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Publicado por
José Antonio Cabañeros. Presidente de la Peña Taurina Leonesa
León

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Hace unos días, el actual ministro de Cultura, don Ernest Urtasun, anunció la supresión del Premio Nacional de Tauromaquia, aduciendo que «los españoles no entienden que se premie la tortura animal con dinero público». El señor Urtasun es una persona instruida (economista y diplomático de carrera), por lo que resulta más grave la arbitrariedad de tal decisión; pues, por muy respetables que sean sus gustos personales, su misión en el ministerio no consiste en aplicarlos, sino en gestionar y promover eficazmente todo lo que se entiende como actividad cultural y la Tauromaquia es cultura y así está reconocida por Ley desde 2013. Proceder en la gestión siguiendo gustos personales, o ideológicos, tiene el riesgo de la arbitrariedad y de caer en el prohibicionismo totalitario. Arbitrariedad, pues por lo mismo puede haber un ministro que considere que todo «grafiti» es vandalismo y que creadores del «street art», como Banksy, sean unos meros gamberros; o bien, si en su ideal estético no está el arte contemporáneo, decida suprimir los Premios Nacionales de Artes Plásticas. El temor al prohibicionismo totalitario surge del análisis histórico: todos los regímenes de esa naturaleza (fascismo, nazismo, comunismo) han censurado las manifestaciones culturales que cuestionaran su ideología (arte abstracto. liberal y judío con los nazis, cultura capitalista/liberal para los comunistas etc). En este artículo se abordan los tres aspectos que centran el problema taurino: cultura, arte y maltrato animal.

La Tauromaquia es cultura pero no porque lo defina una Ley de 2013, sino por entroncar con el propio concepto de hecho cultural. Ni una ley, ni un ministerio, pueden señalar lo que es cultura, a lo sumo defender su existencia. Según la Unesco «cultura es el conjunto de los rasgos distintivos, espirituales, materiales y afectivos que caracterizan una sociedad o grupo social. La cultura engloba, además de las artes y las letras, los modos de vida… los sistemas de valores, creencias y tradiciones». Etimológicamente la palabra viene del término latino cultura formado por cultus (cultivado) y el sufijo ura (resultado de la acción). Según diferentes antropólogos, la cultura surge cuando cazadores y recolectores pasaron a ser ganaderos y agricultores, viviendo en poblados que desarrollan identidades propias, con costumbres y tradiciones que les enraízan a su trama temporal; así, en el libro «The Man-Made World» cultura será el mundo creado por los humanos. Sin entrar aquí en una revisión histórica de las diferentes ideas sobre la cultura, en todas ellas encaja la Tauromaquia. Si nos centramos en Europa, hay evidencias del «juego de toros» en distintas épocas: por razones mágicas, místicas o lúdicas. Su papel en la tradición histórica española es evidente y sobre ella (con sus implicaciones metafísicas y estéticas) se han vertido ensayos filosóficos, novelas memorables (lean a Hemingway, a Blasco Ibáñez etc) y magníficas obras plásticas (con Goya y Picasso a la cabeza). Una corrida de toros es una metáfora existencial y actualmente su deleite se ha convertido en un toque de refinamiento para la intelectualidad francesa, pero especialmente es muy difícil entender España sin los toros; palabras y dichos taurinos conforman nuestro idioma y su esencia atraviesa toda la sociedad.

No toda cultura es arte, pero la Tauromaquia lo es. Desde antes de Walter Benjamin y Marcel Duchamp, el arte se considera por la valoración del espectador. Es la subjetividad del receptor del hecho artístico quien define algo como arte, simplemente porque ese «ente» que llega por los sentidos produce una evocación estética que traslada al que «lo siente» a una trascendencia superadora de su cotidianidad. Por lo tanto, el arte sólo es posible en la individualidad del gusto personal y en su libertad de elección; incompatible con ideologías totalitarias y cualquier prohibicionismo, pues cuando el arte se impregna de ideología se transmuta en mera consigna. Cualquier buen aficionado taurino no asiste a las plazas sólo para divertirse, que tampoco es una opción desdeñable, sino para emocionarse en esa danza espiritual entre un toro bravo de 500 Kg, con cuernos astifinos, y un hombre con un paño rojo que, en algún momento, elevan a categoría lo que en otras situaciones podría ser mera anécdota.

Considerar que las corridas de toros sean una tortura animal representa un grave insulto a una parte significativa de la ciudadanía, calificando de torturadores a toreros, ganaderos, empresarios y aficionados. Las ideas animalistas parten de la disrupción cognitiva de no entender la zoología, ni el sentido intrínseco de la evolución biológica; igualmente, no asumen que los humanos somos racionales, pero también animales. El fundamento de esto es el pensamiento utilitarista de Peter Singer que, en su versión radical (incluso terrorista), propugna el veganismo, como una única salida ética para los humanos en su relación con los animales (olvidando que somos omnívoros, al igual que otros). No obstante, por ahora, es legal comer carne y hay mataderos; en todos ellos, aún en los tecnológicamente avanzados, los indicadores de terror y sufrimiento de un toro, en fila a su sacrificio, son muy superiores a los que presenta la misma res durante la lidia. Las corridas están reglamentadas y los aficionado protestan cuando a un toro se le pica mal o con saña (el picador es clave para valorar la bravura del animal y ahormar su embestida para la faena de muleta) o si el torero mata con un bajonazo. Olvidan los animalistas, o no les importa, que el toro bravo no existiría si no es por los festejos taurinos; su antecesor, el uro euroasiático, hace tiempo que se extinguió y si no fuera por la Tauromaquia el toro bravo correría la misma suerte, al igual que desaparecerían las dehesas (su nicho vital), con el grave perjuicio que tendría para el conservacionismo ecológico. Asumir vida y muerte del reino animal desde la traslación antropomórfica es un error cognitivo, fruto de las películas de la factoría Disney, que infantiliza la perspectiva. En las corridas de toros es donde más se dignifican las características de un animal único, su casta y bravura, lo que nunca haría un torturador.

El que algo no se entienda, no implica que se le deba despreciar, pero sucede por desgracia; al igual que al señalar la Luna algunos sólo miran el dedo, por muy instruidos ministros que sean.

Considerar que las corridas de toros sean una tortura animal representa un grave insulto a una parte significativa de la ciudadanía, calificando de torturadores a toreros, ganaderos, empresarios y aficionados