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TRIBUNA

Isaac Courel Valcarce
Economista

Clubs de lectura en el mundo rural

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Todos conocemos la declinante realidad de nuestros pueblos. Los jóvenes se fueron en busca de oportunidades, el campo se abandonó, los cuatro viejos que quedan viven de la pensión. El centro de salud sigue abierto de milagro y la mitad de los días no hay médico que vaya a atenderlo. Las casas parroquiales se hunden y sólo va un cura de pascuas a ramos a decir misa: el día del patrón o la patrona y un domingo al mes con suerte. La cantina cerró y los viejos ya no tienen donde echar la partida o tomar un chato los domingos por la mañana. La panadería también bajó la trapa y ahora hay que comprar pan de chicle en una gasolinera a media hora de distancia.

El presupuesto municipal no da ni para pagar a un secretario que redacte las actas, para obras ya ni hablamos, las sendas se vuelven impracticables por falta de desbroce; si hay un fuego, la maleza acumulada lo hará crecer como la yesca; cualquier día nos comen los jabalíes o los lobos. La escuela echó el candado por falta de niños y el pabellón de deportes que se construyó con los fondos del plan del carbón carece de toda utilidad. En fin, para qué seguir.

Con todo, el peor problema de estos pequeños núcleos de población es la soledad. Quedan los viejos, ya lo hemos dicho, cada cual en su casa. Y a falta de espacios comunitarios para el contacto —la taberna, la iglesia, la tienda—, se quedan encerrados y pasan días en que no hablan con nadie. La gente de la ciudad no los entiende: se cree que la vida en un pueblo es puro bucolismo, una existencia idílica en contacto con la naturaleza y lejos de las prisas y la contaminación, de los ruidos y el estrés de la gran urbe. Pero no son capaces de apreciar el aislamiento, la carencia de los servicios más básicos, la falta de transporte público adecuado, el miedo a enfermar en tu casa y que nadie se entere.

En los últimos años ha empezado a desarrollarse una actividad que se me antoja interesantísima para paliar esa soledad personal y esa dificultad de acceso a la cultura en los núcleos rurales. Me refiero a los clubs de lectura. En unas ocasiones responden a iniciativa de particulares o asociaciones, en otras son patrocinados por ayuntamientos.

Estos clubs se reúnen una vez al mes y, bajo la coordinación de algún buen conocedor de la literatura, fomentan tanto el hábito de la lectura, tan beneficioso para mantener la mente activa en todos los rangos de edad y especialmente para los mayores, como el contacto cara a cara, el intercambio de sensaciones y experiencias lectoras, la charla distendida o apasionada respecto a la obra literaria que se ha leído ese mes.

Así a bote pronto, aquí en el Bierzo sé que se desarrollan en Ponferrada, donde el volumen de lectores permite que alguno de ellos esté especializado por temas o estilos literarios, en Cacabelos, en Camponaraya o en Las Ventas de Albares. A ellos acuden no sólo lectores del lugar donde se celebran sino de los pequeños pueblos de alrededor. Creo que resulta digno de elogio que los ayuntamientos fomenten esta actividad tan provechosa, sobre todo para gente mayor que vive aislada en los núcleos rurales y no tiene la posibilidad de acceder al cine, al teatro, a conciertos o conferencias como los que vivimos en Ponferrada.

El coste de dicha actividad para los presupuestos del área de cultura de un ayuntamiento pequeño es ridículo en comparación con la entusiasta respuesta que suele obtenerse de los usuarios. En el caso de los ayuntamientos, además, los libros a leer pueden ser obtenidos en préstamo del Sistema de bibliotecas públicas de Castilla y León, lo cual supone un aliciente más porque permite a jubilados con escasa pensión no tener que hacer desembolso alguno para leer el libro que luego se va a comentar por el club.

Pero claro, requiere en el coordinador de la actividad un conocimiento del sistema de préstamo de libros y un tiempo para gestionar tanto la entrega como la recogida de los ejemplares, amén de dedicarse a elegir entre los disponibles los más adecuados para el perfil de integrantes de cada club en particular.

Y no quiero acabar esta columna sin repartir algún palo y algún elogio con la intención siempre constructiva de que las cosas mejoren. El elogio debe ser, sin ir más lejos, para el Ayuntamiento de Camponaraya que, ante el éxito de su club de lectura ha decidido doblarlo y hacer dos para el curso que viene incluso aceptando que, respetando la prioridad de sus vecinos, acuda gente de otros municipios si hay plazas suficientes. Y en cuanto a los palos, el primero sería para los ayuntamientos que teniendo posibilidad sobrada de afrontar esta actividad tan provechosa, han declinado hacerla a pesar de habérseles ofrecido. En fin, cada concejalía de cultura es muy libre de establecer sus prioridades.

Y el palo más gordo va para el Ayuntamiento de Cacabelos que todavía debe a la modesta asociación literaria que desarrolló el club de lectura en su biblioteca entre los años 2021 y 2023 al menos diez mensualidades, teniendo en cuenta además que la actividad fue coordinada por una prestigiosísima poeta residente en dicha localidad a plena satisfacción de los usuarios. El caos político y financiero en que se ha visto sumido dicho consistorio estos últimos años no es excusa para tan injustificada demora en el pago de un servicio que se prestó con toda la diligencia y reconocimiento. Una pena.

Creo que resulta digno de elogio que los ayuntamientos fomenten esta actividad tan provechosa, sobre todo para gente mayor que vive aislada en los núcleos rurales y no tiene la posibilidad de acceder al cine, al teatro, a conciertos o conferencias como los que vivimos en Ponferrada