TRIBUNA
Una España esperpéntica
Pocos años antes de morir, Valle-Inclán manifestó que España no había conquistado nada porque un país que exaltaba al rebelde ante la autoridad (El Cid), que cantaba al aventurero y al contrabandista, o que ensalzaba las triquiñuelas del pícaro, jamás podía conquistar nada, puesto que sólo la ética de una nación es capaz de sostener un destino dominante.
Dicho así, en sus palabras, se adivinaba que era necesario el respeto de las leyes tanto como la alabanza del honor, verdaderos baluartes del porvenir de un Imperio, para poder ser un pueblo verdaderamente conquistador.
Y vaticinaba además, cerca de su lecho de muerte, la necesidad de un hombre providencial con la suficiente autoridad como para llevar a España por el interés del bien común, manejando con supremacía tanto el individualismo hispano como los fines puramente parroquiales en los que la nación se había convertido. Eran los años treinta.
No cabe duda de que la historia no ha sido ajena a sus palabras: la dictadura franquista es un ejemplo. Pero tampoco la llegada de la democracia ha podido alejar del horizonte político ese abanico de hombres, con la suficiente dosis mesiánica, como para querer hacer realidad su ideario a cualquier precio. ¿Será éste el sino del pueblo español?
Y, mientras el Sr. Sánchez meditaba sobre el porvenir de España a través del suyo propio, yo también pensaba en nuestro país y su historia, viajando a uno de los múltiples pueblos casi vaciados, que asolan nuestra geografía, con el fin de entender el por qué de nuestros problemas.
No voy a dar nombres, aunque espero que puedan averiguar el lugar de mi visita, porque es tierra de paso, como escenario y albergue de uno de los Paradores más longevos e interesantes que existen.
No cabe duda de que la política de Paradores ha permitido a muchas poblaciones sobrevivir a la desolación y el anonimato, e incluso dar cobijo laboral a muchos de los que ya estaban prestos para partir a la gran urbe. Sin embargo, el precio por su presencia no es todo oro.
Porque también hay que pensar, que muchos de estos pueblos se han convertido en reos de una cultura de entretenimiento de masas, poco educadas. Lo cual lleva implícito el juego frívolo del mercado, tanto como el reciclaje de sus costumbres en versión hipermoderna, hasta rozar en muchos casos la pura pantomima, cuando no el propio esperpento.
¡Ay si lo viera el Sr. Valle-Inclán!
Lo cierto es que a la llegada, el Parador ocupaba el antiguo Palacio de uno de los grandes nobles de nuestro país, muy cerca de lo que también había sido anteriormente su propio castillo de defensa.
No dudé en salir y comencé a merodear entre sus calles, como en todo eso que habían sido sus edificios más emblemáticos. Y digo «todo eso» porque es lamentable el destino final de lo que se supone forma parte de nuestro patrimonio histórico. Desde grandes iglesias convertidas en centro de reuniones o de festejos puramente de ocio, pasando por conventos reciclados que albergan restaurantes con muy poca fortuna en la restauración, en donde el silencio de antaño convive ahora en una corrala de mesas apelotonadas.
Pero también pequeñas iglesias sin culto que servirán para relanzar, en un futuro muy próximo, un moderno hospedaje de peregrinos, en donde las sepulturas allí presentes han dejado de esperar las misas prometidas. Y, lo que es aún peor, antiguas universidades renacentistas completamente destruidas por su propio peso ante la desidia de todos (propietarios, instituciones, gobernantes…), perdiéndose así el enorme interés cultural que todos estos edificios habían prestado en un pasado, que cada vez parece preocupar menos.
No obstante, lo más llamativo es que algunos de estos monumentos, que habían sido diseñados por determinados personajes históricos para velar allí, in corpore presente, su propio destino, han sido desalojados sin saber ahora qué hacer ni dónde albergar sus restos.
¡Qué vana es cualquier esperanza humana porque el estrago del tiempo allana cualquier promesa o palabra dada! Pero si las obras más emblemáticas de la historia de este pueblo, reflejo también de nuestro propio país, estaban derruidas o utilizadas para fines variopintos, qué decir de algunas de sus casas o calles convertidas en solares o paredes sin vida humana. Y, lo que es más triste, sin apenas esperanza para albergar nuevas ilusiones entre sus muros, porque la vida de los pueblos parece estar condenada a una lenta desaparición. Y, por si no fuera poco, de camino hacia el emblemático Parador, me tope con una muralla y su pequeño torreón, con ventanuco y visillo deslustrado incluido, que albergaba enseres de todo tipo, de una propiedad privada.
Sí, un torreón casi abandonado en manos de un particular. Y todo ello muy cerca de una enorme columna de telefonía móvil, que competía en majestuosidad con el castillo que comenzaba a perfilarse.
Sr. Valle-Inclán, ¿cómo definiría todo esto?
Finalmente, antes de llegar a mi paradero de descanso, no dudé en entrar, en una pequeña iglesia, antigua sinagoga, convertida ahora en oficina de turismo. Allí me explicaron, con suma cordialidad, cómo el lugar dependía por completo del turismo para sobrevivir. Ni asomo de agricultura, ganadería, ni mucho menos de industria, qué se podía hacer entonces… Nada nuevo: emigrar o cultura de servicios… ¿no?
Un claro ejemplo en lo que parece verse abocado este país, en pleno siglo XXI.
Ahora bien, en un alarde de lo que prometía ser el ingenio del pueblo español para salir de la desesperanza y la desolación, mi interlocutora me comentó cómo los lugareños habían ideado unas fiestas medievales, que atraían todos los años una inmensa cantidad de gente. Para ello no habían dudado en vestirse con ropajes de época, confeccionados con sus propias manos, para escenificar en el castillo el origen y el motivo que da nombre a este pueblo convertido en pura atracción turística.
No pude menos que esbozar una pequeña sonrisa al recordar la película de Berlanga Bienvenido Míster. Marshall , y sus ilusiones para subsistir con dinero extranjero. Es como si el paso del tiempo se hubiera ya fijado hace tiempo en el destino de este país «de antiguas glorias», para convertirse ahora en el escenario de un turismo cada vez más decadente.
Y, si no es así, amigos leoneses, ¿qué decir de las despedidas de solteros y de solteras que irrumpen ceremoniosamente ahora en nuestras calles?
Al final del día esperaba la consabida decisión del Sr. Sánchez. Pero lo que no cabe ninguna duda, a la luz de la imagen de este pequeño pueblo visitado, es que un país que no vele por su lengua, su historia, sus edificios, sus costumbres, su gente… su propia cultura, es una nación condenada para servir cualquier lema o consigna extranjera.
Mientras me alejaba de esta villa, que gratamente en compañía me había permitido reflexionar acerca de nuestra historia y sus meandros, un pequeño aroma de mar rozó la imaginación, a sabiendas de que allí, en esa tierra, ni había playa ni tampoco se la esperaba.