TRIBUNA
Desesperación y llanto en Tierra Santa
Es fácil desesperarse y llorar en Tierra Santa. A pesar de los muchos intentos por conseguir la paz, hoy todavía no se vislumbra un final, sobre todo después de la operación bélica que Israel ha comenzado en Rafah, desoyendo las recomendaciones de EE UU, la ONU y otras organizaciones humanitarias. Es comprensible que después del genocidio sufrido por el pueblo judío por parte de los nazis durante la Segunda Guerra Mundial, los judíos quieran una patria donde poder gobernarse a sí mismos y estar seguros. Cuando visité los campos de concentración y exterminio de la Alemania nazi en los territorios polacos ocupados durante la Segunda Guerra Mundial, que comprendían Auschwitz I, el campo original, Auschwitz II o Birkenau, campo de exterminio, y Auschwitz III o Monowitz, campo de trabajo, sentí una especial compasión y simpatía por el pueblo judío, pero después de los últimos acontecimientos en Gaza, Israel está perdiendo credibilidad y simpatía en todo el mundo por el uso desproporcional de la fuerza.
Los estudiantes de Estados Unidos, Inglaterra, Francia, Australia y también España, se están manifestando contra la guerra y a favor de los palestinos en los campus universitarios, de momento de forma no violenta, pero pueden llegar a más.
Los expertos internacionales, incluidos los del Vaticano y el mismo Pedro Sánchez, han insistido en la solución de dos Estados, en la que los palestinos obtengan soberanía sobre Cisjordania y Gaza a cambio de una paz a largo plazo para los israelíes. Pero los intentos de solución de dos Estados han fracasado en repetidas ocasiones, principalmente por la corrupción y la incompetencia de los políticos de Gaza.
Las relaciones entre Israel y Palestina siempre han sido y serán un tema muy complejo. Por una parte, regresar a Israel, su patria original hasta la destrucción del Estado judío por el Imperio Romano, para los judíos siempre ha sido su mayor deseo. Hoy Israel, de una nación de refugiados rodeada de enemigos, ha pasado a convertirse en una potencia económica y militar mundial.
Pero, por otra parte, los palestinos han contemplado impotentes cómo se les ha expulsado de sus tierras y se les ha reducido a los asentamientos de Cisjordania y Gaza. Muchos palestinos fueron empujados como refugiados a Jordania. Otros viven en circunstancias extremas en Cisjordania y otros muchos mueren cada día en Gaza.
Desesperados por la pérdida de sus tierras y su independencia, los palestinos de Gaza recurrieron hace años a los líderes de Hamás, que buscan la destrucción de Israel mediante el terrorismo y la violencia. Por su parte Israel, en la búsqueda de su propia seguridad, ha respondido a la violencia con más violencia en un ciclo interminable que no tiene un final previsible.
La última guerra en Tierra Santa la inició Hamás, que atacó a Israel, matando a más de 1.200 civiles y tomando como rehenes a otros 240, según las autoridades israelíes. La respuesta militar de Israel no se hizo esperar y está siendo totalmente desproporcionada y destinada a «derrotar a Hamás de una vez por todas». Más de 34.000 civiles gazaties han muerto y entre 144.000 y 175.000 edificios han sido dañados o totalmente arrasados en la Franja de Gaza.
Las mujeres y los niños ahora mueren de hambre como refugiados en el sur de Gaza. Casi todos los alimentos y otros suministros están retenidos en la frontera. Pero un crimen de guerra, la toma de rehenes civiles, no legitima otro crimen, la matanza y el hambre de mujeres y niños.
Es hora de que Estados Unidos limite la ayuda militar a Israel a armas defensivas y que impida el uso de las bombas, que han provocado una destrucción generalizada y miles de víctimas inocentes. También se debería presionar a nivel mundial a Israel para que permita la entrada de alimentos a Gaza.
Hasta ahora, el presidente de Estados Unidos, Joe Biden, ha tenido poco éxito en lograr que Benjamín Netanyahu detenga la guerra contra los civiles palestinos. Se había creado una cierta esperanza por el hecho de que Israel haya permitido la entrada de algunos camiones de ayuda a Gaza y que los líderes de Hamás hayan ido a Egipto para mantener conversaciones de paz. Hay que tener esperanza en todos los intentos que se hagan por alcanzar un alto el fuego, pero el último ataque anunciado y en parte perpetrado sobre la ciudad de Rafah rompe toda esperanza y nos sitúa ante un escenario difícil de imaginar. Ha llegado el momento de que la comunidad internacional diga basta y tome medidas firmes para detener este ciclo de violencia y muerte, de llanto y desesperación en Tierra Santa.