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TRIBUNA

LUIS-SALVADOR LÓPEZ HERRERO
MÉDICO Y PSICOANALISTA

Del ‘La, la, la’ a ‘Zorra’

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Hace décadas que no sabía nada de Eurovisión ni me interesaba. Sin embargo, esta vez mi atención se quedó asombrada por la escenografía española, tipo vodevil berlinés y, más tarde, por una mujer de cuya boca surgía una palabra, «zorra», sumamente vitoreada a modo de acompañamiento, mofa o quizá, por qué no, de insulto.

Permanecí entonces atento a las imágenes y a la letra que se desprendía para captar mejor lo que estaba en juego, y del asombro inicial surgió una pregunta que, a modo de reflexión, me hizo plantear cómo era posible que nuestro país hubiera llegado a promocionar todo esto.

Y no era tanto por lo atrevido de la escena, culitos «homo» incluidos, que lo era, ni mucho menos por la vampiresa que hacía gala de una feminidad demasiado cincelada por la técnica, ni tampoco por la presencia de una canción en la que se hacía mención a una convicción acerca de lo que se supone qué es una mujer, sino más bien para reflexionar sobre la motivación y la finalidad que habrían existido para relanzar tal mensaje en el mundo.

No cabe duda de que España es un país de contrastes, y esta actualidad también forma parte de su particular idiosincrasia a la hora de promocionar su conocida «marca». El asunto es por qué.

Recuerdo los años sesenta esperando la entrada en escena de Massiel, en el Festival de Eurovisión. Como tantos españoles pude ver la programación en blanco y negro, tal como era la vida misma en nuestro país, es decir, sin demasiado color para evitar cualquier sospecha.

Es incuestionable que nuestra presencia para la ocasión delataba cierto complejo de inferioridad frente al resto de países más desarrollados. No en vano el Sr. Fraga venía promocionando como eslogan de campaña turística la idea de que «¡Spain is different!». Y era cierto que éramos distintos en demasiados asuntos con respecto a nuestros vecinos europeos. A destacar: nuestra situación política y social, teñida de sabor rancio con olor a naftalina, que contrastaba con las flores frescas y el espíritu agitado de una juventud europea que caminaba a trompicones, en medio de la efervescente sociedad de consumo que nosotros desconocíamos.

Sin embargo, a pesar de todo, nuestra cantante salió al escenario acompañada de un trío femenino, con melena suelta, aire desenfadado y discreta minifalda, y con una canción perfectamente embalsamada por uno de los dúos más sentimentaloides del panorama nacional.

Y con escasas palabras, todas ellas de carácter naturalista —sol, tierra, vida, madre, juventud o ser—, se compuso una canción en la que resonaba por encima de todo el «La, la, la…». Y no era casual que fuera así, porque había que evitar a todos luces que la letra se enredara en cualquier temática, que pudiera encender la hoguera de la censura. Así que lo mejor era: «Bla, bla, bla…». Lo cual era también un modo de decir poca cosa o más bien nada. Pero qué importaba. Lo relevante era el «Laleo» de fondo enmarcado en una canción con efímero mensaje, completamente acorde con la simpleza que se vivía en el momento.

Y es que tampoco el ambiente musical daba para mucho más, aunque los yeyés, esa versión descafeinada, «Made in Spain», de los mods y pop británicos, trataban de revolucionar en vano el panorama en nuestro país. Y, precisamente, al hilo de todo esto, Massiel vino a mostrar con su presencia fresca y juvenil, la necesidad de desempolvar el rostro de una cultura encorsetada en un pasado de incienso, con muchas lagunas en la memoria y clara ausencia de palabras de reconciliación.

¿Cómo y cuándo? Aún estaba por resolverse.

Pero lo cierto es que Europa premió nuestra puesta en escena otorgando un triunfo histórico que mostraba, que era por ahí por donde había que caminar si se pretendía construir un capítulo nuevo. Fue un intento de apertura hacia un espacio en el que el conjunto del pueblo español aún desconocía el camino y lo que le esperaba en su horizonte, aunque cierta palabra certera resonara en muchos ambientes: libertad.

Luego vendría lo que muchos de ustedes ya conocen: la muerte de Franco, la transición, el golpe de Tejero, el cambio socialista, la movida madrileña, las drogas, el terrorismo, la Expo de Sevilla, las Olimpiadas de Barcelona, los pelotazos y corruptelas de todo tipo, el milagro español, el feminismo, la derecha y su retorno, el orgullo gay y las diversidades sexuales, el paro, las crisis interminables y un sinfín de sucesos dentro de un mundo en transformación hacia un lugar del que aún no disponemos su nombre…, hasta llegar a Zorra y el enrarecimiento político actual.

Entonces, ¿cómo pensar ahora nuestra «atrevida» como infravalorada actuación en el último certamen?

Y retorno al comienzo. Si Massiel subió al escenario con complejo de inferioridad y cierto temor al fracaso por el ostracismo y la inquina hacia nuestro modelo de vida española, ahora, que nos encontramos con pleno derecho dentro del sistema europeo, nos vemos empujados a ejercer un protagonismo en diferentes escenarios, que delata nuestro pasado de retraso cultural y cívico.

Por eso, en demasiadas ocasiones, nos aferramos a abanderar con un celo endiablado todos los eslóganes actuales de la hipermodernidad; bien sea la feminidad, mal entendida, la liberación sexual o la defensa de los problemas de las minorías sin tener para nada en cuenta al resto de la colectividad.

De ahí que la artista Nebulosa promocionara, sin saber muy bien qué quería decir, no un tipo de mujer sino «La mujer real», o de que la escenografía se concretara en un estrepitoso juego de cuerpos, posturas o miradas claramente exhibicionistas.

Y qué decir de la letra. Si con Massiel resonaba La, la, la, que era una forma de decir nada, ahora lo que sugería la máscara de la mujer era simplemente un vocablo sumamente vilipendiado, Zorra , vitoreado por todos y bien alto.

Tal vez porque para muchos resulta muy difícil ver a la mujer por fuera de cualquier otro alcance que no sea el puramente sexual, alejando así del escenario materno cualquier connotación de naturaleza sexual. Sería la pureza de la madre frente a la zorra de la mujer.

El resultado, como conocen, no fue el éxito de Massiel, sino más bien un descalabro del que aún se buscan responsables, una vez que lo descarnado de la actuación tuviera un efecto completamente contrario a lo esperado.

Pero conviene no rasgarse las vestiduras sino meditar suficientemente acerca de los hechos y sus consecuencias. Porque España tiene mucho qué decir y qué hacer en este maremágnum en el que todos nos encontramos. Pero no será desde el lado del empuje verbal o gestual sin freno como podremos iluminar el camino europeo, sino más bien desde una cautela cimentada en la reflexión. Y, para ello, hacen falta personas, individuos, seres que sepan transmitir con claridad y rigor de pensamiento, la encrucijada en la que nos encontramos y sus posibles salidas.

Sólo así podremos desactivar el poder del hechizo del fanatismo y de la conducta inquisitorial que tanto han eclipsado nuestro porvenir.

Por eso, en demasiadas ocasiones, nos aferramos a abanderar con un celo endiablado todos los eslóganes actuales de la hipermoder- nidad; bien sea la feminidad, mal entendida, la liberación sexual o la defensa de los problemas de las minorías sin tener para nada en cuenta al resto de la colectividad
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