Diario de León

Francisco Martínez Hoyos
Doctor en Historia

¿Y si la masonería no viene de donde nos pensamos?

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A unque los orígenes de la masonería se pierden en el misterio, acostumbra a existir consenso acerca de sus orígenes medievales: asociaciones de constructores, la denominada «masonería operativa» porque sus miembros eran los que se dedicaban a levantar edificios. No obstante, la demostración no acaba de ser del todo convincente. John Dickie, autor de una conocida historia de la masonería, duda de que podamos establecer una conexión entre los constructores ingleses del medievo y los masones británicos de la actualidad. Podríamos estar, por tanto, delante de lo que Hobsbawm denominaba «tradición inventada».

Que los masones de hoy se consideren herederos de los de la Edad Media no significa que efectivamente lo sean. Parece probable que, cuando la masonería actual nació en el siglo XVIII, sus miembros proyectaran sobre el pasado un reflejo de lo que ellos eran. Así, denominaron «logias» a los grupos que integraban como si esta palabra tuviera el mismo significado que en la Edad Media. En realidad, las logias de los constructores de catedrales fueron algo sensiblemente distinto: servían para comer, descansar o preparar el trabajo del día siguiente. Estaban ligadas, por su propia naturaleza, al espacio donde tenían lugar las obras.

Se ha supuesto que se dio una transición desde esta masonería operativa la especulativa. Según esta teoría, en las logias de constructores ingresaron muchos masones honorarios que después se acabaron encontrando en mayoría, ante la decadencia que sufrían los masones auténticos. Sería entonces cuando la masonería pasó de ser una asociación de oficio a una fraternidad filosófica. Probar esta tesis, sin embargo, no parece posible. Los masones honorarios o gentlemen masons no acostumbraban a regresar a una logia una vez que eran admitidos en ella. No conocemos casos en los que una logia operativa se transformara, por esta vía, en una especulativa.

Lo más probable es que la masonería del siglo XVIII fuera un fenómeno novedoso, con raíces todavía hoy mal comprendidas. No parece que sea necesario remontarse al medioevo: hay que detenerse antes, en la turbulenta Inglaterra de los Estuardo, marcada por el trauma de la guerra civil.

No obstante, aceptemos por un momento que los masones vienen de los antiguos constructores. En ese caso, los albañiles que nos tendrían que interesar serían los de Inglaterra, no de la península ibérica. Sin embargo, algunos libros de historia nos hablan de los antiguos gremios peninsulares. El problema es eso colisiona con lo que sabemos sin lugar a dudas: que el origen de la Orden hay que buscarlo en la actual Gran Bretaña. Por tanto, resulta irrelevante lo que hicieran los trabajadores castellanos o catalanes del siglo XIII. La masonería no surgió de ellos sino de la expansión, mucho tiempo después, de un grupo que se convertiría en la primera comunidad trasnacional ajena a las estructuras religiosas.

Si hay que buscar un punto de partida, ese es 1717, con la aparición de la Gran Logia de Inglaterra. No obstante, antes ya debían existir algo porque una Gran Logia tiene que salir de la unión de algunas logias pequeñas. Margaret C. Jacob vio, en un documento de 1710, un posible origen masónico: los protagonizaban unos hombres que se denominaban «hermanos» entre sí y que se reunían bajo la dirección de un «Grana Maestro», bajo las reglas recogidas en un Estatuto. Aunque tal vez esta hipótesis no esté por completo probada, no contamos, según Jacob, con ninguna otra explicación alternativa.

Lo que si está claro es que debemos descartar una amplia gama de fantasías que hace remontar el origen de los masones a los jesuitas, a los templarios o los judíos, por no citar otras teorías igualmente sin el menor fundamento, como la que hace partir su historia de las organizaciones corporativas de la Roma clásica. Los propios masones siempre fueron muy imaginativos a la hora de buscar predecesores, sin miedo a remontarse tan lejos como necesitaran. El propio Adán tuvo que ser masón porque ningún otro pudo enseñar el oficio de la construcción a Caín, del que se sabía por el texto bíblico que había levantado una ciudad.

Sin embargo, las alusiones a tiempos remotos no deben impedirnos comprender que nos encontramos ante una asociación por completo moderna, sobre todo por la forma en que convivían en su seno los aristócratas y las gentes del pueblo llano, sus inferiores sociales en la vida cotidiana. Cuesta imaginar, por ello, que la masonería pudiera fundarse en otro país que no fuera Inglaterra, siempre por delante del resto del continente en cuanto a libertades públicas.

Resulta irrelevante lo que hicieran los trabajadores castellanos o catalanes del siglo XIII. La masonería no surgió de ellos sino de la expansión, mucho tiempo después, de un grupo que se convertiría en la primera comunidad trasnacional ajena a las estructuras religiosas
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