la tradición popular como tales horas en ese ámbito en que el serano desplegaba su magia nocturna y campesina. Era ahí donde los asistentes ya desde niños se imbuían de un estilo de vida, recreado mediante la narración, tanto de hechos históricos, como de leyendas y relatos míticos, fantásticos o alegóricos, así como en los cantos y los juegos, todo ello aderezado entre nosotros con café y aguardiente.

El humor era la pimienta perfumando la noche y las historias, dichos, cantos y relatos, que enhebraban las horas pausadas exorables. Sirva de ejemplo la viuda sin consuelo. En efecto, una mujer había perdido al marido precisamente en el invierno, y quienes bordeaban su casa al lado de la cocina, oían su resignado lamento: «¡Ay, mundo, mundo, cómo los vas llevando todos uno a uno!». Y añadía: «¡Y de los mejores!». Y tras una pausa remataba: «¡Y estos tragos los tengo que pasar yo sola!». Era imposible no conmoverse ante sentir tan dolorido, como dijo el poeta, y así lo comentaban todos con pesar solidario en el serano.

Un día sin embargo se descubrió que las cosas no eran como parecían o aparecían, siendo así que las palabras de su lamento apuntaban en realidad a otra pérdida muy distinta a la del marido. Lo que ocurría pues era que la mujer tenía un gato, por ella bautizado Mundo, y que el cabrón le robaba los chorizos «encordados» (colgados en forma de cuerda) en los varales de la cocina. No era pues el universo mundo el causante de su desdicha, mayor aún cuanto los chorizos robados mejores y más gordos. Claro, que con vino las penas y otros quebrantos siempre han sido y serán de más fácil soportación y mejor conllevanza, y a esa certeza respondían los tragos de la bota, aquellos que sin duda compartía alegremente con el marido en el tiempo del buen amor, ay, sin retorno. La traviesa historieta era siempre muy celebrada por los presentes, no importa que fuera ya por todos bien conocida. Y la moraleja destellaba nítida para ilustración general: las apariencias a menudo incitan al engaño y no conviene fiarse.

Ese mismo humor travieso y desinhibido brilla en otra anécdota de serano, esta ya no ficticia. En cierta ocasión, a Carolina se le perdió una oveja en el monte y acudió al tío Ramiro para que le «echara» la oración a San Antonio. Esa era la curiosa expresión para referirse a una suerte de conjuro al santo para que, en este caso, le devolviera incólume la oveja a la suplicante. El tío Ramiro era un bromista impenitente y aceptó, para pronunciar a continuación el conjuro con ademán solemne: «Lobos que andáis por el monte con la boca abierta y el rabo extendido, ‘comer’ la oveja de Carolina, si no la habéis comido». Ella le dio cumplidas gracias, a salvo de la diablura por su notoria sordera.

En caso de llegar tarde al serano, uno podía encontrarse recibido con un curioso y divertido reproche. Ocurre que en Cabrera el adverbio detrás se utiliza a veces con valor temporal: tarde. Así que quien tenía por costumbre llegar tarde, bien podía darse de bruces con esta reclamación de traviesa elocuencia y registro memorable: «¡Tú siempre andas detrás, como los cojones del perro!».

Ese de principios de la primavera era el tiempo en que se despedía de nuestras vidas el serano, y por eso, llegado ese tiempo, también procede la mirada atrás, no se nos vaya a olvidar de dónde venimos. Serano, recordemos, es el término utilizado en Cabrera para definir las veladas invernales al amor de la lumbre
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